lunes, 18 de junio de 2018

Es indispensable el discernimiento para saber valorar los entes más allá de los datos puramente evidentes. Un acercamiento a la psicopatía


     
     Ordinariamente acostumbran las personas a valorar las cosas de acuerdo a lo que le es más evidente, sin intentar ir más allá de lo meramente obvio. Ello generalmente obedece a que este tipo de postura, de examen, no demanda el más mediocre esfuerzo de quien intenta inferir un criterio. Ya sea por simple pereza mental o falta de penetración seria, al caer en esta actitud se suele soslayar y dejar de lado datos, informaciones o signos quizás menos explícitos, pero decididamente trascendentes, que evitarían llegar a observaciones pueriles y señalamientos desacertados. Se sabe que esta forma de discernir se tiene como una de las principales razones por la cual se perpetran tantos errores de juicio. El optar por un modo de deliberación estereotipado lleva con facilidad al prejuicio, y de aquí a solo un paso para llegar a la discriminación.

            Esto que acabamos de señalar hace que nuestro juicio de valor sobre situaciones, personas o cosas esté, frecuentemente, errado o deficientemente corroborado, ya que como hemos dicho se parte usualmente de conjeturas precipitadas. Tomemos, por ejemplo, el caso de alguien que califica de negligente a otro individuo por el mero hecho de que el desempeño de este último en un momento no está a la “altura” de los parámetros del censurador. No cabe duda de que aquel pueda tener razón en el señalamiento que hace; el inconveniente, sin embargo, estriba en que en una amplia cantidad de casos la convicción del sujeto acusador parte sólo y principalmente de su propia valoración personal -la cual entiende como la única fiable- y no tanto de una postura objetiva que le permita, al tomar en cuenta otras variables, establecer un juicio de mayor equidad que pueda explicar el comportamiento que, tan ligeramente, califica.

          Situaciones como la precedentemente descrita abundan porque usualmente las apreciaciones personales sobre algo nacen de una consideración subjetiva. Cierto es que existen personas holgazanas y poco dispuestas, pero cuando quien aplica tal calificativo lo hace indiscriminadamente a cualquier sujeto, por el extraño hecho de que no se acopla a sus exigencias particulares, nos encontramos entonces: 1) ante un caso de arbitrariedad consuetudinaria y 2) frente a un modo obtuso de comprender la conducta del prójimo.   Actitudes tales, y tan ligeras, llegan a ser frecuentes en personas de todo tipo de estatus, formación o género; compañeros de labor, parientes, vecinos y, peor aún, en profesionales* de distintas áreas (periodistas, abogados, médicos, profesores, odontólogos, ingenieros…), en los cuales prima esa manera impositiva de establecer verdades desprovistas de toda lógica, discernimiento o análisis, incapaz de sostenerse en pruebas, evidencias y demostraciones.

     La premisa fundamental de este escrito gravita precisamente en el hecho de que en la más de las veces las cosas que generalmente no son tomadas en cuenta, las que a primera vista no se ven, las que no son obvias, de las que no nos percatamos –por evaluaciones precipitadas y extremadamente subjetivas- pueden ser las más reveladoras y la que más se aproximen a la verdad.  En medicina, por ejemplo, no resulta sorprendente conocer que algunas enfermedades indiscutiblemente patentes suelen ser más benignas –mucho menos peligrosas- que otras de las cuales ni siquiera se sospecha que se padezca. Tomemos el caso del vitíligo, una enfermedad cutánea generalmente inocua que se caracteriza por manchas en algunas zonas del cuerpo. A pesar de ser un padecimiento progresivo, sólo tiene consecuencias estéticas. No obstante, todo ello, el hecho de que su signo sea tan evidente es fácilmente reconocido por todos, llegando a crear cierto estigma social. No obstante, nadie muere de vitíligo, no es contagiosa y, exceptuando la apariencia irregular de la piel, no presenta mayores consecuencias. Comparece esto con enfermedades como los accidentes cerebrovasculares, las cardiopatías o el cáncer. Estas enfermedades se van instalando de manera progresiva y generalmente el sujeto que la sufre no sospecha que las va desarrollando. Tampoco quienes conviven y comparten con él logran percatarse de la malignidad que se va gestando. Los norteamericanos suelen referirse a estas enfermedades terribles como silent killer (enemigos silenciosos); no dan señales (signos) y regularmente son asintomáticas. Cada uno de estos padecimientos puede llegar a ser graves, mortales y normalmente de pronóstico poco fiables. Representan en suma unas de las principales causas de muerte en los países del primer mundo. Vemos entonces que en todo lo descrito que no siempre lo obvio y visible tiene que ser lo peor y sí que en cantidad de ocasiones lo que no se ve –o está oculto- puede llegar a ser más delicado y nocivo.

     Llegando a este punto vayamos ahora al aspecto que más nos interesa enfocar, el concerniente al comportamiento de los seres humanos y cuales medidas reincidentemente tomamos en consideración para evaluarlo, tasarlo. Partamos de la siguiente interrogación ¿Es la conducta primariamente visible un indicativo, claro e indiscutible, de encontrarnos frente a un ser humano adaptado, confiable, sano o de cara a uno desequilibrado, peligroso, anormal? Para ello hagamos un recorrido por algunos trastornos mentales y emocionales y quizás descubramos que lo que se advierte a simple vista puede ser menos nocivo –menos pernicioso e insano- que aquello que no se revela inmediatamente. Todos los que han tenido formación en psicología saben que los trastornos depresivos ocupan uno de los primeros lugares en la lista de los padecimientos mentales más habituales en las personas. La depresión por su propia condición llega a ser una perturbación bastante restrictiva, al punto que puede aislar a la persona de su ambiente inmediato. La depresión se tiene como la principal causa de discapacidad transitoria. Quien la padece tiende a ausentarse del trabajo, de sus amigos y de su entorno social. El sufrimiento que produce en ocasiones llega a ser profundo y resulta muy evidente para el que está cerca del afectado. Si bien es cierto que en las depresiones profundas la persona puede atentar contra su vida –suicidándose- usualmente el deprimido no provoca malestar ni daño en los demás ni a la sociedad. En los trastornos de ansiedad acontece algo similar; quien presenta cuadros de ansiedad regularmente se ve el mismo muy afectado, y en no pocos casos muchas de las actividades cotidianas de éste se restringen, tanto sociales como laborales. Un cuadro de ansiedad como el que presenta un obsesivo-compulsivo o el de un ataque de pánico no pasa desapercibido y, sin embargo, casi el único que sufre las consecuencias es el propio sujeto que manifiesta la perturbación. Esto son ejemplos de disturbios psicológicos bien visibles y notorios, pero generalmente inocuos en cuanto al daño potencial que producen en la sociedad. Pueden igualmente ser positivamente controlados con psicofármacos y psicoterapia y, en el mejor de los casos, mostrar un pronóstico favorable.

      Pasemos ahora a efecto de concretar nuestra tesis inicial, a considerar otro trastorno tanto más grave e infame, aunque carente de signos perceptibles, que tiende, empero, a provocar frecuentemente tremendos perjuicios en los demás y en la sociedad: la psicopatía.

   
    El psicópata es un caso muy singular. Los expertos que han estudiado a profundidad esta condición mórbida de la personalidad dicen que se trata de una categoría de trastorno de difícil reconocimiento, entre otras cosas, porque el modo de conducirse de estos sujetos no sólo es socialmente válido, sino porque dan la impresión de ser personas normales, agradables, sociables y, sobre todo, muy dueñas de sí mismo. Y es que una de las principales estrategias de la que se vale el psicópata para ocultar sus oscuros o grises propósitos es la simpatía. Está claro que la simpatía en sí misma no es una cualidad negativa, sino todo lo opuesto; lo que acontece es que el psicópata de manera inicial se vale de ella, de un modo superficial, como carnada para atraer y ganarse la confianza de los demás. Esta simpatía, empero, puede ser selectiva, sobre todo si llega a percatarse de que alguien sospecha de sus ocultas intenciones. 

     El psicópata, como puede notarse, a diferencia del deprimido o el ansioso, está muy lejos de dar apariencia de sufrimiento y desadaptación. Tiene la capacidad de manejar muy bien el estrés; esto le suministra ciertas ventajas para poder engañar con relativa facilidad a las personas con las que comparten. Su estado de ánimo no está perturbado, de hecho, lo que suele estar dislocado en ellos es la personalidad. Como el psicópata es un codicioso y pretencioso no es nada extraño se siente muy cómodo en lugares donde hay posibilidad de escalar, donde hay dinero, estatus y poder. Lo que no debe sorprender que algunos sean realmente exitosos socialmente. En las empresas logran ascender con facilidad, según revelan las investigaciones, pues modulan muy bien la tensión. Son buenos simuladores, mienten con facilidad, sin inmutarse y consiguen corrientemente la buena valoración de las otras personas**.


     Muchos lectores tendrán suspicacia de lo que hasta ahora han leído sobre el psicópata***, pues creen –y en parte tienen razón- que quienes padecen esta condición son confesos criminales; sujetos reconocibles porque que su comportamiento delictuoso los pone fácilmente en evidencia. Pero no siempre es así, aquí vale una aclaración. Los expertos hablan de psicópatas integrados y aquellos con demostrables tendencias criminales (psicópata marginal). Estos últimos pueden llegar a cometer hechos realmente aberrantes de criminalidad y, sin embargo, aun en tales casos su conducta fría y calculadora difícilmente los delate. Un psicópata criminal puede pasearse por la ciudad con un aire de tranquilidad, sosiego y, hasta, de amabilidad, después de cometer un homicidio atroz. Las particulares de estos sujetos es semejante a la plasmada  en la literatura contemporánea en la novela del escritor inglés Stephen Frears El extraño caso del doctor Jeckyll y mister Hyde, misma en la que el autor revela la doble vida del personaje central, siendo en momento distintos un individuo razonable y educado y en el otro un asesino despiadado. Los psicópatas integrados, aunque con procedimientos distintos habitualmente también ocasionan daños a un número de persona variado, desde familiares, amigos, grupo, comunidad o ciudad, dependiendo qué posición o cargo ostenten. Un psicópata de cuello blanco (como también suele llamársele a los que ocupan cargos ejecutivos) en una organización corporativa puede llegar a desfalcar la institución y arrastrar a varias personas a la catástrofe. Si es director de un gremio igual logra perjudicar a muchos individuos y si llega a ser presidente de una nación, puede llevar a esta al desastre.


   Ahora bien, como se ha podido advertir los ejemplos referidos de disturbios psicológicos que hemos presentado simbolizan casos extremos de desequilibrios, uno en la esfera anímica (depresión, ansiedad) y el otro en la personalidad (psicópata). No obstante, esto existe una extensa población de sujetos que no llegan a dichas categorías absolutas, pero que dan muestra de poseer rasgos bien definidos de una condición malsana. El Manual de Clasificaciones de las Enfermedades Mentales (DSM-V), más reciente ordena los trastornos psicológicos atendiendo a lo que llaman una clasificación dimensional, o sea, que para que alguien sea diagnosticado con X condición, estado o trastorno, necesita dar positivo en determinado número de ítems. Por ejemplo, en caso de que una persona sea diagnosticada de esquizofrenia debe presentar un buen número de las siguientes peculiaridades: alucinación, ideas delirantes, habla desorganizada, expresión emocional embotada, alogia (muy poca habla), abulia, paranoia o conducta catatónica.  Si apenas llega a tener uno o dos de estas maneras pudiera no ser un esquizofrénico propiamente dicho y deberse su condición a un estado pasajero de psicosis breve. Igualmente, una persona para llegar a ser clasificada como alguien que sobrelleva un trastorno de personalidad esquizoide precisa mostrar: poca sociabilidad, reducido grupo de amigos o ninguno, ser distante y frío en sus relaciones, ocupaciones e intereses solitarios, nada de interés por el sexo y carencia de reacciones emocionales externas. Si bien algunas personas pueden mostrar algunas de estas características aisladas, ello en modo alguno sugiere que sean esquizoides. Puede inferirse, no obstante, que comparten algunos rasgos de dicho trastorno sin llegar a padecer el mismo debidamente.


     Lo importante en todo esto es comprender que a pesar de que alguien no llegue a padecer un trastorno determinado, si puede, sin embargo, presentar rasgos que hacen que la persona, en su conducta, comportamiento o acciones se conduzca de un modo en que esos rasgos se conviertan en un escollo en sus relaciones interpersonales. En tal sentido dichos rasgos no constituyen una patología formalmente incubada, pero igual son aspectos anómalos e insanos de la mente o de la personalidad. En esa misma línea de análisis entonces podemos observar a personas que no teniendo un cuadro definido de depresión, padecen, empero, estados de ánimo algo más bajo que la generalidad, debido tal vez a una cierta predisposición biológica manifiesta. Acontece análogamente con sujetos que no llegan a la condición de psicopatía, pero albergan en su personalidad varios rasgos o tendencia psicopáticas. Cuando esto sucede nos encontramos con personas que, si bien no hacen tanto daño como el psicópata nato, son capaces de mermar la reputación de cualquiera, dañar psicológicamente a terceros, mentir de forma descarada, vivir con una doble moral, falsificar una honestidad que no poseen, aprovecharse de la buena voluntad de otros parroquiano, calumniar sistemáticamente a quien no le viene bien, etc., y, a pesar de ello, mostrarse como personas normales, afables, simpáticas, educadas y fiables.      

      Tenemos entonces sujetos verdaderamente nocivos en nuestra sociedad  (en el trabajo, circulo académico, de amigos, de vecinos...), que a pesar de que a primera vista dan muestra de ser personas razonablemente decentes, amistosas, serviciales, no obstante, encubren una malsana condición interna. Esto queda muy en evidencia cuando a través de los medios radiales, televisivos o redes sociales (como esta sucediendo en los últimos años) la población  suele enterarse de que crímenes, estafas, violaciones y demás hechos deleznables son cometidos por individuos que en su vida pública o en el interior de la  comunidad donde residen -dan la apariencia-  son considerados personas muy probas, integras, amables, honestas; procedentes, en lo aparente, de familias modelos, integradas, educadas y con valores. Y es que la psicopatía, como lo demuestran varios datos del Departamento de Criminología Norteamericano no es exclusiva de un grupo, clase social o grupo étnico determinado, sino que esta se encuentra representada de sujetos de cualquier condición  social, económica o intelectual. Por ejemplo, los blancos (de origen caucásicos), de clase media, de Estados Unidos, que ademas cuentan con buena presencia física, inteligencia y son aventajados académicamente, presentan una incidencia de casos similares a los de otras poblaciones minoritarias. No obstante,  el prejuicio que parte del estereotipo nos hace creer que debemos desconfiar más de ciudadanos menos “privilegiados”, algo distantes, escasamente instruidos, de estrato social bajo, inmigrantes o grupos minoritarios . Y es que exceptuando los casos más o menos cuantiosos de ratería y delincuencia corrientemente perpetrados por sujetos de la clase marginada, el conjunto de los grandes males que soporta nuestra sociedad están siendo ocasionados por actores menos tomados en cuenta y, generalmente, más favorecidos, todos ellos personas aparentemente “honorables” si se les juzga por su comportamiento visible, pero capaces de producir tremendo malestar en el entorno inmediato en que se desenvuelven. 

        La opinión de diversas autoridades, expertos, investigadores y especialista sobre el tema nos permite corroborar todo lo dicho más arriba. Por ejemplo,  e
l psiquiatra David Owen, autor del libro En el poder y la enfermedad y quien, además, lleva algo más de una década investigando sobre la psicopatía afirma que quienes nos gobiernan (políticos y funcionarios de Estado) son en gran medida peligrosos enfermos mentales. Este parecer se ve refrendado por los datos ofrecidos por el forense Michael Stone, creador de la "Escala de maldad de 22 niveles" quien opina que muchos políticos y dirigentes empresariales padecen problemas de psicopatía.

   
    Kevin Dutton, doctor en psicología y miembro de la Royal Society of Medicine, autor de La sabiduría del psicópata, destaca que a los psicópatas integrados (llamados a veces de cuello blanco) les atraen mucho las profesiones donde puedan ejercer poder y autoridad, mencionando un grupo de ellas, entre las que destaca:  ejecutivos (muchos CEO), políticos, abogados, policías, cirujanos y curas. Refiere, por otro lado, que estos comparten las características que distingue a los grandes líderes. Jon Ronson, periodista e investigador, autor del libro La prueba psicópata, plantea que los rasgos psicopáticos son habitualmente bien recompensados en el mundo de los negocios donde tienden a ser visto de manera muy favorables; estos incluyen: ser competitivo, seguro de sí mismo, elocuente (verborrea), adulador, narcisista, autoritario, entre otras. 

     Robert Hare, todo una autoridad en el tema de la psicopatía (dentro de su currículum se conoce que formó parte de varios centros dedicados a la investigación criminal, al FBI y ha sido concejal de prisiones en Reino Unido) 
advierte que la prevalencia de los psicópatas integrados es divergente, pero que todos los entendidos coinciden en que son suficientes como para hacer mucho mal, ya que entre otras de las conductas que puede mostrar están: ser inflexibles, fríos, ambiciosos, maledicentes (hablar mal de los demás), conquistadores o promiscuos sexuales. Iñaqui Piñuel, español quien además de ser psicólogo fue durante muchos años consultor en asuntos empresarial, destaca que el "10 o 12% de la población presenta personalidad o rasgos psicopático. Agrega, corroborando todo lo antes dicho, que ciertos psicópatas resultan  muy atractivos, entre otras cosas, porque suelen mostrarse elocuentes y persuasivos.

        Llegados hasta aquí el lector quizás ya puede intuir el corolario de el presente escrito. Las suposiciones ordinarias que se tienen sobre un hecho, situación o, sobre todo, una persona regularmente resultan falsas o cuanto menos imprecisas, siempre que se parte de la primera impresión, del análisis reduccionista o de la evaluación subjetiva. Podría cualquiera numerar las veces que ha juzgado indebidamente, pongamos por caso, a una persona por el solo hecho de no coincidir con sus prejuicios o por  no gustarle su modo de ser.  Puede, en cambio, alguien estar enteramente satisfecho o sentirse muy agusto con sujetos, que aun no percatandose inicialmente de su verdadera naturaleza, sean portadores de rasgos psicopáticos o, en el peor de los casos, de una psicopatía propiamente instalada. Los casos que muestra la sociedad de sujetos aparentemente integrados que terminan siendo sindicados como estafadores, violadores, corruptos o criminales debería alertarnos al respecto. Quien sabe, quizás -no lo sabremos nunca, al menos que sean pillado- si el compañero de la labor, el ejecutivo de la empresa, el profesor universitario, el amigo de compinche o el vecino respetado del sector escondan en su interior a la persona más deleznable, maledicente, degenerada, vil u homicida, cuya oscuridad interior queda solapa por su expresión "simpática", elocuente o "altruista".     


    

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* Tener en cuenta que un grado universitario no inmuniza de padecer del síndrome de necedad intelectual, sino que a veces es todo lo contrario, pues puede llenar más bien de engreimiento al quien lo ostenta, en la creencia de que el mismo, por sí sólo, lo acredita para emitir juicios imponderables.  

 ** Los expertos aseguran que no experimentan remordimiento, ni arrepentimiento por los hechos que cometen, ni advierten gran malestar por su condición

*** Psicópata y sociópata (antisocial) son categorías de trastornos distintos. Este último suele ser un sujeto impulsivo, abiertamente desafiante, provocador y emocionalmente inestable. El psicópata en cambio suele  frío, autocontrolado, premeditador.