Ordinariamente acostumbran las personas a valorar las cosas
de acuerdo a lo que le es más evidente, sin intentar ir más allá de lo
meramente obvio. Ello generalmente obedece a que este tipo de postura, de
examen, no demanda el más mediocre esfuerzo de quien intenta inferir un
criterio. Ya sea por simple pereza mental o falta de penetración seria, al caer
en esta actitud se suele soslayar y dejar de lado datos, informaciones o
signos quizás menos explícitos, pero decididamente trascendentes, que evitarían
llegar a observaciones pueriles y señalamientos desacertados. Se sabe que esta
forma de discernir se tiene como una de las principales razones por la cual se
perpetran tantos errores de juicio. El optar por un modo de deliberación
estereotipado lleva con facilidad al prejuicio, y de aquí a solo un paso para
llegar a la discriminación.
Esto que acabamos
de señalar hace que nuestro juicio de valor sobre situaciones, personas o cosas
esté, frecuentemente, errado o deficientemente corroborado, ya que como hemos
dicho se parte usualmente de conjeturas precipitadas. Tomemos, por ejemplo, el
caso de alguien que califica de negligente a otro individuo por el mero hecho
de que el desempeño de este último en un momento no está a la “altura” de los
parámetros del censurador. No cabe duda de que aquel pueda tener razón en el
señalamiento que hace; el inconveniente, sin embargo, estriba en que en una
amplia cantidad de casos la convicción del sujeto acusador parte sólo y
principalmente de su propia valoración personal -la cual entiende como la única
fiable- y no tanto de una postura objetiva que le permita, al tomar en cuenta
otras variables, establecer un juicio de mayor equidad que pueda explicar el
comportamiento que, tan ligeramente, califica.
Situaciones como la
precedentemente descrita abundan porque usualmente las apreciaciones personales
sobre algo nacen de una consideración subjetiva. Cierto es que existen personas
holgazanas y poco dispuestas, pero cuando quien aplica tal calificativo lo hace
indiscriminadamente a cualquier sujeto, por el extraño hecho de que no se
acopla a sus exigencias particulares, nos encontramos entonces: 1) ante un caso
de arbitrariedad consuetudinaria y 2) frente a un modo obtuso de comprender la
conducta del prójimo. Actitudes tales, y tan ligeras, llegan a
ser frecuentes en personas de todo tipo de estatus, formación o género;
compañeros de labor, parientes, vecinos y, peor aún, en profesionales* de
distintas áreas (periodistas, abogados, médicos, profesores, odontólogos,
ingenieros…), en los cuales prima esa manera impositiva de establecer verdades
desprovistas de toda lógica, discernimiento o análisis, incapaz de sostenerse
en pruebas, evidencias y demostraciones.
La premisa fundamental de este escrito
gravita precisamente en el hecho de que en la más de las veces las cosas que
generalmente no son tomadas en cuenta, las que a primera vista no se ven, las
que no son obvias, de las que no nos percatamos –por evaluaciones precipitadas
y extremadamente subjetivas- pueden ser las más reveladoras y la que más se
aproximen a la verdad. En medicina, por ejemplo, no resulta sorprendente
conocer que algunas enfermedades indiscutiblemente patentes suelen ser más
benignas –mucho menos peligrosas- que otras de las cuales ni siquiera se
sospecha que se padezca. Tomemos el caso del vitíligo, una enfermedad cutánea
generalmente inocua que se caracteriza por manchas en algunas zonas del cuerpo.
A pesar de ser un padecimiento progresivo, sólo tiene consecuencias
estéticas. No obstante, todo ello, el hecho de que su signo sea tan evidente es
fácilmente reconocido por todos, llegando a crear cierto estigma social. No
obstante, nadie muere de vitíligo, no es contagiosa y, exceptuando la
apariencia irregular de la piel, no presenta mayores consecuencias. Comparece esto
con enfermedades como los accidentes cerebrovasculares, las cardiopatías o el
cáncer. Estas enfermedades se van instalando de manera progresiva y
generalmente el sujeto que la sufre no sospecha que las va desarrollando.
Tampoco quienes conviven y comparten con él logran percatarse de la malignidad
que se va gestando. Los norteamericanos suelen referirse a estas enfermedades
terribles como silent killer (enemigos silenciosos); no dan señales (signos) y regularmente son
asintomáticas. Cada uno de estos padecimientos puede llegar a ser graves,
mortales y normalmente de pronóstico poco fiables. Representan en suma unas de
las principales causas de muerte en los países del primer mundo. Vemos entonces
que en todo lo descrito que no siempre lo obvio y visible tiene que ser lo peor
y sí que en cantidad de ocasiones lo que no se ve –o está oculto- puede llegar
a ser más delicado y nocivo.
Llegando a este punto vayamos ahora al
aspecto que más nos interesa enfocar, el concerniente al comportamiento de los seres
humanos y cuales medidas reincidentemente tomamos en consideración para
evaluarlo, tasarlo. Partamos de la siguiente interrogación ¿Es la conducta
primariamente visible un indicativo, claro e indiscutible, de encontrarnos
frente a un ser humano adaptado, confiable, sano o de cara a uno
desequilibrado, peligroso, anormal? Para ello hagamos un recorrido por algunos
trastornos mentales y emocionales y quizás descubramos que lo que se advierte a
simple vista puede ser menos nocivo –menos pernicioso e insano- que aquello que
no se revela inmediatamente. Todos los que han tenido formación en psicología
saben que los trastornos depresivos ocupan uno de los primeros lugares en la
lista de los padecimientos mentales más habituales en las personas. La depresión
por su propia condición llega a ser una perturbación bastante restrictiva, al
punto que puede aislar a la persona de su ambiente inmediato. La depresión se
tiene como la principal causa de discapacidad transitoria. Quien la padece
tiende a ausentarse del trabajo, de sus amigos y de su entorno social. El
sufrimiento que produce en ocasiones llega a ser profundo y resulta muy
evidente para el que está cerca del afectado. Si bien es cierto que en las
depresiones profundas la persona puede atentar contra su vida –suicidándose-
usualmente el deprimido no provoca malestar ni daño en los demás ni a la
sociedad. En los trastornos de ansiedad acontece algo similar; quien presenta
cuadros de ansiedad regularmente se ve el mismo muy afectado, y en no pocos
casos muchas de las actividades cotidianas de éste se restringen, tanto
sociales como laborales. Un cuadro de ansiedad como el que presenta un
obsesivo-compulsivo o el de un ataque de pánico no pasa desapercibido y, sin
embargo, casi el único que sufre las consecuencias es el propio sujeto que
manifiesta la perturbación. Esto son ejemplos de disturbios psicológicos bien
visibles y notorios, pero generalmente inocuos en cuanto al daño potencial que
producen en la sociedad. Pueden igualmente ser positivamente controlados con
psicofármacos y psicoterapia y, en el mejor de los casos, mostrar un pronóstico
favorable.
El psicópata es un caso muy
singular. Los expertos que han estudiado a profundidad esta condición mórbida
de la personalidad dicen que se trata de una categoría de trastorno de difícil
reconocimiento, entre otras cosas, porque el modo de conducirse de estos
sujetos no sólo es socialmente válido, sino porque dan la impresión de ser
personas normales, agradables, sociables y, sobre todo, muy dueñas de sí mismo. Y es que una de las principales estrategias de la que se vale el psicópata para ocultar sus oscuros o grises propósitos es la simpatía. Está claro que la simpatía en sí misma no es una cualidad negativa, sino todo lo opuesto; lo que acontece es que el psicópata de manera inicial se vale de ella, de un modo superficial, como carnada para atraer y ganarse la confianza de los demás. Esta simpatía, empero, puede ser selectiva, sobre todo si llega a percatarse de que alguien sospecha de sus ocultas intenciones.
El psicópata, como puede notarse, a diferencia del deprimido o el ansioso, está muy lejos de dar apariencia de sufrimiento y desadaptación. Tiene la capacidad de manejar muy bien el estrés; esto le suministra ciertas ventajas para poder engañar con relativa facilidad a las personas con las que comparten. Su estado de ánimo no está perturbado, de hecho, lo que suele estar dislocado en ellos es la personalidad. Como el psicópata es un codicioso y pretencioso no es nada extraño se siente muy cómodo en lugares donde hay posibilidad de escalar, donde hay dinero, estatus y poder. Lo que no debe sorprender que algunos sean realmente exitosos socialmente. En las empresas logran ascender con facilidad, según revelan las investigaciones, pues modulan muy bien la tensión. Son buenos simuladores, mienten con facilidad, sin inmutarse y consiguen corrientemente la buena valoración de las otras personas**.
El psicópata, como puede notarse, a diferencia del deprimido o el ansioso, está muy lejos de dar apariencia de sufrimiento y desadaptación. Tiene la capacidad de manejar muy bien el estrés; esto le suministra ciertas ventajas para poder engañar con relativa facilidad a las personas con las que comparten. Su estado de ánimo no está perturbado, de hecho, lo que suele estar dislocado en ellos es la personalidad. Como el psicópata es un codicioso y pretencioso no es nada extraño se siente muy cómodo en lugares donde hay posibilidad de escalar, donde hay dinero, estatus y poder. Lo que no debe sorprender que algunos sean realmente exitosos socialmente. En las empresas logran ascender con facilidad, según revelan las investigaciones, pues modulan muy bien la tensión. Son buenos simuladores, mienten con facilidad, sin inmutarse y consiguen corrientemente la buena valoración de las otras personas**.
Muchos lectores tendrán suspicacia
de lo que hasta ahora han leído sobre el psicópata***, pues creen –y en parte
tienen razón- que quienes padecen esta condición son confesos criminales; sujetos
reconocibles porque que su comportamiento delictuoso los pone fácilmente en
evidencia. Pero no siempre es así, aquí vale una aclaración. Los expertos
hablan de psicópatas integrados y aquellos con demostrables tendencias
criminales (psicópata marginal). Estos últimos pueden llegar a cometer hechos
realmente aberrantes de criminalidad y, sin embargo, aun en tales casos su
conducta fría y calculadora difícilmente los delate. Un psicópata criminal
puede pasearse por la ciudad con un aire de tranquilidad, sosiego y, hasta, de
amabilidad, después de cometer un homicidio atroz. Las particulares de estos
sujetos es semejante a la plasmada en la literatura contemporánea en la novela del
escritor inglés Stephen Frears El extraño caso del doctor Jeckyll y
mister Hyde, misma en la que el autor revela la doble vida del personaje
central, siendo en momento distintos un individuo razonable y educado y en el
otro un asesino despiadado. Los psicópatas integrados, aunque con
procedimientos distintos habitualmente también ocasionan daños a un número de
persona variado, desde familiares, amigos, grupo, comunidad o ciudad,
dependiendo qué posición o cargo ostenten. Un psicópata de cuello blanco (como también suele llamársele a los que ocupan cargos ejecutivos) en
una organización corporativa puede llegar a desfalcar la institución y
arrastrar a varias personas a la catástrofe. Si es director de un gremio igual
logra perjudicar a muchos individuos y si llega a ser presidente de una nación,
puede llevar a esta al desastre.
Ahora bien, como se ha podido advertir los
ejemplos referidos de disturbios psicológicos que hemos presentado simbolizan
casos extremos de desequilibrios, uno en la esfera anímica (depresión,
ansiedad) y el otro en la personalidad (psicópata). No obstante, esto existe
una extensa población de sujetos que no llegan a dichas categorías absolutas,
pero que dan muestra de poseer rasgos bien definidos de una condición malsana.
El Manual de Clasificaciones de las Enfermedades Mentales (DSM-V), más reciente
ordena los trastornos psicológicos atendiendo a lo que llaman una clasificación dimensional,
o sea, que para que alguien sea diagnosticado con X condición, estado o
trastorno, necesita dar positivo en determinado número de ítems. Por ejemplo,
en caso de que una persona sea diagnosticada de esquizofrenia debe presentar
un buen número de las siguientes peculiaridades: alucinación, ideas delirantes,
habla desorganizada, expresión emocional embotada, alogia (muy poca habla),
abulia, paranoia o conducta catatónica. Si apenas llega a tener uno o dos
de estas maneras pudiera no ser un esquizofrénico propiamente dicho y deberse
su condición a un estado pasajero de psicosis breve. Igualmente, una persona
para llegar a ser clasificada como alguien que sobrelleva un trastorno de
personalidad esquizoide precisa mostrar: poca sociabilidad, reducido grupo de
amigos o ninguno, ser distante y frío en sus relaciones, ocupaciones e
intereses solitarios, nada de interés por el sexo y carencia de reacciones
emocionales externas. Si bien algunas personas pueden mostrar algunas de estas
características aisladas, ello en modo alguno sugiere que sean esquizoides.
Puede inferirse, no obstante, que comparten algunos rasgos de dicho trastorno
sin llegar a padecer el mismo debidamente.
Lo importante en todo esto es
comprender que a pesar de que alguien no llegue a padecer un trastorno
determinado, si puede, sin embargo, presentar rasgos que hacen que la persona,
en su conducta, comportamiento o acciones se conduzca de un modo en que esos
rasgos se conviertan en un escollo en sus relaciones interpersonales. En tal
sentido dichos rasgos no constituyen una patología formalmente incubada, pero
igual son aspectos anómalos e insanos de la mente o de la personalidad. En esa
misma línea de análisis entonces podemos observar a personas que no teniendo un
cuadro definido de depresión, padecen, empero, estados de ánimo algo más bajo
que la generalidad, debido tal vez a una cierta predisposición biológica
manifiesta. Acontece análogamente con sujetos que no llegan a la condición de
psicopatía, pero albergan en su personalidad varios rasgos o tendencia
psicopáticas. Cuando esto sucede nos encontramos con personas que, si bien no
hacen tanto daño como el psicópata nato, son capaces de mermar la reputación de
cualquiera, dañar psicológicamente a terceros, mentir de forma descarada, vivir con una doble moral, falsificar una honestidad que no poseen, aprovecharse de la buena voluntad de otros parroquiano, calumniar sistemáticamente a quien no le viene bien, etc., y, a pesar de ello, mostrarse como personas normales, afables, simpáticas, educadas y
fiables.
Tenemos entonces sujetos verdaderamente
nocivos en nuestra sociedad (en el trabajo, circulo académico, de
amigos, de vecinos...), que a pesar de que a primera vista dan muestra de ser personas
razonablemente decentes, amistosas, serviciales, no obstante, encubren una malsana condición
interna. Esto queda muy en evidencia cuando a través de los medios radiales, televisivos o redes sociales (como esta sucediendo en los últimos años) la población suele enterarse de que crímenes, estafas, violaciones y demás hechos deleznables son cometidos por individuos que en su vida pública o en el interior de la comunidad donde residen -dan la apariencia- son considerados personas muy probas, integras, amables, honestas; procedentes, en lo aparente, de familias modelos, integradas, educadas y con valores. Y es que la psicopatía, como lo demuestran varios datos del Departamento de Criminología Norteamericano no es exclusiva de un grupo, clase social o grupo étnico determinado, sino que esta se encuentra representada de sujetos de cualquier condición social, económica o intelectual. Por ejemplo, los blancos (de origen caucásicos), de clase media, de Estados Unidos, que ademas cuentan con buena presencia física, inteligencia y son aventajados académicamente, presentan una incidencia de casos similares a los de otras poblaciones minoritarias. No obstante, el
prejuicio que parte del estereotipo nos hace creer que debemos desconfiar más
de ciudadanos menos “privilegiados”, algo distantes, escasamente instruidos, de
estrato social bajo, inmigrantes o grupos minoritarios . Y es que exceptuando los casos más o menos cuantiosos
de ratería y delincuencia corrientemente perpetrados por sujetos de la clase
marginada, el conjunto de los grandes males que soporta nuestra sociedad están siendo ocasionados por actores menos tomados en cuenta y, generalmente, más
favorecidos, todos ellos personas aparentemente “honorables” si se les juzga
por su comportamiento visible, pero capaces de producir tremendo malestar en el
entorno inmediato en que se desenvuelven.
La opinión de diversas autoridades, expertos, investigadores y especialista sobre el tema nos permite corroborar todo lo dicho más arriba. Por ejemplo, el psiquiatra David Owen, autor del libro En el poder y la enfermedad y quien, además, lleva algo más de una década investigando sobre la psicopatía afirma que quienes nos gobiernan (políticos y funcionarios de Estado) son en gran medida peligrosos enfermos mentales. Este parecer se ve refrendado por los datos ofrecidos por el forense Michael Stone, creador de la "Escala de maldad de 22 niveles" quien opina que muchos políticos y dirigentes empresariales padecen problemas de psicopatía.
La opinión de diversas autoridades, expertos, investigadores y especialista sobre el tema nos permite corroborar todo lo dicho más arriba. Por ejemplo, el psiquiatra David Owen, autor del libro En el poder y la enfermedad y quien, además, lleva algo más de una década investigando sobre la psicopatía afirma que quienes nos gobiernan (políticos y funcionarios de Estado) son en gran medida peligrosos enfermos mentales. Este parecer se ve refrendado por los datos ofrecidos por el forense Michael Stone, creador de la "Escala de maldad de 22 niveles" quien opina que muchos políticos y dirigentes empresariales padecen problemas de psicopatía.
Kevin Dutton, doctor en psicología y
miembro de la Royal Society of Medicine, autor de La sabiduría del
psicópata, destaca que a los psicópatas integrados (llamados a veces de cuello blanco) les atraen mucho las profesiones donde
puedan ejercer poder y autoridad, mencionando un grupo de ellas, entre las que destaca: ejecutivos (muchos CEO), políticos, abogados, policías,
cirujanos y curas. Refiere, por otro lado, que estos comparten las características que
distingue a los grandes líderes. Jon Ronson, periodista e investigador, autor del libro La prueba psicópata, plantea que los rasgos psicopáticos son habitualmente bien recompensados en el mundo de los negocios donde tienden a ser visto de manera muy favorables; estos incluyen: ser competitivo, seguro de sí mismo, elocuente (verborrea), adulador, narcisista, autoritario, entre otras.
Robert Hare, todo una autoridad en el tema de la psicopatía (dentro de su currículum se conoce que formó parte de varios centros dedicados a la investigación criminal, al FBI y ha sido concejal de prisiones en Reino Unido) advierte que la prevalencia de los psicópatas integrados es divergente, pero que todos los entendidos coinciden en que son suficientes como para hacer mucho mal, ya que entre otras de las conductas que puede mostrar están: ser inflexibles, fríos, ambiciosos, maledicentes (hablar mal de los demás), conquistadores o promiscuos sexuales. Iñaqui Piñuel, español quien además de ser psicólogo fue durante muchos años consultor en asuntos empresarial, destaca que el "10 o 12% de la población presenta personalidad o rasgos psicopático. Agrega, corroborando todo lo antes dicho, que ciertos psicópatas resultan muy atractivos, entre otras cosas, porque suelen mostrarse elocuentes y persuasivos.
Robert Hare, todo una autoridad en el tema de la psicopatía (dentro de su currículum se conoce que formó parte de varios centros dedicados a la investigación criminal, al FBI y ha sido concejal de prisiones en Reino Unido) advierte que la prevalencia de los psicópatas integrados es divergente, pero que todos los entendidos coinciden en que son suficientes como para hacer mucho mal, ya que entre otras de las conductas que puede mostrar están: ser inflexibles, fríos, ambiciosos, maledicentes (hablar mal de los demás), conquistadores o promiscuos sexuales. Iñaqui Piñuel, español quien además de ser psicólogo fue durante muchos años consultor en asuntos empresarial, destaca que el "10 o 12% de la población presenta personalidad o rasgos psicopático. Agrega, corroborando todo lo antes dicho, que ciertos psicópatas resultan muy atractivos, entre otras cosas, porque suelen mostrarse elocuentes y persuasivos.
Llegados hasta aquí el lector quizás ya puede intuir el corolario de el presente escrito. Las suposiciones ordinarias que se tienen sobre un hecho, situación o, sobre todo, una persona regularmente resultan falsas o cuanto menos imprecisas, siempre que se parte de la primera impresión, del análisis reduccionista o de la evaluación subjetiva. Podría cualquiera numerar las veces que ha juzgado indebidamente, pongamos por caso, a una persona por el solo hecho de no coincidir con sus prejuicios o por no gustarle su modo de ser. Puede, en cambio, alguien estar enteramente satisfecho o sentirse muy agusto con sujetos, que aun no percatandose inicialmente de su verdadera naturaleza, sean portadores de rasgos psicopáticos o, en el peor de los casos, de una psicopatía propiamente instalada. Los casos que muestra la sociedad de sujetos aparentemente integrados que terminan siendo sindicados como estafadores, violadores, corruptos o criminales debería alertarnos al respecto. Quien sabe, quizás -no lo sabremos nunca, al menos que sean pillado- si el compañero de la labor, el ejecutivo de la empresa, el profesor universitario, el amigo de compinche o el vecino respetado del sector escondan en su interior a la persona más deleznable, maledicente, degenerada, vil u homicida, cuya oscuridad interior queda solapa por su expresión "simpática", elocuente o "altruista".
__________________
* Tener en cuenta que un grado universitario no inmuniza de padecer del síndrome de necedad intelectual, sino que a veces es todo lo contrario, pues puede llenar más bien de engreimiento al quien lo ostenta, en la creencia de que el mismo, por sí sólo, lo acredita para emitir juicios imponderables.
**
Los expertos aseguran que no experimentan remordimiento, ni arrepentimiento por
los hechos que cometen, ni advierten gran malestar por su condición
***
Psicópata y sociópata (antisocial) son categorías de trastornos distintos. Este
último suele ser un sujeto impulsivo, abiertamente desafiante, provocador y
emocionalmente inestable. El psicópata en cambio suele frío, autocontrolado,
premeditador.