miércoles, 3 de octubre de 2018

Una mirada panoramica del bienestar

  Toda persona busca estar bien, conseguir el bienestar, aun cuando los medios que elija no sean habitualmente los correctos. La sociedad, regularmente, suele extraviar a quienes ingenuamente intentan alcanzar un alto grado de satisfacción, debido, entre otras razones, a que los modelos predominantes en que inspirarse no siempre son los más saludables o éticos. Si bien es cierto que durante el último siglo se produjo un aumento significativo del bienestar social y material, este en gran medida se quedó en los aspectos externos que hacían la vida más cómoda y agradable, no profundizándose en aspectos menos obvios que, aún cuando, por ser intangibles no dejaban de ser constitutivamente relevantes y, a veces, el principal foco para el bienestar humano.
     Las primeras definiciones sobre el concepto de calidad de vida (término con el que se pretendía medir el bienestar material alcanzado por una sociedad), sólo tomaban en cuenta cuantificaciones tales como el índice del producto interno bruto, el nivel de seguridad social, el ingreso Per cápita o el nivel de educación general. Todo esto fue bueno, y siempre será reconocido que cuando estos aspectos están bien instalados la sociedad se encuentra en un umbral de desarrollo bastante deseado. De todas maneras lo que han mostrado algunas investigaciones que vienen realizándose desde hace algo más de treinta años -tanto en Estados Unidos, Europa y Japón- es que el progreso, el progreso material, por sí sólo no lleva apareado en igual medida un más alto índice de satisfacción personal a lo que se ha llamado bienestar subjetivo.
     Estos resultados plantearon la necesidad de complementar el círculo de la realización personal orientándose hacia aquellos aspectos, si bien menos tangibles, igualmente importantes que hacen la vida de las personas más satisfactoria y significativa. Esto, en parte, ha sido el esfuerzo de un grupo de psicólogos, pero también de economistas, sociólogos y neurocientíficos, que se han interesado en el tema del bienestar humano y de lo que hace que los seres humanos sean felices. Sobre todo esto hablaremos a continuación.

Las variables -externar e internas- del bienestar

     El bienestar es un concepto amplio que engloba muchas vertientes, más de las que tradicionalmente se ha solido estipular. Regularmente se habla de bienestar referido al nivel o calidad de vida que es factible obtener en una nación y cuyo punto de comparación se orienta a los alcanzados en los llamados países desarrollados. Las bases de este bienestar se suscriben a los puntos de acceso a la salud (medicina y medicamentos); alimentación: cuyos requisitos calóricos, proteicos y vitamínicos sean esenciales; agua potable, fuentes de energías disponibles (que permitan calefacción e iluminación); educación, vivienda, saneamiento; vestimenta y calzado, transporte para el trabajo y el estudio, acceso a la información, descanso y recreación. Estos puntos, sin ser del todo exhaustivos, componen, no obstante, los elementos fundamentales relacionados con el bienestar en términos sociales.

     Las sociedades modernas ofrecen, fuera de lo que son las necesidades básicas, bienes de consumo que si bien no son obligatoriamente superfluos, su obtención no forzosamente contribuye a incrementar la situación de bienestar. Por ejemplo, un automóvil reporta comodidad innegable, pero su ausencia no indefectiblemente elimina el bienestar (claro que puede restar comodidad). De igual forma disponer de un excedente de ingresos que en gran parte se destine, por ejemplo, al consumo de bebidas alcohólicas, sexualidad irresponsable, gastos superfluos, lujos desmedidos, u otras recreaciones insensatas, puede afectar negativamente el bienestar.
     En las sociedades capitalistas una gran cantidad de objetos se ofrecen en el mercado de consumo para generar satisfacción al precio de una depredación inmensa de los recursos naturales, motivado por una estrategia a favor del consumo, cuya finalidad es crear lucro y no una honesta preocupación por una vida mejor. Esto puede ser observado claramente en algunos países desarrollados (Estados Unidos, Brasil, Alemania, Taiwán) cuya calidad de vida no se iguala en índice al bienestar humano obtenido por sus ciudadanos quienes, según estimaciones, presentan elevados niveles de estrés, ansiedad, depresión y tazas muy altas de enfermedades cardiovasculares (Lora y Chaparro, 2008).
     El concepto del bienestar basado sólo en el progreso monetario está siendo cuestionado hoy día, al punto de que economistas como Joseph Stiglitz y Amontya Sen (Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económicoy del Progreso Social 2008), ambos premios Nobel, plantean que la calidad de vida debe ser definida en términos más holístico y mucho más amplios de lo que se conoce como Producto Interno Bruto (PIB), debiendo incluir el de Felicidad Interna Bruta (FIB). De hecho los alcances del PIB que se toman como relación del desarrollo consiguen número tan elevados –en los países del primer mundo- debido principalmente a la cuantía de recursos generado por la atención médica. Si esto prueba la eficiencia del sistema de salud social, implícitamente sugiere también cifras más numerosas de enfermedades atendidas. Una nación desarrollada debería basar sus índices de progreso en menores casos enfermedades y no sólo en la mejor atención hacia estas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho público el informe de que aproximadamente el 80% de todas las enfermedades se deben o se agravan por un factor emocional disfuncional. Una sociedad -materialmente hablando- más prospera igualmente debe estar gestando sujetos más equilibrados emocional y mentalmente, aunque tal parece que esto no es lo que está aconteciendo.
     Las ideologías que sostienen que la superación de todas las trabas económicas garantizaría ampliamente la satisfacción de los individuos, tendrán que revisar sus proposiciones en miras de que las más recientes investigaciones científicas sobre la felicidad no apoyan dicha tesis.  El actual criterio integral del bienestar apunta a que mayor calidad de vida, entendida como necesidades básicas cubiertas de forma holgada y más disponibilidad de consumo, no agota la extensión del concepto. Existen otras dimensiones, dentro de la calidad de vida que se refieren a aspectos un tanto inmaterial que involucran el desarrollo humano y que integran elementos como afectividad, valores, sanidad psicológica, crecimiento interior, estados de paz, tranquilidad emocional y calidad en las relaciones interpersonales. Todos ellos deben ser incluidos dentro de la dimensión de bienestar. En tal sentido desarticular condicionamientos negativos adquiridos durante la infancia, superar traumas psicológicos y reactividad emocional neurótica, es también trabajar para el bienestar individual y social. Una personalidad equilibrada, serena y madura, sugiere el logro de un nivel de bienestar subjetivo bastante alto (Peterson y Bossia, 1991).

El bienestar humano

     Es mucho lo que se ha escrito justificando que lo que más afecta a una persona ante un hecho o circunstancia no es el hecho en sí mismo, sino más bien la interpretación que se hace sobre el mismo. Si esto es así –y creemos que lo es- los eventos no tienen una consecuencia absoluta, sino relativa que depende de la interpretación subjetiva. Esa interpretación varía según la personalidad de cada cual.

     Para Gordon Allport la personalidad es "la construcción que se edifica a partir de la entidad  física, la educación, el aprendizaje, el comportamiento, el condicionamiento, los gustos y las tendencias particulares(Susan C. Cloninger, 2003). Es un constructo muy amplio que para ser comprendido es requisito definir los otros dos elementos que le son consustanciales: el carácter y el temperamento. El primero no es una herencia ni biológica ni social, sino más bien se construye ejercitando la volición ante las circunstancias, o sea, la templanza o la cortedad con el que se enfrentan los retos de la vida. Más "carácter" tiene una persona en la medida en que más consciente ha sido a la hora de solucionar las trabas, inconvenientes o dificultades con la que ha tenido que lidiar. Un aspecto del carácter puede vincularse a los valores, entendiendo como tal las convicciones propias que la persona desarrolla en su vida. El temperamento, en cambio, es de una naturaleza más biológica (heredada) pues proviene del resultado de la combinación genética de los progenitores. Por su misma condición es de difícil modificación, aunque puede, con entrenamiento y educación, refinarse algunas de sus esenciales inclinaciones. El temperamento determina aspectos tales como lo impetuoso o calmado que se tiende a ser (al primer caso se le podría llamar sanguíneo, al segundo, flemático). Sobre ello existe una extensa literatura que viene desde Hipócrates en su división de los temperamentos. Posteriormente otros describieron que la diferencia en la complexión (Kretschmer: picnico, astenico, atlético o Shledon: endomorfo, mesomorfo, ectomorfo) determina la naturaleza de nuestra constitución anímica. 
     Como puede observarse, la persona es entonces el fruto tanto de su constitución biológica, como del condicionamiento que le ha llegado del entorno. En ambos universos, en uno más que en otro,  el individuo puede lograr cierta autonomía y modificar, mejorar, cambiar o adquirir maneras, comportamientos o actitudes que le sean provechosas, adecuadas y que le proporcionen mayor satisfacción en los años de su paso por este mundo. Una concluyente frase del filósofo francés Jean-Paul Sartre lo dice mejor: “un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.
     Como todo ser humano hereda una cantidad de alteraciones genéticas (algún mal funcionamiento nervioso, glandular, cerebral, inmunológico o metabólico) y, medioambientalmente hablando, un sistema:  parental, social, político, económico y cultural imperfecto, es muy razonable considerar que llegar a una vida relativamente plena amerita de una fuerte autoresponsabilidad que  permita:
      1) Conocer y comprender nuestros puntos más vulnerables
      2) Reconocer las fortalezas con las que contamos y robustecerlas
     Por lo regular, el bienestar, en términos psicológico, implica dos aspectos iniciales, cuyas ramificaciones ocupan la parte emocional y mental de todo individuo. Veamos:
1)      Emocional: en esta dimensión el trabajo consiste, fundamentalmente, en desechar las emociones negativas, regular la afectividad, o sea, equilibrarla e inclinar la balanza hacia las emociones positivas. Algunos han supuesto que apartar de sí las emociones negativas es inadecuado porque ello sería como reprimirlas y negar lo humana que son. Esta visión, desde luego, tiene parte de razón pues la tristeza o la ira son estados naturales que han jugado un rol importante en el proceso evolutiva de la especie. Las emociones básicas han contribuido con la supervivencia y su carácter instintivo permitieron garantizar la integridad física de quien se encontraba -y encuentra hoy día- en peligro. Fuera de tales escenarios,  muchas emociones, que llamaremos negativas, han sido reforzadas más bien por el contexto social y educativo, no siendo pulsiones saludables y lo único que consiguen es apartarnos de un estado interno más sosegado.
2) Mental: el esfuerzo aquí se centrará en  adquirir una mayor conciencia de los pensamientos, reconocer el intrínseco vínculo entre emoción-mente (como aquella afecta a ésta) y entrenarse en controlar la mente (educar su contenido, trabajando su estructura).

El bienestar subjetivo
     Un nuevo tipo de literatura sobre bienestar subjetivo viene liderando las investigaciones en torno a la felicidad, la satisfacción con la vida y el afecto positivo. Estos términos que tomados de manera aislada muchas veces resultan vagos, por lo inespecíficos que suelen ser, son parte del interés de muchos investigadores sociales. Quizás por que a través de la historia muy pocos filósofos han considerado el tema de la felicidad, juzgándolo a veces de irrelevante,  haya influido esto en que los psicólogos igualmente durante demasiado tiempo lo hayan ignorado, priorizando la exploración de las psicopatologías (Brenner, 1982). Al momento el concepto global de felicidad que se está estudiando, desde la psicología, está siendo reemplazado por conceptos más específicos y mejor definidos, para fines operacional, e incluso se están desarrollando instrumentos de medición al mismo tiempo que avanza la teoría.


   Las definiciones de bienestar y de felicidad pueden agruparse dentro de dos categorías: como virtud (Eudaemonia), que es la concepción griega de una existencia sujeta a juicios normativos correctos y como satisfacción por la vida (nuestro bienestar subjetivo), la cual es la designación  que le dan los científicos sociales. Aquí nos interesa más este último sentido, el cual es una explicación más ampliada –y menos normativa- que implica evaluación global de la calidad de vida de acuerdo con los criterios elegidos por ella misma. Una tercera noción, igualmente válida, pero quizás algo más limitada es aquella que enfatiza que la felicidad o el bienestar como la experiencia de emociones placenteras (hedonismo), o sea, la preponderancia del afecto positivo sobre el negativo.

     Actualmente está tomando mucho peso que la satisfacción subjetiva, en todos los aspectos de la vida de una persona, es la variable más determinante en el nivel de bienestar y felicidad que puede alcanzar una persona, misma que queda por encima de otras variables como el aumento de ingreso, la personalidad, la salud, la edad, el género, la raza, la religión, el matrimonio, el contacto social y cualquier otra actividad general (Brenner, 1982).  Esta satisfacción subjetiva que lleva al bienestar o la felicidad puede asumir dos características de acuerdo a que tan frecuente o permanente en el tiempo llega a ser, pudiéndose presentarse como rasgo y como estado. En el primer caso se trata de una predisposición (genética o psicológica) a experimentar ciertos niveles de afectos o sentimientos positivos, independientemente de las variables externa que la obstaculicen. En el segundo caso, el estado, sugiere una sensación de placidez intermitente que se incrementa o se reduce de acuerdo a lo favorable o no que puedan ser las circunstancias (Cuadra & Florenzano, 2003).   


Los promotores del bienestar

     El nacimiento de la psicología -la psicología científica- lleva algo más de un siglo. En tan largo –y a la vez corto tiempo, si se la compara con otras ciencias- el avance ha sido extraordinario y el conocimiento de la dinámica inconsciente, de los comportamientos condicionados, del pensamiento disfuncional y de las potencialidades humanas ha sido seriamente estudiado y compilado. Después de cien años de investigación, el profesional dedicado a la psicología, sobre todo cuando está bien preparado, dispone de un abanico de recursos muchos de ellos científicamente comprobados, capaz de modificar conductas desadaptadas, mejorar respuestas cognitivas ineficaces, incorporar estabilidad emocional donde no existe, proporcionar mayor armonía interpersonal, reducir niveles excesivos de estrés, solucionar estados de ansiedad patológicos, mejorar estados depresivos, incentivar conductas proactivas, contribuir aún mejor aprendizaje intelectual, hacer más llevadera una perdida personal, reponerse con más prontitud de una frustración, catástrofe o enfermedad, aprender a enfrentar mejor algunos retos o superar una tendencia o adicción esclavizantes (Sue & Sue, 2002).  

    
     Para conseguir todo lo anterior el psicólogo se vale del enfoque clínico en que se ha preparado o realizando un abordaje integral que involucre el uso varias corrientes psicológicas clínicamente aceptadas; todo esto como un modo de enriquecer su trabajo. Si bien desde hace unas décadas algunos terapeutas vienen integrando a sus tratamientos algunas prácticas nacidas fuera del contexto clínico, como es el caso de las técnicas de respiración o meditación, se hace necesario aclarar que esto ha sido así después que las mismas llegaron a pasar por el cedazo de la evidencia científica, la cual mesuró y comprobó su utilidad y beneficios (Kabat-Zinn, 2005).  Todo puede ser lícitamente aceptado cuando la validación de lo que se ofrece es factible de justificarse por métodos empíricos.

      En los actuales momentos, fuera de los círculos clínicos tradicionales, una ingente cantidad de sujetos se dedican al ofrecimiento de entrenamiento y pautas para una vida más plena, satisfactoria, en fin, de mayor bienestar. Algunas de las personas que se dedican a esto han realizados estudios en el campo de la motivación humana, la psicología o la medicina; otros, tal vez la mayoría, de aval menos definido, también se han infiltrado en el campo. La vía a través de las cual hacen llegar su propuesta a los grupos interesados es generalmente por medio de seminarios y talleres. Muchos dicen que no pretenden suplantar el lugar del psicoterapeuta y que su trabajo más bien se circunscribe  a un acompañamiento, pues al no  sugerir cambios, no dar orientación, no aconsejar, su fin se limita a lograr que las personas conecten con su propio potencial. Mientras que todo esto suena poético, algo bucólico sin duda, y puesto que parece no ocasionar ningún daño, puede considerarse como un recurso válido, siempre que no se involucren en áreas que no son del todo de su competencia sino más propias del profesional de la psicología clínica.  

     Si algo ha quedado claro en el campo de la salud mental y psicológica es que el cambio, la conquista de una conducta madura, la superación de cualquier condición psicológica desajustada o la simple construcción de una autoestima saludable, requiere tiempo y trabajo concienzudo. Las formulas generales y rápidas pocas veces producen resultados fiables y duraderos y esto, es a lo que a nuestro juicio, y con todo respeto, muchas de estas propuestas pretenden.  Por otro lado es importante apuntar que en psicología clínica se sabe que lo óptimo para que un paciente consiga mejoras en terapia debe asistir a entre veinte a cuarenta sesiones. Menos del mínimo señalado puede no garantizar un bienestar mesurable significativo y sí una mayor probabilidad de recaídas (Psicología clínica, 2003), si la condición personal a tratar es crónica o decididamente seria. Si hacemos una suma cronológica de un promedio de treinta sesiones terapéuticas -a razón de una por semana- esto da unos siete meses aproximadamente. Tengamos en cuenta que aún los grupos de encuentro y de autoayuda, como los de Alcohólicos Anónimos, precisan de reuniones semanales, durante varios meses para que los asistentes logren ir incorporando conductas más saludables,  mejoren su autorrefencia y desarrollen estrategias efectivas de afrontamiento. Esto puede hacerse extensivo para cualquier tipo de modificación de conducta o superación de alguna condición psicológica o emocional, independientemente de que se tenga o no una patología manifiesta. 

     Por otro lado, los programas de psicoeducacion o entrenamiento que incluyen unas diez sesiones cumplen, más o menos, los criterios precedentes si el psicoterapeuta es competente, si la propuesta terapéutica es confiable y si la condición a tratar no tiene una implicación profunda en la personalidad, en la mente o en la emocionalidad del paciente en cuestión. Cuando se presentan todos estos factores entonces diez sesiones pueden resultar efectivas (psicoterapia breve). Así pues, que asistir a talleres y seminarios, sin duda, resulta una agradable ocasión para incrementar nuestros niveles de motivación y para aprender estrategias que aporten bienestar a nuestra vida, aunque, la intervención del profesional de la psicología sigue siendo el medio, hasta el momento, más idóneo para obtener salud mental, psicológica y, apropósito del tema, bienestar subjetivo.

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-Brenner, Charles (1982). The Mind in Conflict. New York: International Universities Press.
-Cuadra, Haydée; Florenzano, Ramón (2003).  El bienestar subjetivo: hacia una psicología positiva
  Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo: Revista académica de la Universidad de Chile.
-Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económicoy del Progreso Social 2008.
-Lora y Chaparro, 2008. La conflictiva relación entre la satisfacción y el ingreso.
-Timothy J. Trull (2003). Psicología Clínica. 5ta. Edición, Thomson. México.
-Susan C. Cloninger, 2003. Teorías de la personalidad, tercera edición, México.


domingo, 22 de julio de 2018

El bienestar: una revisión de los medios y los pasos para conseguirlo


    El bienestar es posible en la medida en que se haga el esfuerzo de obtenerlo. Esto es axiomático. Conocer las pautas que llevan a una vida placentera ha sido un tema de preocupación de todas las civilizaciones, aún las antiguas. Aunque resulte sorprendente, un aspecto común en prácticamente toda la tradición médica de la antigüedad era tener en cuenta condiciones que hace apenas unas décadas comenzó a valorar la medicina oficial de hoy. Tanto en las tradiciones ayurvédica (de la India) o taoísta (de China), se preconizaba que el bienestar –incorpora las condiciones de salud física y mental- se alcanzaba ocupándose tanto de la condición física, como de la mental y la espiritual de los individuos. Todavía más, algunos pueblos de la antigüedad sugerían que los factores medioambientales y climáticos debían tomarse en consideración en cuanto al restablecimiento del equilibrio orgánico o psíquico cuando este se había perdido. Sus consejos para un régimen de vida no estaban en nada lejos de lo que hoy se prescribe como estilo de vida saludable. En Grecia, por ejemplo, cuya ascendencia es la más decisiva en la cultura occidental, varios sabios de entonces proponían distintos modos para conseguir una existencia más satisfactoria. Sus métodos abarcaban desde las cuestiones más elementales como el descanso hasta aquellas de carácter trascendental como el desarrollo de la autoconciencia. Así entonces encontramos que las ventajas de una alimentación sana y sencilla eran ampliamente promovidas tanto para el hombre convaleciente o el sano (Hipócrates).  Otros destacaban las virtudes de la gimnasia para el adecuado desarrollo moral (Aristóteles), así como la insistencia en la buena disposición del humor y la tranquilidad para mantener la salud mental (Demócrito). El autoanálisis formaba parte de las enseñanzas en algunos centros (Instituto Pitagórico), como lo fue también la insistencia en el conocimiento de sí mismo (Sócrates), o el de cultivar la imperturbabilidad o el autocontrol de las emociones (Epicuro).

     La sensación de que se ha alcanzado un enorme progreso en lo referente a lo que produce el bienestar, en gran medida, se debe a que durante la Edad Media todo el tesoro de conocimientos científico y médico adquirido con anterioridad fue dejado a un lado, dando paso a un esquema de visión supersticiosa, donde las afecciones y trastornos comenzaron hacer atribuidos a entidades y posesiones de espíritus descarriados. En esto tuvo mucho que ver la hegemónica autoridad eclesial de entonces.        

     Puede resultar decepcionante para algunos darse cuenta de que generar bienestar pueda ser algo tan alcance de cada uno.  El bienestar ordinariamente descansa en dos bases –claro que esto es un modo reduccionista de presentarlo, pero para lo que se desea mostrar es válido- una que llamaremos externa y otra interna. La primera, la externa, puede resumirse en tres aspectos: a) descanso suficiente, b) nutrición inteligente (eliminación de hábitos contrarios a la salud: cigarro, drogas, alcohol, etc. y la inclusión de suplementos)  y c) ejercicio. Esto no significa que ellos sólo abarquen el espectro total de la misma, pero bien se pueden señalar como los más imprescindibles. A pesar de que tales pautas parecen –y son- tan sencillas, resulta intrigante porque tan pocas personas las toman en cuenta. Una explicación plausible puede ser que integrarla en la rutina cotidiana precise de continuidad de propósito, cuestión ésta que a su vez requiere de disciplina, la cual se tiene como una de las competencias menos desarrolladas en las personas. Si bien el común de las personas puede con facilidad dedicar ocho horas a su trabajo semanas tras semanas y meses tras meses, este tipo de actividad –generalmente obligatoria para la subsistencia- tiene recompensas inmediatas y el compromiso que conlleva puede no demandar mucha disciplina.   

     En lo que respecta a la base interna, señalarémos igualmente tres elementos, que como ya cabe esperar no serían los únicos, pero que haciendo la salvedad anterior, serían sumamente importantes: a) desarrollo de la autoconciencia, b) manejo del autocontrol, c) internalización de emociones positivas. Sin lugar a duda los aspectos internos son menos reconocidos por el sujeto ordinario y, desde luego, su trabajo requiere algo de estudio o dirección. Por autoconciencia se alude al hecho de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra existencia, de nuestra posición en el mundo; es el principio del autoconocimiento. Nos ayuda a reconocer nuestras emociones, pensamientos y conductas reactivas y automáticas y a partir de ello poder modificarlas. El autocontrol alude fundamental al control consciente de los sentidos, esto es sobre todo, el entrenamiento en la sujeción de la mente y las emociones. Finalmente, internalizar emociones positivas apunta, no a negar o reprimir las emociones desagradables, sino, a reconocer el valor que para nuestro desarrollo como seres humanos representa cultivar emociones armoniosas, estimuladores, sanas. 

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     En la actualidad casi todas las autoridades y expertos consideran que el principal oponente del bienestar es el estrés. Y el estrés más nocivo proviene, generalmente, no tanto de las condiciones externas o demandas personales habituales, si en cambio de las emociones y pensamientos tóxicos y deprimentes que surgen de nuestra interioridad. Los individuos sumamente reactivos tienen particularmente mayor riesgo de padecer estrés crónico, lo cual a su vez se convierte en uno de los factores de riesgos más importantes para sufrir trastornos físicos y psicológicos.  

     El estrés puede incentivar también varias conductas evasivas como el fumar, tomar alcohol, drogarse, sedentarismo, consumo excesivo de carbohidratos -con el riesgo que supone esto último para el sobrepeso y la diabetes- o trastornos cardiovasculares. Aunque por lo regular se describe el estrés como una condición comúnmente nefasta, no todo es realmente tan malo, ya que la dosis, como decía Paracelso, es lo que determina que algo sea dañino o no. Si tomas un vaso de leche, es bueno; si tomas dos, puede ser bueno aún, pero si tomas diez lo más probables es que te indigeste. Algo de estrés es necesario. Siempre que hay actividad se genera algún nivel de estrés. Bailar, patinar, divertirse, por ejemplo, pueden hacer que se produzca adrenalina y esto crea euforia. Esta es una forma saludable de estrés en su fase inicial, e incluso al estrés que se produce en tales ocasiones  se le ha dado el nombre de eustres: estrés bueno, la cara positiva del estrés.

     Es sólo cuando el estrés se mantiene por mucho tiempo, cosa que suele ocurrir frecuentemente hoy, cuando la fisiología puede verse afectada. En tales circunstancias los mecanismos de defensa del organismo se activan y si esto se prolonga el sistema se agota, sucumbe y se debilita al mantener acelerada la excitación adrenérgica, simpática e hipotalámica. Finalmente puede llegar a producirse la lesión de un órgano o la enfermedad. Como puede observarse, lo perjudicial del estrés se plantea cuando este es sostenido, permanente y se ocasiona no tanto por situaciones agradables y placenteras, sino por presión, falta de control, ansiedad o emociones negativas.

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     Si bien es cierto que el bienestar puede darse, aunque cualitativamente distinto, tanto por razones externas como interna, hay muchos que consideran que sólo es dable en situaciones económicas favorables. La realidad, empero, nos presenta la portada de muchas personas cuyas necesidades básicas están más que cubiertas y a pesar de ello no puede asegurarse que tengan bienestar. Considerar el dinero –la riqueza- como el valor más significativo en el bienestar es posible, pero sólo en aquellos cuyas conciencias están exentas de sensibilidad. Existen sociedades que no valoran tanto como la occidental la riqueza y no por ello son menos felices. Cantidad de personas adineradas llevan vidas desgraciadas. El ideal del bienestar total a partir de la riqueza es un mito. Por otra parte, los recursos económicos son imprescindibles para cubrir las necesidades básicas, pero mas allá de ello, su validez es cuestionable, por lo menos así lo demuestran varias investigaciones actualmente.

     Muchas veces el término bienestar se ha asociado al de felicidad y conceptualmente se presentan como sinónimos en no pocas ocasiones, aunque cabe suponer una diferencia importante según la orientación del campo del saber que lo aborde. Por ejemplo, la felicidad fue -es y será- un tema siempre referido porque atañe a una de las preocupaciones más consustanciales del ser humano. Aristóteles entendía que la felicidad se alcazaba en la Polis en una vida comprometida con las virtudes; filósofos posteriores como los estoicos o epicúreos la suscribían a la ataraxia o tranquilidad. Jesús y los posteriores místicos cristianos la temporalizaron en el paraíso, con lo cual descartaban su posibilidad en el mundo terrenal. Buda (en India) unos siglos antes de la era cristiana infirió que esta es posible sólo cuando se extingue la causa del sufrimiento, que para él era el deseo. Los capitalistas modernos promueven que el dinero es el medio para conseguirla (son muchos los que están convencido de ello hoy día).

    Al presente algunas tendencias en psicología interesadas en el tema de la felicidad se han acercado a las tradiciones místicas de Oriente intentando conocer lo que estas dicen al respecto. Desde esta perspectiva el estadio de plenitud o felicidad (al que llaman igualmente realización, nirvana, samadhi...) parece venir cuando se trasciende el deseo por los habituales y ordinarios placeres sensoriales y personales. No se puede asociar esta forma de renuncia de los placeres al concepto freudiano de represión, aunque se le parezca, por que las motivaciones de la que se parten son muy distintas a las referidas por Freud. Por otro lado, además, de surgir de una decisión consciente se dispone de un entrenamiento que posibilita, paulatinamente, la renuncia de las apetencias groseras enraizadas en la personalidad y, por lo tanto, no se realiza de manera brusca o extemporánea. El fundamento aquí es el control de la mente, pues ella es el habitáculo de nuestros pensamientos y tendencias sediciosas. Con el control de la mente se consigue una paz inalterable; la imperturbabilidad es el concepto que define la felicidad en tales tradiciones. Esto, sin embargo, son juicios difíciles de asumir en nuestra cultura occidental, aunque no por ello imposible.

     Podría surgir la inquietud, ya que se tocó el tema de lo espiritual en la búsqueda del bienestar y la felicidad, de si los ateos pudieran ser personas menos felices que los creyentes. Lo primero que hay que aclarar es que la palabra ateo era referida a los cristianos durante el imperio romano porque a diferencia de los otros pueblos, ellos creían en un solo Dios, o sea, negaban la existencia de muchos dioses. Con el devenir el concepto se aplicó a quienes no comulgaban dogmáticamente con la religión cristiana, pero muchas tradiciones como el deísmo o el budismo que no asumen la creencia en un Dios particular no dejan de ser creyentes de una naturaleza espiritual impersonal. El ateismo se ha vinculado mucho hoy día al materialismo, corriente filosófica que niega rotundamente cualquier noción metafísica del mundo, sugiriendo que la materia es el origen primario de todas las cosas. Pero aún estos no tienen que ver disminuida su cuota de felicidad en el mundo pues su postura teórica es simplemente una contraposición de la doctrina idealista que apunta a la supremacía de la mente sobre la materia. Demócrito y Epicuro pueden considerarse pensadores materialistas y, no obstante, sus sistemas filosóficos daban una gran importancia al estudio de la felicidad. 

     Cuando el materialismo ha sido vinculado con una vida menos feliz se refiere, regularmente, a un modo de vida egoísta y no a la doctrina materialista Per se. Aquí vale hacer una distinción. La gran profusión de artículos, bienes y comodidades que se produjo en los países desarrollados (principalmente Estados Unidos) después de la segunda guerra mundial disparó un tipo de comportamiento consumista donde la tendencia era obtener todas las novedades que ofrecía el mercado. A este estilo de vida comenzó a llamárselo materialista, porque lo que importaba era la adquisición de cosas, aun triviales, superfluas e innecesarias, por el solo hecho de ganar estatus o simple vanidad. Estas personas –tanto los de ayer como los de hoy- no tienen ninguna concepción materialista del universo y en general son sujetos ignorantes, filosóficamente hablando, que carecen de un modo de pensar sistemático. Son simples adquirientes de cosas manipulados por una feroz campaña propagandística. Otra cosa son los filósofos del materialismo como doctrina cuya visión del mundo y de la vida no los hace llevar obligatoriamente una existencia tan exuberante. Muchos filósofos de tendencia materialista llevaron vida sobria. Karl Marx, por ejemplo, el más grande pensador materialista de los últimos años llevó una vida muy austera. En tal sentido se puede concluir, que cuando se habla de materialismo referido a un tipo de devoción compulsiva por el tener, comprar y gastar, estas personas tienden asegurarse, de acuerdo a algunos estudios, una amplia cuota de infelicidad en sus vidas. Esto último ha sido corroborado en varias investigaciones. 

     Diversas opiniones de algunos investigadores sobre la menor felicidad de las personas materialistas (recuerde que existe una diferencia en cuanto a filosofos de tendencia materialista) subrayan lo último dicho en el párrafo precedente. Por ejemplo, Tim Kasser de la Universidad de Knox en Galesburg, Illinois y que lleva varios años indagando el tema del sujeto consumista dice que estas personas suelen ser "pobres en bienestar".  El también psicólogo David G. Myers, del Hope College, plantea que la dedicación de tiempo y energía a conseguir cosas se vuelve una carga finalmente para aquel que tiene esa meta como lo más importante.  El doctor Edward Diener, psicólogo social, apunta que los materialistas adinerados no tienen una vida del todo satisfactoria, pero que desde luego la pasan mejor que los materialistas sin recursos, ya que estos últimos sufren considerablemente al no poder agenciarse todo lo que desean. La psicóloga Marsha Richins, explica que las personas materialista mantienen expectativas poco realistas que hace que adquirir bienes no resulte tan placentero como esperaban, lo cual les impulsa a desear más y seguir en el circulo vicioso de consumo e insatisfacción.  James E. Burroughs, profesor de la Universidad de Virginia, indica que "las personas más infelices son aquellas que tienen en alta estima el materialismo..." Esto es tan solo una reducidísima muestra del dictamen de algunos expertos sobre la materia, amen que se ha dejado de lado la mención de investigaciones longitudinales realizadas por veinte año o más de seguimiento a sujetos con aspiraciones financiera bastante ambiciosa que reportaban niveles de menor satisfacción en sus vidas que otros quienes expresaron deseos monetarios más modestos. 


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   Para muchos una sociedad más desarrollada ofrece a sus conciudadanos más altos niveles de comodidad y seguridad, logros obtenidos por un mayor desarrollo tecnológico y científico que son el pivote de un mundo más civilizado. Pero, realmente, el avance en estos campos, aun cuando ha sido extraordinario ha contribuido igualmente a alienar la vida de muchos sujetos en ocasiones. Psicólogos como Erick Fromm (Del tener al ser, 1976) y filósofos como Walter Benjamin, Theodor Adorno y Max Horkheimen escribieron al respecto.  En términos humanos la satisfacción de la población no ha estado pareja al avance tecnológico y científico. Actualmente tenemos urbes modernisimas, pero las reacciones emocionales siguen siendo las mismas que hace diez mil años. Muchas veces el progreso produce o saca al exterior problemas psicológicos que no fueron vistos antes. La sociedad avanza y por lo regular el individuo sólo hace uso de los medios, pero sin crecer el mismo humanamente hablando. Herbert Marcuse, un teórico de orientación marxista muy respetable del siglo XX, escribió un libro titulado El hombre Unidireccional, que la tecnología puede llegar a ser una enfermedad, además de un medio excelente de cohesión y control social.

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    Como puede apreciarse el tema del bienestar es tan amplio como complejo y, desde luego, no se agota con todo lo que hemos expuesto aquí. Sin cuestionar lo significativo de las condiciones externas para una vida mejor, mas cómoda y segura, no deja de ser evidente que el bienestar, en gran medida,  tiene mucho que ver con lo subjetivo (lo interno)  y que los elementos básicos de una vida placentera están al alcance, sino de todos de todos, de una gran mayoría cuando se tiene la información correspondiente y se hace el esfuerzo consciente y disciplinado por conseguirlo. 





domingo, 1 de julio de 2018

Estrés


     Los trastornos por estrés son, al momento, una de las principales causas de malestar, mismos que pueden llegar a ocasionar serias perturbaciones de la salud tanto física como emocionales y psicológicas (OMS, 2011). 


    
     Suele definirse el estrés como la tensión o la presión psicológica provocada por situaciones agobiantes. Durante el estrés el cuerpo reacciona fisiológicamente de manera desequilibrada. Para muchos expertos esto es el resultado de una respuesta automática de nuestro organismo en circunstancias demandante o cuando nos sentimos amenazados; por lo tanto puede decirse que el estrés es una respuesta natural y adaptativa que ha acompañado al hombre siempre. Los estudios tradicionales sobre el estrés subrayan que este puede presentarse de forma aguda o crónica. En el primer caso lo que sucede es que aparece de manera súbita, repentina, aunque por lo regular suele ser de corta duración. Si bien el cuerpo moviliza recursos de adaptación importantes, en el estrés agudo, la condición interna mantiene todavía su homeostasis y el organismo vuelve a la normalidad prontamente. En el caso del estrés crónico la cosa es distinta; ya lo de crónico habla de un estado que se ha venido instalando paulatinamente –quizás en el trascurso de varios años- con lo cual puede verse mermada parte de las defensas del organismo o debilitado, considerablemente, alguna función, órgano o sistema. Es con el estrés crónico donde existe la mayor probabilidad de que aparezca una enfermedad física  o un  trastorno mental (Eso lo tocaremos más adelante). Ahora bien en uno y otro caso los expertos señalan que determinadas condiciones deben estar presentes para que surja el estrés. No se necesita que estén todas, basta con una sola, pero en la medida en que se suman otras el estrés suele ser más pernicioso.  Estas son:

          1) Situaciones novedosas
          2) Eventos impredecibles
          3) Amenaza de la personalidad
          4) Sensación de no controlar la situación.

     Otra clasificación que suele hacerse del estrés es la que habla de estrés relativo y de estrés absoluto. En el primer caso dos personas reaccionan de modo distinto o con niveles de estrés muy diferentes frente a un mismo evento, pues cada cual le agrega su propia valoración personal al mismo. Por ejemplo, algunas personas entran en estados de angustia profundo ante la muerte de un ser querido; otros ante el mismo suceso se muestran más resignados, vale decir, aceptan más fácilmente  la pérdida. Lo cual no sugiere que sea porque no les afecte, sino porque tienen otro patrón psicológico que les hace vivir la misma experiencia de forma distinta. Por otro lado, las guerras, las catástrofes (terremotos, huracanes, sismos, asesinatos), las violaciones, conmueven a las personas que las viven casi en la misma magnitud y si bien las diferencias personales también se ponen en evidencia, todos son conscientes del daño producido a sí mismos como a otros. En estos incidentes se suele hablar de estrés absoluto.   

     No pocas veces se suscitan varias controversias con relación al estrés en parte porque este ha sido estudiado desde distintos enfoques los que no son solamente aceptados hoy, sino que además resultan bastante válidos, pues el estrés es un concepto bastante amplio, complejo y, en algunas ocasiones, difuso.  Por ejemplo, los primeros estudios sobre el estrés lo evaluaron como una respuesta del organismo ante estímulos (externos o internos); este fue el enfoque realizado por Han Selye al que tracionalmente se le considera como el padre de la investigación sobre el estrés, misma que inicio en los años de 1930 aproximadamente. Tiempo después otros investigadores comenzaron a postular el estrés como el producto de factores estresantes que generan cambios en el organismo. Esta perspectiva hace hincapié en el estrés como un estímulo.  Los estresores son los elementos que determinan el estímulo.  Un ejemplo de ello son: 

    a) Las presiones, toda circunstancia donde nos vemos  obligados a ir más lejos, a                 redoblar esfuerzos o cambiar de dirección. Esto puede darse a nivel laboral, académico,        social o familiar. 

    b) Las frustraciones, estas ocurren cuando algo o alguien se interponen en nuestras             metas. Se pueden dar por distintas razones: pérdidas, falta de recursos, demoras, fracasos     o discriminaciones.

    C) Los conflictos, son comunes cuando nos enfrentamos  con dos o más demandas,             necesidades o metas.

           1) Tener que decidir ante dos propuestas que nos benefician igualmente (aceptar un                  puesto que nos fascina fuera de la ciudad u otro próximo a nuestro hogar pero que                  paga menos.

          2) Tener que elegir entre dos condiciones ambas desfavorables para nosotros (elegir                   entre una operación de riesgo u optar por medicarse de por vida).

          3) Tener que dejar una relación desgastante, pero que deseamos o seguir en la relación                 y vivir en continuo disgusto (Morris, 2005).

     Si bien esta clasificación de los estresores no deja de ser arbitraria ayuda, sin embargo, a una categorización que divide con cierta precisión los diferentes focos, escenarios y circunstancias en que los estresores se hacen patentes.  


     En esa misma linea de estudio varios autores igualmente han clasificado  los factores estresantes atendiendo a otra categorías, por ejemplo: 

         a) Factores estructurales: sobreentrenamiento, falta de descanso, trabajo excesivo, 
             etc. 

         b) Factores químicos: contaminación de todo tipo, deficiencias nutricionales, 
             alérgenos, etc. 

         c) Factores térmicos: temperaturas extremas (frió o calor excesivos) 

         d) Factores infecciosos: microorganismo patógenos...


     A pesar de que hemos mencionado situaciones puntuales que generan estrés, este puede aparecer virtualmente en ausencia de estímulos sensoriales reales, como cuando anticipamos lo que sucederá al tener que presentar una prueba oral, al asistir a una cita amorosa o rendir cuenta en la oficina, etc. 

     Un tercer enfoque del estrés apareció a mediados de la década de 1980, influenciado por las teorías cognoscitiva, como una alternativa que pretende integrar las dos orientaciones anteriores al plantear una visión transaccional que postula al estrés como el resultado de la interacción entre las demandas del entorno y la característica de la persona, la valoración que esta hace del mismos y los recursos de que dispone para hacerle frente. 

***

      La experiencia clínica resalta el hecho –que es de conocimiento general- que algunas personas están mejor constituidas que otras para enfrentar eventos y situaciones estresantes. En psicología a este rasgo positivo se le conoce como fortaleza, lo que quiere decir que tales individuos tienen un mayor control interno de la forma en que responden a sus experiencias. También se les asignan otros nombres como: locus de control interno o resiliencia.  Desde una perspectiva socioeconómica la investigación ha demostrado que quienes tienen bajos recursos económicos suelen, regularmente, estar más expuesto al estrés y ser algo más vulnerables al mismo. Esto se debe, entre otras razones, a que tienen que lidiar y enfrentar, más a menudo, situaciones de las que no tienen total control.

     En cualquier caso, todos nosotros de una forma u otra (consciente o inconscientemente), hacemos intentos para enfrentar las condiciones estresantes. A esto se le ha calificado como: ajusteAjuste inadecuado y afrontamiento incorrecto propiciaran la cronificación del estrés. La efectividad del ajuste, empero, depende muchas veces de factores como:

     -la edad (los niños y los ancianos logran ajustes menos efectivos)  
     -sexo (las mujeres suelen ser más vulnerables)
     -el estilo cognoscitivo (que se dice la persona a sí misma de lo que enfrenta, cuan        
      optimista o no resulta ser...)
     -temperamento (las personas flemáticas posiblemente se adapten mejor que los  
      coléricos o   nerviosos)
    -apoyo social (tener familia, parientes, amigos, conyuges, hijos o filiación a un grupo)
    - trabajo o recursos económicos (estar empleado o gozar de una estabilidad económica 
      ayuda a sentirse más seguro)

     Algo que está muy relacionado con el ajuste son los modos de afrontamiento que regularmente se emplean. Estos pueden ser de dos clases: Afrontamiento directo y afrontamiento defensivo. El primero, que a la vez es el más saludable, suele dividirse en: 

            a) confrontación: cuando le damos la cara a la situación estresante
            b) negociación: estar dispuesto a ceder o no obtener todo lo que se esperaba
            c) retirada: alejarse de lo que provoca la tensión momentánea o permanentemente. 

     El afrontamiento defensivo, por su parte, aparece cuando surgen mecanismos de defensa que impiden un afrontamiento adecuado. La persona suele negar que su modo de proceder es poco asertivo, no desea reconocer la situación recurriendo a la represión o la justificación, pero sin hacer nada, efectivo que le ayude a superar su condición.  

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     Clásicamente se habla de que durante el estrés el cuerpo puede pasar por tres etapas: alarma, resistencia, agotamiento. En cada una de ellas se activan distintos  mecanismos fisiológicos en el cuerpo. En la etapa llamada de alarma se activa un componente neural con alteración de la presión sanguínea, la frecuencia cardíaca y el aumento del consumo de oxigeno.  En la segunda etapa entra en acción un mecanismo neuroendocrino, esto genera una abundante secreción de catecolamina (adrenalina, noradrenalina y dopamina), que si se prolonga en el tiempo regularmente ocasiona malestares gastrointestinales, inquietud, conductas disruptivas, etc. Si se llega a la etapa de agotamiento el dispositivo que entra en función es totalmente endocrino. Aquí hace su aparición una hormona segregada por la corteza de las glándulas suprarrenales: el cortisol, mismo que produce un aumento de energía en el organismo al incrementar los niveles de azúcar en sangre, pero que también suprime otros sistemas, haciendo que las personas puedan enfermar. Algunos de los sistemas con más frecuencias vulnerables son: el gastrointestinal (gastritis, inflamación, ulceras), endocrino (desarreglos de la tiroides, bajo el nivel de testosterona, puede suprimir la menstruación, hipercolesterolemia, disfunsión sexual,diabetes tipo II, etc.), cardiovascular (hipertensión, taquicardia, cardiopatias, etc.), y el inmunológico. Pero igual se perturban  ciertas funciones tales como:  la neurológica (cefaleas, insomnio, etc.), la nutricional (anorexia, bulimia, otras) o la dermatológica (reacciones alérgicas, dermatitis, prurito,caida del pelo, psoriasis, etc). En la esfera psicológica  puede dar paso a la aparición de desajustes emocionales y del estado anímico (ansiedad y depresión) o agravar una condición mental previamente insana.

     Uno de los órganos donde el estrés llega a impactar de manera más profunda es el cerebro, llegando a producir cambios en la propia estructura como la corteza pre-frontal, la amígdala o el hipocampo, los cuales pueden ver reducido su tamaño en los casos de estrés crónico. Debido a que estas zonas del encéfalo están estrechamente relacionadas con el aprendizaje, la memoria y la regulación de las emociones, el efecto en estas capacidades se ve muy mermado y reducido.  Por eso a las personas bajo estrés les resulta menos factibles el aprendizaje, presentan mayores problema de memoria (la memoria de corto plazo) y de concentración, tienen más dificultad para la toma de decisiones y manejan sus estados emocionales de forma menos asertiva.

***

     La mejor forma de modular el estrés es instaurando un estilo de vida saludable que atienda a, por ejemplo, dormir entre siete u ocho horas, desayunar todos los días, no fumar, no consumir alcohol (o hacerlo moderadamente), hacer actividad física, alimentarse saludablemente. Un programa terapéutico para tratar el estrés precisa de una prescripción multifactorial que incluya: 

  -Técnicas de desactivación fisiológicas

     Entrenamiento en relajación y técnicas de respiración  profunda.  La relajación siempre se ha recomendado para los estado de tensión y ansiedad. Si a ella se le agrega ademas alguna técnica de respiración (respiración profunda, rítmica, circular, etc. ) el efecto conseguido entonces es superior y, desde luego, contribuye mucho a  desconectarse del estrés.

     -Técnicas de modificación fisiológica:
   
     1) Programa de ejercicio (musculaciónaeróbico, yoga, etc.). Realizar actividad física produce muchos beneficios (en el cuerpo, emociones y mente). Por ejemplo, al hacer ejercicio el cuerpo libera una hormona que produce bienestar; esta es la endorfina, que actúa como un calmante natural en el sistema nervioso. Con ello se eliminar, o por lo menos se reduce, la tensión muscular y nerviosa. 

     Con una rutina de ejercicio, realizada sistemáticamente, se garantiza una reducción del cortisol (la hormona más característica del estrés), se combate la ansiedad y puede igualmente llegar a ser efectiva para la depresión, ya que aumenta los niveles de serotonina (sobre todo el ejercicio aeróbico). El ejercicio con pesas incrementa los niveles de testosterona, lo cual mejora el estado de animo, tanto en hombre como en mujeres. El ejercicio además mejora la calidad y la cantidad de horas de sueños, disminuye el colesterol, la grasa corporal, favorece la apariencia física (lo cual aumenta la autoestima) y mejora todos los parámetros cardiovasculares.

      2) Nutrición y suplementacion 

     Esto incluye el consumo de vitaminas del complejo B, vitamina C, minerales como el magnesio, potasio, calcio, zinc y el consumo de grasas poliinsaturadas como el Omega 3. A todo ello vale la inclusión de Adaptogenos (Ashwaganda, Rhodiola, Maca, Eleuterococo, esquisandra, entre otros). El término adaptogeno surge en 1947 del científico Ruso N.V. Lazarev y son sustancias (de acuerdo a las investigaciones) que tienen la capacidad de normalizar y modular las funciones del cuerpo. Esto hace que el cuerpo logre adaptarse más fácilmente a las demandas del entorno (al estrés). Distintos estudios han demostrado que los adaptogenos pueden restaurar la energía física, así como la resistencia. Protegen al cerebro, mejorando la memoria, reducen los radicales libres, algunos actúan como ansiolíticos naturales mejorando los estados de ansiedad. Logran un impacto positivo en casos de depresión leve o moderada.

     Puede incluirse igualmente el uso de sustancias como L-Teanina que es un aminoácido que contribuye a la relajación del sistema nervioso (sin provocar sueño) y disminuye la actividad excesiva del sistema nervioso simpático. Reduce los síntomas asociados a la ansiedad y la fatiga mental. Existe algunas evidencia de que puede llegar a mejora la capacidad intelectual. Por otro lado, las investigaciones sugieren que aumenta tanto la dopamina como la serotonina lo que instaura un nivel de bienestar mental bastante deseado. Otra sustancia recomendada es la magnolia cuyas propiedades son similares a la L-Teanina. Todos estos productos pueden conseguirse en tiendas naturistas y en algunas farmacias, pero cabe señalar que no son medicamentos. Su venta es libre y, por lo regular, no tienen efectos secundarios adversos si se siguen las indicaciones del fabricante.     

     -Práctica de meditación (mindfulness: centrarse en el aquí y ahora).

     La meditación es una técnica milenaria que busca focalizar la mente y aportar un estado de relajación profundo en el cuerpo. Desde hace mediados del siglo pasado comenzó a investigarse sobre sus posibles beneficios en pacientes con ansiedad y depresión y otras afecciones de salud (trastornos cardiovasculares, cáncer, hipertensión, problemas gastrointestinales, etc). A mediados de los años 70 (siglo pasado) Jhon Kabat-Zinn, de la Universidad de Massachusetts, empezó una serie de programa que incluían técnicas de meditación -la que posteriormente sería conocida mundialmente como Mindfulness- con grupos de pacientes de distintas patologías, logrando resultados bastante positivo en aquello que seguían un programa de entrenamiento de 10 sesiones (una por semana).  Actualmente el mindfulness se presenta como una de las mejores terapias para reducir o neutralizar los efectos del estrés crónico y muchos cuadros de ansiedad.

    -Entrenamiento en terapia cognitiva/conductual

     La psicoterapia cognitiva pretende dar un enfoque más positivo al dialogo interior de las personas, enseñándoles a bloquear la 
rumiación  (que generalmente es negativa). Ayuda igualmente a instaurar una nueva perspectiva los eventos de la vida, modificando las creencias desadaptativas . Esta terapia cumple ademas con los requerimientos de los tiempos actuales, ya que es un programa de corta duración y de sugerencias practicas que permite en poco tiempo (si es llevado acabo puntualmente), obtener resultados favorables tanto en el cambio de conducta (comportamiento), el manejo emocional y la representación  más racional en el modo de pensar y evaluar los acontecimiento y la vida misma.

     Si se logra integrar cada uno de estos puntos, o en su defecto la mayoría, la mejora o superación del estrés será muy evidente.




lunes, 18 de junio de 2018

Es indispensable el discernimiento para saber valorar los entes más allá de los datos puramente evidentes. Un acercamiento a la psicopatía


     
     Ordinariamente acostumbran las personas a valorar las cosas de acuerdo a lo que le es más evidente, sin intentar ir más allá de lo meramente obvio. Ello generalmente obedece a que este tipo de postura, de examen, no demanda el más mediocre esfuerzo de quien intenta inferir un criterio. Ya sea por simple pereza mental o falta de penetración seria, al caer en esta actitud se suele soslayar y dejar de lado datos, informaciones o signos quizás menos explícitos, pero decididamente trascendentes, que evitarían llegar a observaciones pueriles y señalamientos desacertados. Se sabe que esta forma de discernir se tiene como una de las principales razones por la cual se perpetran tantos errores de juicio. El optar por un modo de deliberación estereotipado lleva con facilidad al prejuicio, y de aquí a solo un paso para llegar a la discriminación.

            Esto que acabamos de señalar hace que nuestro juicio de valor sobre situaciones, personas o cosas esté, frecuentemente, errado o deficientemente corroborado, ya que como hemos dicho se parte usualmente de conjeturas precipitadas. Tomemos, por ejemplo, el caso de alguien que califica de negligente a otro individuo por el mero hecho de que el desempeño de este último en un momento no está a la “altura” de los parámetros del censurador. No cabe duda de que aquel pueda tener razón en el señalamiento que hace; el inconveniente, sin embargo, estriba en que en una amplia cantidad de casos la convicción del sujeto acusador parte sólo y principalmente de su propia valoración personal -la cual entiende como la única fiable- y no tanto de una postura objetiva que le permita, al tomar en cuenta otras variables, establecer un juicio de mayor equidad que pueda explicar el comportamiento que, tan ligeramente, califica.

          Situaciones como la precedentemente descrita abundan porque usualmente las apreciaciones personales sobre algo nacen de una consideración subjetiva. Cierto es que existen personas holgazanas y poco dispuestas, pero cuando quien aplica tal calificativo lo hace indiscriminadamente a cualquier sujeto, por el extraño hecho de que no se acopla a sus exigencias particulares, nos encontramos entonces: 1) ante un caso de arbitrariedad consuetudinaria y 2) frente a un modo obtuso de comprender la conducta del prójimo.   Actitudes tales, y tan ligeras, llegan a ser frecuentes en personas de todo tipo de estatus, formación o género; compañeros de labor, parientes, vecinos y, peor aún, en profesionales* de distintas áreas (periodistas, abogados, médicos, profesores, odontólogos, ingenieros…), en los cuales prima esa manera impositiva de establecer verdades desprovistas de toda lógica, discernimiento o análisis, incapaz de sostenerse en pruebas, evidencias y demostraciones.

     La premisa fundamental de este escrito gravita precisamente en el hecho de que en la más de las veces las cosas que generalmente no son tomadas en cuenta, las que a primera vista no se ven, las que no son obvias, de las que no nos percatamos –por evaluaciones precipitadas y extremadamente subjetivas- pueden ser las más reveladoras y la que más se aproximen a la verdad.  En medicina, por ejemplo, no resulta sorprendente conocer que algunas enfermedades indiscutiblemente patentes suelen ser más benignas –mucho menos peligrosas- que otras de las cuales ni siquiera se sospecha que se padezca. Tomemos el caso del vitíligo, una enfermedad cutánea generalmente inocua que se caracteriza por manchas en algunas zonas del cuerpo. A pesar de ser un padecimiento progresivo, sólo tiene consecuencias estéticas. No obstante, todo ello, el hecho de que su signo sea tan evidente es fácilmente reconocido por todos, llegando a crear cierto estigma social. No obstante, nadie muere de vitíligo, no es contagiosa y, exceptuando la apariencia irregular de la piel, no presenta mayores consecuencias. Comparece esto con enfermedades como los accidentes cerebrovasculares, las cardiopatías o el cáncer. Estas enfermedades se van instalando de manera progresiva y generalmente el sujeto que la sufre no sospecha que las va desarrollando. Tampoco quienes conviven y comparten con él logran percatarse de la malignidad que se va gestando. Los norteamericanos suelen referirse a estas enfermedades terribles como silent killer (enemigos silenciosos); no dan señales (signos) y regularmente son asintomáticas. Cada uno de estos padecimientos puede llegar a ser graves, mortales y normalmente de pronóstico poco fiables. Representan en suma unas de las principales causas de muerte en los países del primer mundo. Vemos entonces que en todo lo descrito que no siempre lo obvio y visible tiene que ser lo peor y sí que en cantidad de ocasiones lo que no se ve –o está oculto- puede llegar a ser más delicado y nocivo.

     Llegando a este punto vayamos ahora al aspecto que más nos interesa enfocar, el concerniente al comportamiento de los seres humanos y cuales medidas reincidentemente tomamos en consideración para evaluarlo, tasarlo. Partamos de la siguiente interrogación ¿Es la conducta primariamente visible un indicativo, claro e indiscutible, de encontrarnos frente a un ser humano adaptado, confiable, sano o de cara a uno desequilibrado, peligroso, anormal? Para ello hagamos un recorrido por algunos trastornos mentales y emocionales y quizás descubramos que lo que se advierte a simple vista puede ser menos nocivo –menos pernicioso e insano- que aquello que no se revela inmediatamente. Todos los que han tenido formación en psicología saben que los trastornos depresivos ocupan uno de los primeros lugares en la lista de los padecimientos mentales más habituales en las personas. La depresión por su propia condición llega a ser una perturbación bastante restrictiva, al punto que puede aislar a la persona de su ambiente inmediato. La depresión se tiene como la principal causa de discapacidad transitoria. Quien la padece tiende a ausentarse del trabajo, de sus amigos y de su entorno social. El sufrimiento que produce en ocasiones llega a ser profundo y resulta muy evidente para el que está cerca del afectado. Si bien es cierto que en las depresiones profundas la persona puede atentar contra su vida –suicidándose- usualmente el deprimido no provoca malestar ni daño en los demás ni a la sociedad. En los trastornos de ansiedad acontece algo similar; quien presenta cuadros de ansiedad regularmente se ve el mismo muy afectado, y en no pocos casos muchas de las actividades cotidianas de éste se restringen, tanto sociales como laborales. Un cuadro de ansiedad como el que presenta un obsesivo-compulsivo o el de un ataque de pánico no pasa desapercibido y, sin embargo, casi el único que sufre las consecuencias es el propio sujeto que manifiesta la perturbación. Esto son ejemplos de disturbios psicológicos bien visibles y notorios, pero generalmente inocuos en cuanto al daño potencial que producen en la sociedad. Pueden igualmente ser positivamente controlados con psicofármacos y psicoterapia y, en el mejor de los casos, mostrar un pronóstico favorable.

      Pasemos ahora a efecto de concretar nuestra tesis inicial, a considerar otro trastorno tanto más grave e infame, aunque carente de signos perceptibles, que tiende, empero, a provocar frecuentemente tremendos perjuicios en los demás y en la sociedad: la psicopatía.

   
    El psicópata es un caso muy singular. Los expertos que han estudiado a profundidad esta condición mórbida de la personalidad dicen que se trata de una categoría de trastorno de difícil reconocimiento, entre otras cosas, porque el modo de conducirse de estos sujetos no sólo es socialmente válido, sino porque dan la impresión de ser personas normales, agradables, sociables y, sobre todo, muy dueñas de sí mismo. Y es que una de las principales estrategias de la que se vale el psicópata para ocultar sus oscuros o grises propósitos es la simpatía. Está claro que la simpatía en sí misma no es una cualidad negativa, sino todo lo opuesto; lo que acontece es que el psicópata de manera inicial se vale de ella, de un modo superficial, como carnada para atraer y ganarse la confianza de los demás. Esta simpatía, empero, puede ser selectiva, sobre todo si llega a percatarse de que alguien sospecha de sus ocultas intenciones. 

     El psicópata, como puede notarse, a diferencia del deprimido o el ansioso, está muy lejos de dar apariencia de sufrimiento y desadaptación. Tiene la capacidad de manejar muy bien el estrés; esto le suministra ciertas ventajas para poder engañar con relativa facilidad a las personas con las que comparten. Su estado de ánimo no está perturbado, de hecho, lo que suele estar dislocado en ellos es la personalidad. Como el psicópata es un codicioso y pretencioso no es nada extraño se siente muy cómodo en lugares donde hay posibilidad de escalar, donde hay dinero, estatus y poder. Lo que no debe sorprender que algunos sean realmente exitosos socialmente. En las empresas logran ascender con facilidad, según revelan las investigaciones, pues modulan muy bien la tensión. Son buenos simuladores, mienten con facilidad, sin inmutarse y consiguen corrientemente la buena valoración de las otras personas**.


     Muchos lectores tendrán suspicacia de lo que hasta ahora han leído sobre el psicópata***, pues creen –y en parte tienen razón- que quienes padecen esta condición son confesos criminales; sujetos reconocibles porque que su comportamiento delictuoso los pone fácilmente en evidencia. Pero no siempre es así, aquí vale una aclaración. Los expertos hablan de psicópatas integrados y aquellos con demostrables tendencias criminales (psicópata marginal). Estos últimos pueden llegar a cometer hechos realmente aberrantes de criminalidad y, sin embargo, aun en tales casos su conducta fría y calculadora difícilmente los delate. Un psicópata criminal puede pasearse por la ciudad con un aire de tranquilidad, sosiego y, hasta, de amabilidad, después de cometer un homicidio atroz. Las particulares de estos sujetos es semejante a la plasmada  en la literatura contemporánea en la novela del escritor inglés Stephen Frears El extraño caso del doctor Jeckyll y mister Hyde, misma en la que el autor revela la doble vida del personaje central, siendo en momento distintos un individuo razonable y educado y en el otro un asesino despiadado. Los psicópatas integrados, aunque con procedimientos distintos habitualmente también ocasionan daños a un número de persona variado, desde familiares, amigos, grupo, comunidad o ciudad, dependiendo qué posición o cargo ostenten. Un psicópata de cuello blanco (como también suele llamársele a los que ocupan cargos ejecutivos) en una organización corporativa puede llegar a desfalcar la institución y arrastrar a varias personas a la catástrofe. Si es director de un gremio igual logra perjudicar a muchos individuos y si llega a ser presidente de una nación, puede llevar a esta al desastre.


   Ahora bien, como se ha podido advertir los ejemplos referidos de disturbios psicológicos que hemos presentado simbolizan casos extremos de desequilibrios, uno en la esfera anímica (depresión, ansiedad) y el otro en la personalidad (psicópata). No obstante, esto existe una extensa población de sujetos que no llegan a dichas categorías absolutas, pero que dan muestra de poseer rasgos bien definidos de una condición malsana. El Manual de Clasificaciones de las Enfermedades Mentales (DSM-V), más reciente ordena los trastornos psicológicos atendiendo a lo que llaman una clasificación dimensional, o sea, que para que alguien sea diagnosticado con X condición, estado o trastorno, necesita dar positivo en determinado número de ítems. Por ejemplo, en caso de que una persona sea diagnosticada de esquizofrenia debe presentar un buen número de las siguientes peculiaridades: alucinación, ideas delirantes, habla desorganizada, expresión emocional embotada, alogia (muy poca habla), abulia, paranoia o conducta catatónica.  Si apenas llega a tener uno o dos de estas maneras pudiera no ser un esquizofrénico propiamente dicho y deberse su condición a un estado pasajero de psicosis breve. Igualmente, una persona para llegar a ser clasificada como alguien que sobrelleva un trastorno de personalidad esquizoide precisa mostrar: poca sociabilidad, reducido grupo de amigos o ninguno, ser distante y frío en sus relaciones, ocupaciones e intereses solitarios, nada de interés por el sexo y carencia de reacciones emocionales externas. Si bien algunas personas pueden mostrar algunas de estas características aisladas, ello en modo alguno sugiere que sean esquizoides. Puede inferirse, no obstante, que comparten algunos rasgos de dicho trastorno sin llegar a padecer el mismo debidamente.


     Lo importante en todo esto es comprender que a pesar de que alguien no llegue a padecer un trastorno determinado, si puede, sin embargo, presentar rasgos que hacen que la persona, en su conducta, comportamiento o acciones se conduzca de un modo en que esos rasgos se conviertan en un escollo en sus relaciones interpersonales. En tal sentido dichos rasgos no constituyen una patología formalmente incubada, pero igual son aspectos anómalos e insanos de la mente o de la personalidad. En esa misma línea de análisis entonces podemos observar a personas que no teniendo un cuadro definido de depresión, padecen, empero, estados de ánimo algo más bajo que la generalidad, debido tal vez a una cierta predisposición biológica manifiesta. Acontece análogamente con sujetos que no llegan a la condición de psicopatía, pero albergan en su personalidad varios rasgos o tendencia psicopáticas. Cuando esto sucede nos encontramos con personas que, si bien no hacen tanto daño como el psicópata nato, son capaces de mermar la reputación de cualquiera, dañar psicológicamente a terceros, mentir de forma descarada, vivir con una doble moral, falsificar una honestidad que no poseen, aprovecharse de la buena voluntad de otros parroquiano, calumniar sistemáticamente a quien no le viene bien, etc., y, a pesar de ello, mostrarse como personas normales, afables, simpáticas, educadas y fiables.      

      Tenemos entonces sujetos verdaderamente nocivos en nuestra sociedad  (en el trabajo, circulo académico, de amigos, de vecinos...), que a pesar de que a primera vista dan muestra de ser personas razonablemente decentes, amistosas, serviciales, no obstante, encubren una malsana condición interna. Esto queda muy en evidencia cuando a través de los medios radiales, televisivos o redes sociales (como esta sucediendo en los últimos años) la población  suele enterarse de que crímenes, estafas, violaciones y demás hechos deleznables son cometidos por individuos que en su vida pública o en el interior de la  comunidad donde residen -dan la apariencia-  son considerados personas muy probas, integras, amables, honestas; procedentes, en lo aparente, de familias modelos, integradas, educadas y con valores. Y es que la psicopatía, como lo demuestran varios datos del Departamento de Criminología Norteamericano no es exclusiva de un grupo, clase social o grupo étnico determinado, sino que esta se encuentra representada de sujetos de cualquier condición  social, económica o intelectual. Por ejemplo, los blancos (de origen caucásicos), de clase media, de Estados Unidos, que ademas cuentan con buena presencia física, inteligencia y son aventajados académicamente, presentan una incidencia de casos similares a los de otras poblaciones minoritarias. No obstante,  el prejuicio que parte del estereotipo nos hace creer que debemos desconfiar más de ciudadanos menos “privilegiados”, algo distantes, escasamente instruidos, de estrato social bajo, inmigrantes o grupos minoritarios . Y es que exceptuando los casos más o menos cuantiosos de ratería y delincuencia corrientemente perpetrados por sujetos de la clase marginada, el conjunto de los grandes males que soporta nuestra sociedad están siendo ocasionados por actores menos tomados en cuenta y, generalmente, más favorecidos, todos ellos personas aparentemente “honorables” si se les juzga por su comportamiento visible, pero capaces de producir tremendo malestar en el entorno inmediato en que se desenvuelven. 

        La opinión de diversas autoridades, expertos, investigadores y especialista sobre el tema nos permite corroborar todo lo dicho más arriba. Por ejemplo,  e
l psiquiatra David Owen, autor del libro En el poder y la enfermedad y quien, además, lleva algo más de una década investigando sobre la psicopatía afirma que quienes nos gobiernan (políticos y funcionarios de Estado) son en gran medida peligrosos enfermos mentales. Este parecer se ve refrendado por los datos ofrecidos por el forense Michael Stone, creador de la "Escala de maldad de 22 niveles" quien opina que muchos políticos y dirigentes empresariales padecen problemas de psicopatía.

   
    Kevin Dutton, doctor en psicología y miembro de la Royal Society of Medicine, autor de La sabiduría del psicópata, destaca que a los psicópatas integrados (llamados a veces de cuello blanco) les atraen mucho las profesiones donde puedan ejercer poder y autoridad, mencionando un grupo de ellas, entre las que destaca:  ejecutivos (muchos CEO), políticos, abogados, policías, cirujanos y curas. Refiere, por otro lado, que estos comparten las características que distingue a los grandes líderes. Jon Ronson, periodista e investigador, autor del libro La prueba psicópata, plantea que los rasgos psicopáticos son habitualmente bien recompensados en el mundo de los negocios donde tienden a ser visto de manera muy favorables; estos incluyen: ser competitivo, seguro de sí mismo, elocuente (verborrea), adulador, narcisista, autoritario, entre otras. 

     Robert Hare, todo una autoridad en el tema de la psicopatía (dentro de su currículum se conoce que formó parte de varios centros dedicados a la investigación criminal, al FBI y ha sido concejal de prisiones en Reino Unido) 
advierte que la prevalencia de los psicópatas integrados es divergente, pero que todos los entendidos coinciden en que son suficientes como para hacer mucho mal, ya que entre otras de las conductas que puede mostrar están: ser inflexibles, fríos, ambiciosos, maledicentes (hablar mal de los demás), conquistadores o promiscuos sexuales. Iñaqui Piñuel, español quien además de ser psicólogo fue durante muchos años consultor en asuntos empresarial, destaca que el "10 o 12% de la población presenta personalidad o rasgos psicopático. Agrega, corroborando todo lo antes dicho, que ciertos psicópatas resultan  muy atractivos, entre otras cosas, porque suelen mostrarse elocuentes y persuasivos.

        Llegados hasta aquí el lector quizás ya puede intuir el corolario de el presente escrito. Las suposiciones ordinarias que se tienen sobre un hecho, situación o, sobre todo, una persona regularmente resultan falsas o cuanto menos imprecisas, siempre que se parte de la primera impresión, del análisis reduccionista o de la evaluación subjetiva. Podría cualquiera numerar las veces que ha juzgado indebidamente, pongamos por caso, a una persona por el solo hecho de no coincidir con sus prejuicios o por  no gustarle su modo de ser.  Puede, en cambio, alguien estar enteramente satisfecho o sentirse muy agusto con sujetos, que aun no percatandose inicialmente de su verdadera naturaleza, sean portadores de rasgos psicopáticos o, en el peor de los casos, de una psicopatía propiamente instalada. Los casos que muestra la sociedad de sujetos aparentemente integrados que terminan siendo sindicados como estafadores, violadores, corruptos o criminales debería alertarnos al respecto. Quien sabe, quizás -no lo sabremos nunca, al menos que sean pillado- si el compañero de la labor, el ejecutivo de la empresa, el profesor universitario, el amigo de compinche o el vecino respetado del sector escondan en su interior a la persona más deleznable, maledicente, degenerada, vil u homicida, cuya oscuridad interior queda solapa por su expresión "simpática", elocuente o "altruista".     


    

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* Tener en cuenta que un grado universitario no inmuniza de padecer del síndrome de necedad intelectual, sino que a veces es todo lo contrario, pues puede llenar más bien de engreimiento al quien lo ostenta, en la creencia de que el mismo, por sí sólo, lo acredita para emitir juicios imponderables.  

 ** Los expertos aseguran que no experimentan remordimiento, ni arrepentimiento por los hechos que cometen, ni advierten gran malestar por su condición

*** Psicópata y sociópata (antisocial) son categorías de trastornos distintos. Este último suele ser un sujeto impulsivo, abiertamente desafiante, provocador y emocionalmente inestable. El psicópata en cambio suele  frío, autocontrolado, premeditador.