sábado, 6 de marzo de 2021

La conducta adaptativa: un cuestionamiento a la norma como sinónimo de normalidad

   

     A mediados del siglo XVIII prevalencia en Europa la idea de que los nativos de las islas y regiones descubiertas y conquistadas centenios atrás eran seres atrasados, salvajes de costumbres extrañas que requerían ser civilizados de acuerdo a los parámetros del hombre occidental, porque estos al compararse con aquellos tenían mucho más que aportar. Jacques Rousseau fue, sin dudas, uno de los pocos pensadores de entonces que reaccionó frente a tales prejuicios, enfrentándose a figuras de la talla de George Louis Leclerc, conde de Buffon, que capitalizaba el sentimiento supremacista de la ilustración, cuestionando el dogma elitista de que la civilización europeísta, hegemónica en aquellos años, fuese superior a cualquier otra allende los mares. Para el siglo XIX, empero, y desde la visión darwinista del evolucionismo, antropólogos como Edward Tylor y Lewis Henry Morgan continuaron concibiendo la idea de superioridad, pero ahora sustentada en el paradigma biologicista de la herencia genética que concebía que algunas razas eran superiores a otras. No fue sino hasta el primemr cuarto del siglo XX que la antropología comenzó a desprenderse de esa rancia segregación con investigadores como Franz Boaz, Ruth Benedict, Claude Lewis-strauss, entre otros, que comienzan a reflexionar de modo distinto.

     Lo cierto es que, si bien el nivel de desarrollo tecnológico de los pueblos colonizados era mucho más rudimentario que el de los europeos, sus costumbres, tan cuestionadas por los observadores foráneos, no tenían nada extemporáneas, ya que estas respondían a la naturaleza de su entorno, de su modo de subsistencia y de la concepción del universo que tenían; esto es, que su interpretación del mundo partía esencialmente de los datos de que disponían. En los asuntos rutinarios eran bastante parecidos a la del europeo promedio, en temas como consolidar una familia, criar hijos, proveer de sustento al grupo, defender su territorio, realizar ritos de iniciación, la adoración a sus deidades y la realización de liturgia fúnebres a sus muertos. 

     Siempre que se tiene la experiencia de interactuar con grupos distintos surge la disyuntiva de si sus maneras son mejores o inferiores a las nuestras. Sacamos muchas veces conclusiones sin conocer la realidad auténtica de las cosas, sin advertir que lo que frecuentemente se considera verdad es en gran medida la manipulación de lo que los grupos que detentan el poder imponen. Esto ha sido así en todas las épocas. Esta forma de sesgo brota en muchos campos, incluso donde cabria no esperarlo, por el tipo de conocimiento que manejan, como en el de la psicología. La psicología, nacida como ciencia en Alemania en el último cuarto del siglo XIX, es al momento predominantemente una psicología de raigambre anglosajona, de índole peculiarmente norteamericana, que tuvo como modelo de estudio principal y casi exclusivo al ciudadano blanco de clase media de la posguerra. Las consecuencias que se desprendieron de este hecho radica que se adoptó un criterio de normalidad y de adaptación, psicológicamente hablando, suscrito a las características de ese sector de la población y a la filosofía de vida que preconizaban, sin tomar en consideración las particularidades de otra clase, grupo o cultura no solamente distintas, sino a veces con parámetros, creencias, costumbres y proyecciones totalmente opuesta a este segmento poblacional. 

     Dos hechos interesantes a destacar revelan de por si a lo que acabamos de hacer referencia. Uno de ello ocurrió a mediados de la década de los años 20 (del pasado siglo), cuando cantidad de inmigrantes europeos que llegaban a la costa de New York. Gran número de ellos fueron deportados, pues tras no aprobar unos tests de inteligencia a los que fueron sometidos, basados en los estándares norteamericanos de entonces, se les consideró no aptos para estar en el territorio americano. La justificación era la de evitar el supuesto descenso en la inteligencia de la población media norteamericana. El otro hecho, tan irritante como indignante, sucedió en 1974 y tuvo como protagonista nada más que aun premio Nobel, el Dr. Williams Shockely, quien argumentaba, ante las evidencias que supuestamente poseía, que los descendientes de afroamericanos eran individuos intelectualmente inferiores y  que nada podía hacerse para revertir dicha condición. Su "genial" solución fue proponer la esterilización de las personas de color, para con ello, como él mismo señalaba, impedir el incremento de seres intelectualmente deficientes.

     La suposición de que se puede estudiar a gente de cualquier lugar basándose exclusivamente en códigos establecidos por un grupo x forma parte de la arraigada presunción de muchos de pretender categorizar a los seres humanos. La historia demuestra que tales criterios son "frecuentemente promovidos por sectores ávidos de establecer distinciones, teniendo muy en cuenta colocarse ellos mismos en la posición más alta de las jerarquías que sugieren" (Josef Schovanes, filósofo). Esto es propio de los modelos hegemónicos que intentan validarse ignorando cualquier intuición u observación distinta de la suya. Y en esa idéntica línea de pensamiento unos de los conceptos que tradicionalmente han manipulado los grupos de poder es el de adaptabilidad, o dicho de otro modo, lo que se acomada a la norma. Desde luego un sistema fáctico vería muy bien etiquetar como inadaptada toda conducta insubordinada que no se someta a sus caprichos. 

     Abraham Maslow que estuvo errado en cuanto a la pirámide de las necesidades humanas, puesto que creía que la autorrealización personal solo llegaba a tener prioridad cuando se habían satisfechos las demandas básicas de subsistencia, estuvo, no obstante, en lo cierto al exponer que el modelo de sujeto adaptado a la sociedad como sinónimo de salud mental podía ser engañoso ya que nuestra sociedad tiene cantidad de cosas (ideologías, costumbres, comportamientos, creencias) a la que adaptarse podría más bien ser considerado un signo de perturbación psicológica. En su brillante libro, El Hombre Autorrealizado, advierte sobre el artificio de este modo de razonar cuestionando si el concepto de adaptación empleado habitualmente en psicología es oportuno. Haciendo uso de un ejemplo enfático se preguntaba si un soldado nazi que se sintiera cómodo en su trabajo como oficial en los campos de exterminio podía considerarse sano psicológicamente por el hecho de adaptarse bastante bien a su labor de genocida. Inquiría igualmente que, si a otro militar en idéntico escenario le resultara imposible adecuarse ante prácticas tan deleznable, si podía considerarse a este un sujeto inadaptado emocional. En otras palabras ¿Cuál de los dos hombres, se preguntaba Maslow, estaría dando muestra de insania mental, el que se mantiene incólume y a gusto frente a semejante barbarie o el que se reciente a ajustarse a las atrocidades que ve?  

     Pero Maslow, ni de lejos, ha sido el único en poner en entre dicho el criterio ordinariamente admitido de adaptabilidad como sinónimo de normalidad. Michael Foucault, quien además de filosofo fue psicólogo, explicaba que la sociedad tiende a excluir a todos aquellos sujetos que viven y piensan distintos a lo que se acepta por norma, creando una serie de prejuicio en contra de estos. Erick Fromm, por otro lado, llega incluso a publicar el libro Psicopatología de la normalidad en el que se adentra en el concepto de alienación. Fromm explica que la sociedad en su conjunto ha perdido el equilibrio mental y esto, en parte, debido a que el sujeto promedio ha adquirido unos valores moldeados por el mercado económico, la publicidad y la propaganda.

     Desde luego, la sociedad requiere, para funcionar más o  menos adecuadamente, reglas, pautas, en fin, normas que permitan regular la convivencia en un conglomerado; establecer patrones de comportamientos imperativos en ocasiones y con ello procurar el orden, y por eso el criterio de adaptación logra una validez muy sugestiva en la colectividad.  Pero, como hemos señalado en los párrafos iniciales, debido a que  grupos dentro de la sociedad tienden a erigirse, a través del poder, en amos y señores e imponer sus valores, igual deben existir voces disidentes que no se acoplen a la domesticación de consciencia que tratan de imponer. 

     Con harta frecuencia el concepto de adaptación hoy llega a parecerse al de conformidad, equiparable este a una postiza tolerancia al establishment. Suponemos que en ciertos casos y ocasiones la conformidad al sistema puede ser legítima; asumir filosóficamente algunos hechos, fruto de una deliberada reflexión, ofrece sus ventajas. Deponer la indignación ante el funcionario corrupto que se roba nuestros impuestos puede ser más adaptativo y beneficio, a largo plazo, que descantarnos por colocarle varios proyectiles en su corrompido cerebro; a fin de cuenta podemos llegar a adoptar una actitud racional -y sobrevivir a la indignación- al comprender que casi todos los políticos están podridos y que nuestra, “digna” y extremada, acción quizás no tenga el efecto deseado y sí el cuestionamiento imperdonable de la prensa y determinados sectores favorecidos por el político de marras.   

     La conformidad, siendo en cantidad de ocasiones un sucedáneo de la adaptación, es un terreno infecundo del cual el mundo se ha beneficiado muy poco. Quienes no se han adaptado ciegamente a mucho de lo normalizado por la sociedad son, ordinariamente, hombres que han emprendido el camino hacia el progreso. Por eso, suponemos que detrás de cantidad de sujetos "adaptados" lo que encontramos son individuos conformista, acomodados a un patrón conductual estereotipado, ineptos para asumir un tipo de comportamiento distinto -original diríamos- si fuese su deseo, solícitos a la subordinación de los esquemas socialmente aceptados; sujetos que repiten las mismas ideas de siempre, temerosos de no coincidir con las teorías de su tiempo o de pensar distintos a como lo hace su gremio. Si todos los ciudadanos hubiesen sido así de adaptados todavía habitaríamos en las cavernas, pues tanto en los campos de la ciencia, el arte o la técnica son aquellos que osaron pensaron distinto -y por ello mismo diferente- los que generaron el ascenso de la humanidad al nivel en que se encuentra hoy, en ocasiones a pesar de no tener el favor ni la aceptación de sus congéneres.  

     Revisando la historia de todos los tiempos parecería que en algunos casos el sujeto considerado inadaptado, según las consideraciones del momento, en ocasiones, marque la dirección hacia donde hay que moverse. Un caso relevante, dentro de los muchos que se pueden citar, que nos llega a la memoria es el de Ignae Philipp Semmelweis, un cirujano húngaro del siglo XIX, considerado hoy como el Padre de la asepsia*. Semmelweis caracterizado por actitudes poco convencionales en su época, pero con una aguda capacidad de observación, intuyó que las muertes que se producían en las parturientas del Hospital Maternal de Viena, por fiebre puerperal, se debía a sustancias que transportaban los médicos en sus manos después de estar diseccionando cadáveres en el laboratorio (todavía no se había descubierto el microscopio). Al sugerir el lavado de manos, a los médicos residentes, con solución de hipoclorito cálcico, se vieron disminuidas las defunciones notablemente. A pesar de ello sus colegas -hombre de mucha menos visión y apertura- entre los que se encontraban figuras renombradas de la medicina de entonces, se negaron a incorporar sus recomendaciones tachándolas de descabelladas. Las consecuencias que se derivaron de tan obtuso proceder fueron, por una lado la expulsión de Semmelwes del hospital, debido a la presión de los galenos (un ejemplo patente de la exclusión de aquel que piensa distinto a la generalidad), y la otra, de consecuencia todavía más grave, el incremento de las muertes de las mujeres que alumbraban en el hospital, cifras estas que habían logrado reducirse a partir del protocolo del lavado de manos sugerido por Semmelwes.

     A partir de lo descrito no debería nadie extrañarse, entonces, cuando desde el parecer social o desde el criterio de ciertos profesionales de la conducta se suscriba como sospechosa de inadaptada toda actuación, inclinación o comportamiento poco habitual, pero que en sí mismo no tiene nada de anormal, por más que no cumpla con los criterios de normalidad, tomando este concepto como lo que define a la norma, o sea, lo que abunda 

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     Cada tiempo trae su tipo de hombre, empero, algunos nunca se someterán a los imperativos dominantes durante el momento en que les toca vivir. Si el concepto de adaptación no es revisado seguiremos teniendo sujetos que parecen no lo serían nunca. En este mundo hay seres, cantidad de ellos, que habitualmente solo caminan en la horizontalidad de la vida; otros en cambio jamás se satisfarán sino transitan por la profundidad de la existencias. 




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* Método o procedimiento para evitar que los gérmenes infecten una cosa o un lugar.



viernes, 28 de agosto de 2020

Importancia del estilo de vida: una aproximación a los beneficios del ejercicio para la salud física y mental.

  La expectativa de vida en la actualidad supera, en varios años, la de siglos pasados. Pero además de una mayor longevidad igual se ha visto mejorada la calidad de vida de las personas, si bien en aspectos de orden material (comodidades, mejores medios de transporte, accesibilidad a sistemas de salud, mayor oportunidad educativa, mejores ingresos salarial, lugares de esparcimientos, avances tecnológicos, etc), asimismo en lo concerniente al área del bienestar personal, esto es: psicológico y mental.

Claro que por otro lado existen evidencias que confirman un creciente nivel de insatisfacción en un sector amplio de la población en los últimos 60 años o de estudios que hablan de que se ha triplicado las tasas de depresión y ansiedad desde la década del 1950 -sobre todo en países occidentales del llamado primer mundo. Ello no deja de ser inevitable en un mundo donde los cambios, a diferencia de centurias anteriores, se suceden tan vertiginosamente y, donde a veces, resulta dificultoso adaptarse a las exigencias de una vida moderna frenética. Sumado a todo lo anterior está el crecimiento exponencial que la población mundial ha experimentado, sin precedente en la historia de la humanidad, que obliga, sobre todo en centros urbanos y ciudades, a una convivencia aglomerada con enorme cantidad de gente en espacios cada vez más reducidos. Pero atrás han quedado los años donde la insalubridad, las masivas infecciones bacterianas y víricas o la desnutrición acababan con miles de vidas humanas.  De lo que hoy tiene que cuidarse el ciudadano común -tanto el encumbrado como el de bajo abolengo- no es tanto de las afecciones agudas, aquellas de aparición repentina, para cuyo tratamiento la medicina convencional ha demostrado ser sumamente efectiva, sino de los padecimientos crónicos, los que se van larvando gradualmente con el paso de los años y cuyo origen principal se encuentra en el estilo de vida de la persona.

Hace ya más de 50 años el Informe Lalonde del Ministerio de Salud y Bienestar de Canadá destacó que las variables que más inciden en la salud o la enfermedad son el estilo de vida y el medio ambiente (por encima de la herencia genetica y de la atención sanitaria). Desde entonces cada vez se sabe más, al comprender los mecanismos biológicos, como el cuerpo es tan grandemente afectado por nuestros estados psicológicos y nuestra conducta, pues numerosos aspectos de la manera en que vivimos y nos comportamos favorecen o no el desarrollo de algunos problemas físicos. Por ejemplo, desde hace décadas ha quedado demostrado que la mala alimentación (aunque la comida sea abundante) puede matarnos, que el consumo abuso de alcohol produce cantidad de trastornos orgánicos (daño hepático, disfunción sexual, trastornos cardíacos, desarrollo de cáncer, etc.) y mentales (delirio, pérdida de memoria, daño cognitivo, dificultad con el aprendizaje, etc.); que la falta de horas de sueño aumenta el estrés, dificulta el aprendizaje, aumenta la presión arterial y disminuye la testosterona. Existe cada vez más evidencia de que el sedentarismo se traduce en un factor de riesgo para el desarrollo de enfermedad igual a como lo sería la obesidad, el colesterol elevado o el tabaquismo*. La inactividad, considerada hoy como un handicap de la salud, está directamente relacionada con la enfermedad cardiaca coronaria y se estima como el mayor riesgo de muerte prematura.  


    El ser humano está diseñado para el movimiento, por eso la actividad física le es indispensable para mantenerse en estado saludable. Nuestros antepasados más recientes caminaban enormes distancias en busca de comida, cuando no, tenían que lanzarse a la carrera al ser perseguidos por un predador. La condición de la vida era tan básica hace miles de años que todo implicaba esfuerzo muscular y acción física para asegurar la subsistencia. Pero incluso hace unas centenas de años atrás el sujeto de entonces para cumplir con sus rutinas habituales debía andar grandes distancias, lo que le suponía una constante movilidad de su esqueleto y musculatura.  El contexto de la vida moderna puede, en cambio, facilitar que una persona no recorra a pie ni siquiera 300 mts al día o que el movimiento de su cuerpo se limite a la inclinación para subir al auto o  sentarse en una butaca. Si bien, en el otro extremo, se observa que la acción permanente puede llegar a ser potencialmente nociva para la salud, no lo es tanto por el movimiento, como por la carga de estrés con la que va acompañada.    

     En todo programa encaminado a mejor el estilo de vida se incluye, entre otras recomendaciones, el ejercicio como algo indispensable. Si bien los patrones de dieta, descanso, relajación, horas de sueños, esparcimiento y apoyo social son esenciales, el ejercicio y la actividad física adquieren una importancia capital, al punto de que los expertos en el ámbito de la salud declaran al ejercicio como un importante factor de protección de la salud, capaz de aumentar nuestra expectativa de vida, ya que diferentes investigaciones dan cuenta de que caminar durante 25 minutos diariamente, por ejemplo, puede alargar nuestra expectativa de vida en tres años y medio al retardar todos los marcadores biológicos relacionados con el envejecimiento.  El ejercicio permite que los adultos mayores manatengan la flexibilidad y la elasticidad de las articulaciones, al mismo tiempo que les ayuda a previenir la sarcopenia, que es la pérdida de tejido muscular.

Ya que el ejercicio ofrece tantas ventajas para la salud, vamos entonces a enumerar una lista algo más extensa y detallada de los beneficios que aporta y el bienestar que genera en quienes lo llevan a cabo.

 

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Desde hace décadas los estudios dan cuenta de que ejercitarse previene y disminuye el desarrollo de trastornos cardiovasculares y cerebrovasculares, debido a que contribuye a la reducción de varios factores de riesgo. Por ejemplo, la actividad física ayuda a normalizar el nivel de colesterol y triglicéridos en sangre; reduce tanto la frecuencia cardiaca como la presión sanguínea; combate eficazmente la arteriosclerosis, la lipidemia y la formación de placas de ateroma en las arterias. También reduce la grasa corporal, el sobrepeso y la obesidad. Si a todo ello se le agrega un régimen nutricional correcto los beneficios y resultados son todavía mucho mejor.


El entrenamiento físico ayuda a fortalecer la estructura ósea con lo cual previene eficazmente la osteoporosis. Sirve igualmente para incrementar la masa muscular, favoreciendo la movilidad y la postura corporal; por otro lado, aumenta la fuerza muscular, con el adicional beneficio para el envejeciente de mantener la autonomía de sus movimientos. 


Las investigaciones también apunta a que la rutina física mejora la calidad y la cantidad de sueño, siendo muy importante en sujetos con trastornos de la actividad onírica como el insomnio. El ejercicio mejora la apariencia física, la estructura corporal y con ello el autoconcepto y la autoestima.

Pero todo no se queda en lo físico y orgánico. El ejercicio, por ejemplo, puede incrementar la inteligencia en un 10% a un 15%, ya que mejora el razonamiento lógico, la comprensión verbal y el coeficiente intelectual. En gran parte esto se debe a la producción de los factores de crecimiento que se liberan durante la actividad física, lo que provoca neurogénesis -nacimiento e incremento de nuevas neuronas- en varias partes del cerebro como el hipocampo, una estructura que forma parte del sistema límbico y que está relacionada con el aprendizaje y la memoria. También aumenta el número de sinapsis en el lóbulo prefrontal -zona del cerebro asociada a las funciones ejecutivas de alto nivel como la toma de decisiones, manejo y enfoque de la atención, entre otras. Por eso ejercitarse es profundamente beneficioso para estudiantes y personas que realizan trabajo intelectual.

Los estudios sugieren que el ejercicio puede demorar o prevenir el Alzheimer, debido a que aumenta la conectividad entre las neuronas, estimula el crecimiento de nuevos vasos sanguíneos en el cerebro, así como la cantidad de sustancia gris y blanca, modificando tanto la estructura como la función cerebral.

En la esfera emocional igual se hace evidente el apoyo del ejercicio, pues es el tratamiento de primera línea para casos de estrés, en gran parte porque reduce el cortisol, una hormona sintetizada en la corteza de las glándulas suprarrenales y que está directamente relacionada con el estrés crónico. Existe al mismo tiempo evidencia clínica de que el ejercicio resulta muy eficaz en el tratamiento de sujetos con trastornos de ansiedad. Por otro lado, el ejercicio mejora el estado de ánimo, el humor, la capacidad para disfrutar; contribuye al equilibrio emocional. Los estudios muestran que asimismo mejora tanto la producción como la eficacia de varios neurotransmisores como la serotonina (relacionado al estado de paz y tranquilidad), la dopamina (relacionada con el placer y la sensación de bienestar), la noradrenalina (relacionada con la energía y la atención) y la acetilcolina (conexa con la memoria y el aprendizaje). Algunas investigaciones suscriben que 30 minutos de ejercicio de mediana a alta intensidad puede tener el mismo efecto farmacológico que el Prozac, un antidepresivo de nueva generación utilizado en el tratamiento de la depresión.

Por todo lo antes expuesto no es solo que el ejercicio sea bueno para mantener la salud, sino algo más contundente: el no realizar ejercicio es un factor de riesgo para enfermar. Los tres tipos de ejercicio más importantes se pueden agrupar en las siguientes categorías: aeróbicos, anaeróbico y de estiramiento. Un programa de entrenamiento puede contener un solo tipo, dos o todos ellos, todo depende del objetivo, el tiempo disponible y la necesidad. De todas formas, si se logra realizar todas las modalidades de ejercicio en una semana sería lo más provechoso y en ese sentido los beneficios se apreciarán a corto y mediano plazo.


    Como recomendación final sugerimos un programa de ejercicio que incluya ejercicio aeróbico durante tres días a la semana, a una intensidad moderada, durante un tiempo  45 minutos; ejercicio anaeróbico 3 días a la semana, en rango de intensidad modera, durante 40 minutos aproximadamente (son estas sugerencia generales), y finalmente ejercicio de estiramiento, mismo que puede realizarse diariamente dedicándole de 15 a 20 minutos según la disponibilidad de tiempo en el día. El yoga, que es excelente, se tiene como una gimnasia de estiramiento que además relajar, tonifica y ortalece el sistema nervioso, estimula las glándulas endocrinas y ofrece un masaje vigoroso a distintos órganos internos.

 

    

 

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*La obesidad es un gran problema de salud sanitaria. En Estados Unidos el 61% de la población padece obesidad o sobre peso. También, en los Estados Unidos mueren anualmente uno 450,000 personas por el consumo de tabaco.

           

lunes, 1 de junio de 2020

El silencio: una vía para desarticular la mecanicidad de la conciencia y los patrones enajenantes de la cultura del ruido


¿Por qué agrada estar en la naturaleza, pasar un tiempo en un bosque tupido, en una costa solitaria o detenerse en una campiña montañosa? La perfección de tales espacios genera una emoción reconfortante; esto unido a su tranquilidad y belleza propicia niveles de arrobamiento profundo, mismos que ascienden en la medida del calado de nuestra percepción. Si algo se hace evidente en momentos como estos, por lo menos para un número considerable de seres humanos, es la casi ausencia de pensamientos, la extremada serenidad de nuestra corporeidad y la clara toma de conciencia de haber penetrado en el silencio. No precisamente por ausencia de sonido, pues la naturaleza nunca es muda completamente; lo que sucede es que su resonancia destila armonía, igual como sucede con la música de un instrumento cuando esta va destinada a relajar a quien la escucha.  

Empero, a pesar de que muchos pueden llegar a considerar que la experiencia de arrobamiento que despiertan los lugares despejados y tranquilos es mera subjetividad mística o sensiblería romántica, la evidencia científica señala todo lo contrario. Estar en ambientes silentes, por ejemplo, reduce la presión arterial (lo cual produce un efecto de distensión fisiológica), mejora el sistema inmunológico (aumento de leucocitos y macrófagos), ayuda igualmente a hacer más fuerte las funciones cognitivas y la atención.  En un espacio de silencio nuestro cuerpo segrega endorfina, hormona que reduce el dolor y la sensación de malestar, y neurotransmisores, como la serotonina, que modulan el estado de ánimo haciendo que nos sintamos en paz.  En algunos experimentos realizados con ratones de laboratorio sometidos a dos horas de silencio, se evidenció la creación de nuevas neuronas en el hipocampo de los roedores. El neurocientífico Michael Le Van Quyen, autor del libro: Cerebro y silencio expone, a partir de una experiencia personal y estudios posteriores, que el silencio en los seres humanos promueve el descanso de la corteza prefrontal, mejora la creativa y disminuye notablemente el estrés, logrando un descenso de la excitabilidad fisiológica debida a la ansiedad. Estos datos pueden contrastarse con el informe de la Agencia Europea de Medio Ambiente en el que se apunta que el efecto del ruido (lo contrapuesto al silencio) mata unas 10,000 personas al año. 

Las evidencias precedentes subrayan, entonces, lo concerniente al silencio no como una absurda puerilidad ficticia, por más que lo parezca, si en cambio como algo capaz de optimizar lo físico y lo mental, a pesar de que en estas líneas nos interesa distinguir más lo que este puede aportar desde una perspectiva trascendental. Pero lograr el estado de silencio parece algo más bien semejante a crear una obra de arte, donde además de poseer la actitud indispensable se requiere de un procedimiento -o sea, de una técnica- de un entrenamiento, una disciplina y de la constancia suficiente para llevar a buen término el trabajo. Si bien todos podemos experimentar el silencio -primero por haber sido dotados de un sofisticado sistema sensorial y, segundo, en virtud de la posesión de una masa encefálica receptáculo de nuestros pensamientos- lastimosamente pocos se advienen a desarrollar esta destreza.  

La ausencia de ruido externo, lo que ha llegado a conocerse como silencio exterior o ambiental, favorece el perfeccionamiento de esta pericia, en parte porque en estos lugares no hay cabida -o hay muy poca- para que los diversos estímulos dispersen nuestros sentidos. El silencio interior, el más importante realmente, si bien más difícil de lograr, sólo puede ganarse reduciendo el fondo de nuestros pensamientos que son en el mundo íntimo los grandes generadores de ruido. Lograda la experiencia del silencio se advierte, apenas siendo algo intuitivo, como una condición primordial en cualquier proyecto trascendental, como la emancipación de nuestras limitaciones particulares, aquellas resultantes de los condicionamientos, la educación -la mala educación- de los temores, ansiedades e incongruencias; todo lo que contraría la capacidad de disfrute de la vida. Disfrute no en el sentido egotista, que no es otra cosa más que inmoderación, desenfreno y afectación, sino de júbilo en el sentido beatífico que la expresión sugiere, o sea: celebración. Porque la celebración es gozo, deleite, pero además es solemnidad que es imposible sin una cuota de moderación, de prudencia, de templanza. Finalmente decimos que el silencio al traer consigo, como condición ineludible, la toma de contacto con uno mismo nos hace tomar conciencia de la propia identidad, umbral al infinito de nuestras experiencias más profundas.   


En la estridente cotidianidad y las obligaciones, habitualmente autoimpuesta de cada día, muchas personas pierden con frecuencia el contacto con su mismidad. Enajenadas de su universo esencial vuelcan toda su atención al exterior, al mundo de la actividad incesante, de los compromisos ineludibles, de los anhelos inagotables, de los insatisfechos deseos, o sea, del ruido aletargante que excita sus nervios -su psiquis- y que lo impele a todo tipo de acción en una búsqueda, inconsciente desde luego, hacia un atisbo de paz, de sosiego, de deleite, el cual lograrían de modo más fácil si desterraran la banalidad en que ordinariamente cimentan sus metas*.

Un aspecto distintivo de la inmoderación -fruto de la falta de sosiego- es la incapacidad habitual de guardar silencio; silencio no solamente del órgano fonológico -la boca- sino, sobre todo, silencio de la mente, del pensamiento, de la imaginación. La experiencia del silencio no sólo es rara virtud entre la mayoría de los sujetos, sino que hay quienes nunca la han tenido -y otros que nunca la disfrutarán jamás- a pesar de que a nadie se le niega y toda persona que se lo proponga puede vivenciarla en uno u otro nivel, según su empeño, adiestramiento y disciplina. Pero debido a que el común de las personas asocia el silencio a la soledad, lo que le genera un enorme pavor, es entendible que sientan aversión a la sola idea del mutismo, pues cuando aún no se ha logrado la proeza de hacerse un buen amigo de uno mismo el concepto de compañía siempre se asociará a alguien, una persona o grupo en particular, que nos resguardará de la sensación de aislamiento, o a algo en el exterior: la radio, el televisor, el móvil, la prensa, la internet, idóneos artificios que llenan los instantes de soledad.  Ambos casos son ejemplo de pluralidad de estímulos extrínseco, cuyo objetivo en parte es impedir un asomo al contacto privativo.

Los estímulos, de la índole a la que nos hemos referimos, pueden considerarse una representación del ruido; ruido en su sentido real y no simbólico, de lo cual la conversación y la rumiación mental se destacan notablemente. La conversación, cuando no la discusión, por ejemplo, habitualmente es mero intercambio de sonidos no siempre armónicos, que en ocasiones llega a producir malestar y que no aporta nada, nada realmente estimable, puesto que pocos prestan verdadera atención a lo que dice el otro. Normalmente todos quieren responder, dar su opinión, dejar claro su punto de vista. Pocos escuchan, comprenden y callan. El coloquio cotidiano suele nutrirse de temas insustanciales, que, si bien suelen ser sobre cosas reales, se limitan a la descripción de algún mal social, nacional o sobre un tercero; como si el sólo hecho de detallar los pormenores de una enfermedad bastara para curarla. A este tipo de actividades tiende a dársele mucha preponderancia en determinados círculos, ambientes en los cuales sus contertulios opinan de todo, más no aportan ninguna solución práctica para los males que denuncian. Tanto diálogo que no logra consenso, ni mejoría en la vida propia ni en la de los demás.

La conversación insustancial, superficial y, por ello mismo, banal es uno de los peores vicios socialmente aceptados. Ha calado de tal modo en la psiquis colectiva que hoy genera sospecha todo aquel que llega a ser circunspecto en el habla. Las calles, las oficinas, los clubes, las aceras, los autobuses, las academias, el barrio están infestadas de locuacidad, o sea, de ruido. Existen personas con una necesidad neurótica de conversar, de una prolijidad por expresar cualquier cosa. Al mover la boca continuamente el ansioso logra cierto nivel de tranquilidad, por eso es tan frecuente en los sujetos inquietos la práctica de masticar chicles, pues el movimiento mandibular disipa parcialmente la angustia; esto explica por qué se recomienda la actividad física a individuos nerviosos ya que la acción tiene efectos ansiolíticos. El que no sabe prescindir del habla se escuda en ser muy sociable; simpático se cree en su propia valoración, desconociendo que hasta un saludo cálido y sincero puede expresarse a veces sólo con la gestualidad. Si bien el hablador insensible no precisamente carece de formación, cabe subrayar que abunda más en quienes menos bagaje cultural exhiben. La cultura**, no quepa duda, actúa muchas veces como un preservativo de la cháchara perpetua. A mayor saber las personas se tornan más silentes.  

La otra cara del diálogo lo constituye la rumiación mental. Cuando no se está hablando con alguien más entonces la boca -canal articulador del lenguaje- es relevada por la mente, habitáculo del pensamiento que encarna el otro modo en que puede continuarse una conversación. Pero debido a que nuestra mente es indisciplinada, en ocasiones caótica e inclinada a la asociación, nuestros pensamientos tienden a enredarse con los aspectos menos gratos de nuestra experiencia vital; esto así en virtud de que los pensamientos no están desligados de las emociones ya que uno y otro se producen en el cerebro, en áreas distintas es verdad, pero obligatoriamente interconectadas que se influyen recíprocamente. Entonces cualquier estado emocional disruptivo afectará significativamente el tipo y la calidad de nuestra ideación. La elaboración continua e indiscriminada de pensamientos perturbadores agota la función psíquica, pero además todo el cuerpo, siendo la causa más frecuente de alteraciones orgánicas que pueden degenerar en enfermedades físicas. Desembarazarse, no obstante, de la rumiación mental es posible, lo cual no quiere decir que llegue a ser fácil. Primero, y ante todo, hay que entender que el pensar, en el estado en que nos encontramos actualmente, ha llegado al grado de adicción, que como todas las adicciones genera un placer oculto, ya que con la imaginación habitualmente recreamos como deseamos que sean las cosas externamente: expresamos nuestros deseos, opiniones e increpamos a otra persona su mal proceder hacia nosotros; en la mente somos héroes en nuestra propia ideación, aunque esta esté colmada de resentimiento, ira, venganza, aberraciones que son al mismo tiempo resultado y causa de cantidad de desequilibrios.  Por eso, acallar el ruido mental puede tornarse, en ocasiones, una cruzada ardua y penosa, pues hasta no desterrar de la psiquis el cúmulo de pulsiones biliosas, darán vuelta en nuestra mente recurrentes imágenes de desagravio máxime, en sujetos con algún cuadro de ansiedad perniciosa, como en el trastorno obsesivo, donde las ideas recurrentes se hacen tan imposibles de controlar, que debe recurrirse a la medicación para poder controlarlas.

Luego de lo anteriormente expuesto, tenemos el ruido de la actividad frenética, el que se origina al correr tras el “éxito”, ese engendro execrable en gran parte producto del capitalismo hedonista, que no es, en la mayor parte de las veces, más que ambición y avidez, la intención de compensar una sensación de minusvalía personal tras la consecución de una ganancia material. Hace ya tiempo cuando la psicoanalista Karen Honey describió en su libro La personalidad neurótica de nuestro tiempo, como la carencia de afecto durante la infancia hace que muchos sujetos al crecer desarrollen un impulso irrefrenable por conseguir aprobación social. Unos, dice la autora, se inclinan por la avidez desmedida de dinero, de bienes y de comodidades, obteniéndolas muchas veces; otros en cambio lo que les importa es el poder y tras él la adulación y la admiración; también señala Horney los que se convierten en individuos amables en demasía, serviciales, espléndidos como trabajadores, como vecinos, etc., todo con la finalidad de ser valorados como personas condescendientes, responsables, colaboradoras, honorables. En sí mismo cabe aclarar, sobre esto último, que dichas características no tienen por qué ser -ni lo son- conductas impropias, todo lo contrario, el examen de la escritora lo delata cuando tales actitudes no surgen de la autenticidad y espontaneidad legitima, sino de la necesidad de ser alagados, tomados en cuenta, o sea, cuando son el fruto de una dependencia, de una subordinación a la que la escritora denominaba: sumisión. Una doblegación inconsciente a un estereotipo de sujeto socialmente correcto.


La distracción -conocida corrientemente como diversión- se tiene como la productora de ruido por antonomasia; suponen algunos que esta forma de esparcimiento, la que pretende brindar cierta distensión, propia para el ocio, contribuye visiblemente al solaz. Pero nada puede estar más desviado de dicho propósito, ya que la llamada distracción, como su etimología en latín lo indica: dis, que significa separación o desunión y thahere cuya traslación es arrastrar, tirar, puede definirse mejor como lo que separa de sí y arrastras hacia afuera, al exterior. Por eso toda alma distraída es también un ente extraviado, descarriado (no en un sentido religioso), perdido.  Perdido en el ruido de la distracción, aletargado por la bulla, la música ensordecedora, el barullo, el movimiento delirante, la risa descompuesta. Obsérvese que en casi toda distracción-diversión predomina algún tipo de narcótico, los que se inhalan por la nariz o la boca o los que se ingieren en bebidas etílicas. Diariamente, semanalmente, en el mundo millones de personas invierten ingentes cantidades de recursos en embotar sus mentes, llenarla de estupor, acaso con el oculto designio de acallar su vacío, su desesperación, sus pensamientos, en otras palabras, su ruido, su ruido mental.  El que constantemente busca comer -comer más allá de la sensata necesidad- bien podrá ser considerado un glotón; el que tiene la urgencia de apostar toda la semana muy probablemente se le estime como ludópata; quien no logra relaciones duraderas y estables, sino más bien múltiples y vanas se le señalará de promiscuo; de igual modo el que pretende asiduamente divertirse sin duda puede ser considerado un descontento, un afligido, un aburrido y, en no pocas ocasiones, un trastornado.    

Todos estos modos de ruidos, a los que nos hemos referido, se originan inicialmente en la mente, teniendo como punto de partida los pensamientos. Le influyen, no obstante, además de nuestra incapacidad para controlar las fluctuaciones mentales, el tipo de compañía de las que nos rodeamos. Los hábitos, los vicios, así como la compostura se asimilan desde muy temprano en la infancia imitando los modelos que más cercano tenemos. Esto no niega que hay individuos que desde muy tierna edad logran desechar de su patrón conductual modelos, aun parentales, que no encajan con ciertas tendencias innatas que le son muy propias -esto tanto para lo positivo como lo negativo. Entonces convenimos reconocer que el influjo de un tercero afecta -si no somos lo suficientemente autónomos- nuestras creencias, opiniones, punto de vista, y, en definitiva, nuestra mente, nuestra ideación y actuación.     

Los ambientes y el tipo de personas con las que interactuamos con frecuencia llegan a determinar muchos aspectos de nuestra vida si no somos vigilancia. Por lo tanto, si en alguna ocasión se desea cultivar el silencio, beneficiarse de su influjo renovador, debe comenzarse con realizar un distanciamiento de todo lugar o persona que constituya un incordio para el propósito ulterior. No ha de confundirse la actual recomendación como una disposición discriminatoria en el sentido de denostar ligeramente a algún conocido o allegado. Todo designio se acompaña siempre de unas pautas de conductas necesarias que faciliten la consecución del objetivo elegido. Si el nuestro ha sido trascender el ordinario estado de confusión, instaurado por el ruido (verbal, mental, ambiental), la toma de precaución debe ser vista como una medida salutífera, requisito imprescindible para nuestro avance, y nada más.  

Agotado lo concerniente a las compañías y ambientes, decíamos que la inhabilidad para refrenar las fluctuaciones mentales es el otro portentoso obstáculo que nos impide adoptar la actitud silente. Nuestra atención esta dispersa y eso se debe, entre otras razones, a que nunca nos enseñaron a enfocarla y nosotros mismos jamás pensamos en ello. A pesar de lo dicho, algo de entrenamiento ya tenemos, pues cuando algo nos motiva solemos atender con más cuidado y por un lazo de tiempo mayor. Fuera de tales ocasiones, entonces, un calidoscopio de vahídos intereses ocupan nuestra atención. Entonces hasta que nuestro interés por el silencio no sea auténtico, real y sincero poco puede esperarse de cualquier intento. En cambio, si creemos estar lo suficientemente motivados podemos empezar tomando conciencia de que habitamos en medio del ruido, y de que nosotros mismos con nuestro exceso de charla, de movimiento y de pensamientos contribuimos con ello. Este ejercicio aparentemente simple, logra, empero, si lo practicamos diariamente, convertirse en un punto de inflexión en nuestro estado habitual de consciencia.

Recordemos que el ruido -en las distintas manifestaciones que hemos descrito- se convierte en muchas personas en un sucedáneo bastante persuasivo de la sensación de “bienestar”, con lo cual nosotros mismos posiblemente estemos habituados en algún grado y en más de un aspecto a su excitante estímulo y nos resulte incómodo desapegarnos -desligarnos- del aparente bien que nos suministra y al que nos hemos venido acostumbrando.

Aunque la meta ulterior es acallar la mente -esto debe entenderse como disminuir el exceso de pensamiento y estar en una estado más consciente y receptivo, pues la mente nunca puede estar libre totalmente de pensamientos- comenzar por hablar cada vez menos, dominar el impulso por dar nuestra opinión o deponer la discusión estéril, es otro gran paso que podemos dar en esa dirección. Esto favorecerá ir ganando un dominio mental que, aunque aparentemente nimio, no dejará de ser valioso y nos acercará enormemente a nuestro objetivo. En verdad, aunque lo ideal estriba en el silencio de la mente, la conquista del habla, de la incontinencia verbal, ayuda muchísimo y, en sí misma, es una condición previa al logro de aquella. Por otro lado, también ayudará si nuestros pensamientos habituales se condensan hacia cosas e ideas positivas. Recordar lo bueno y amable, las experiencias enriquecedoras, los buenos momentos. Esto no implica construir un mundo de sueños, por alejar de nosotros aquellos aspectos negativos de nuestra experiencia y del mundo; esto lo que busca es establecernos, desde nuestra mente, en una realidad más saludables, misma que más bien nos permitirá afronta con una actitud más operativa los desafíos de la vida, no por un exceso de optimismo, sino por una polarización hacia los aspectos más efectivos de nuestros recursos internos.


Sería impensable en un tema como el del silencio no tocar lo concerniente a la meditación, ya que el silencio es tan inherente a la meditación, como a la meditación le es consustancial el silencio. Meditar es reducir la ingente cantidad de pensamientos erráticos, para focalizar la mente en una sensación, imagen o idea, anulando toda otra interferencia que nos desvié del propósito en cuestión. Realmente esto último puede transferirse al concepto de concentración de mantener fija la atención en un foco; lo que sucede es que al sostener la atención encausada en un punto durante un tiempo se entra de forma natural al estado meditativo. Existen varios métodos de meditación derivados de distintos sistemas y escuelas; algunos se centran en la respiración (observar la inhalación y la exhalación de forma relajada), en la percepción de una imagen (una vela, por ejemplo) o en un concepto (el amor, la bondad, paz, etc.). Cualquiera que sea la técnica escogida lo importante radica en la regularidad con la que se la practique, ateniéndose a realizarla a la misma hora, en la misma postura y, preferiblemente, en el mismo lugar.

 Para quienes asocian la meditación a una postura quieta e inmóvil y quizás piensen que esto no es para ellos, por las molestias que le suponen y por vincularla a una práctica ascética, deben saber que existe un tipo de meditación activa***, capaz de poder ser llevada en la vida cotidiana, donde el énfasis radica en poner una atención fluida y serena en cada actividad que se realiza; procurando no distraerse con pensamientos hacia el pasado ni ideaciones sobre el futuro, sino estar lo más presente posible, en lo que se ha denominado: el aquí y el ahora. Si caminamos observar el movimiento de desplazamiento del cuerpo, el nivel de tensión de los músculos involucrados, etc., al comer tomar consciencia del sabor del alimento, de la acción de llevar la comida a la boca, de la deglución y otras sensaciones; y así sucesivamente con todo en lo que nos involucramos, desde darnos un baño hasta el vestirnos; desde hablar hasta conducir. Desde estar en una junta de negocios o en un lugar de esparcimiento. Todo lo anterior vale ser aplicado a los aspectos emocionales: alegría, tristeza, ira, etc.; pues al monitorearlos, al hacernos más conscientes de ellos, minimizamos su impacto en nosotros. Si son nocivos lo advertimos, lo modificamos o lo regulamos; en el caso de emociones positivas impedimos que se desborden modulándolas. Este modo de atención encauzada transforma la experiencia cotidiana y la llena de frescura y de distensión. El entrenamiento en la técnica de la presencia -el aquí y ahora- aporta unos resultados inconmensurables que por razones de espacios no vamos a detallarlos aquí, pero que bien vale la pena intentarlo. El objetivo primordial de la misma reside en mantenerse centrados, en un estado sereno, de tranquilidad, de ser observadores y testigo de lo que nos acontece; amerita de una tentativa constante de conserva la mente serena, el cuerpo relajado y la respiración llevada a un nivel de mayor profundidad.

De todos modos, importa resaltar que la meditación estática (la meditación clásica sentados) y la meditación activa (el aquí y el ahora), ciertamente son un continuum de un mismo proceso que se segmenta por la necesidad de la demanda del contexto en un momento dado. Una y otra convendría, entonces, incluirlas en un programa disciplinario, ya que se potencian mutuamente, haciendo que aquella haga más fácil y practicable esta. Si esto se logra, el trabajo en conjunto producirá una ruptura con el automatismo, tanto conductual, emocional y mental que nos ha caracterizado. Literalmente, el adiestramiento de la atención en el momento presente unido a la meditación estática nos cambiará, si lo practicamos, la vida misma. Cabe subrayar que una cuota, significativa, de arrojo, disciplina y continuidad de propósito será imprescindible para ver los resultados. El esfuerzo, no obstante, téngase la seguridad de que valdrá la pena.


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* Las metas ordinarias de las personas comunes se pueden subscribir, regularmente, en: dinero, lujos, comodidades, extravagancias, viajes o conquistas amorosas. Otro grupo de sujetos pueden desear: poder, renombre, admiración, grados académicos, etc.; pero en general, casi todos estos logros, que no tienen por qué ser malos en sí mismos, buscan compensar algún vacío interno, cierto nivel de inconformidad, determinado sentimiento de minusvalía personal y, en los casos más insano, una patología psicológica encubierta.

** Los ejemplos y citas que hablan de la densidad del hombre ilustrado (culto, educado, intelectual...) en contraposición de la necedad del sujeto superficial abundan. Un clásico ejemplo lo tenemos en la cita: "Cuanto más vacía está la carreta más ruido hace".  Esto hace clara alusión a que las mientras más ignorante llega a ser  un sujeto suele tener un comportamiento ruidoso o exhibicionistas (como en todo, habrá sus excepciones). La persona cultivada, en cambio, por lo regular, en gran medida se caracteriza, por una actitud más discreta,  mesurada y  reflexiva. 

***La ansiedad desmedida y el estrés crónico muchas veces hacen difícil que la persona pueda llegar a controlar la avalancha de pensamientos y emociones que tiene a diario, ya que el sistema nervioso se encuentra tan sobreexcitado, con una estimulación predominante del sistema nervioso simpático. Una manera de modular esta hiperactividad simpática es acudir a varias ayudas: por ejemplo, realizar actividad física sistemáticamente (ejercicio), manejar mejor la nutrición (aportando mayor cantidad de vitaminas del complejo B, vitamina C, magnesio, Omega 3, por ejemplo). Incluir, además, hierbas que ayuden a relajar el sistema nervioso y que calmen la mente como: el Ashwagandha y la Rodhiola. También se puede incluir aminoácidos como L-Teanina o el 5htp que promueven una mayor producción de dopamina y serotonina. Ambos neurotransmisores permiten disfrutar de una sensación de mayor tranquilidad y bienestar mental. Aprender alguna técnica de respiración propia del yoga puede asimismo ser importante, ejemplo: respiración alterna y respiración de fuego, respiración profunda, son una buena opción para tales fines.  Un programa que incluya todo lo sugerido no solamente contribuirá con una mejor salud física, igualmente propiciará salud mental y emocional y, por su puesto, la oportunidad de obtener un mejor control los pensamientos.

**** El Mindfulness, un tipo de meditación derivado de la tradición budista Vipasana, enseña a estar en el presente. Es un tipo de meditación que hoy se aprende en clínicas y centros de salud en distintas partes del mundo. Para el trabajo con el aquí y ahora los libros y videos de Eckhart Tolle son una guía interesante para adentrarse en esta práctica.      

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Libros recomendados: Para un estudio sistemático del silencio, de cómo practicarlo, comprender a fondo su disciplina y, sobre todo, mantener la motivación, sugerimos varias obras que pueden ser guía constante en el desarrollo de esta alta destreza humana.  

   El silencio habla de Eckhart Tolle
    El sonido del silencio de Graf Durckheim 
    Video: La Serenidad – de Eckhart Tolle (donde expone la practica de la presencia)
    Mindfulness para principiantes de John Kabat-Zinn (se encuentra en PDF)
    Mantente presente de Ajaan Lee Dhammadharo (se encuentra en PDF)
















miércoles, 3 de octubre de 2018

Una mirada panoramica del bienestar

  Toda persona busca estar bien, conseguir el bienestar, aun cuando los medios que elija no sean habitualmente los correctos. La sociedad, regularmente, suele extraviar a quienes ingenuamente intentan alcanzar un alto grado de satisfacción, debido, entre otras razones, a que los modelos predominantes en que inspirarse no siempre son los más saludables o éticos. Si bien es cierto que durante el último siglo se produjo un aumento significativo del bienestar social y material, este en gran medida se quedó en los aspectos externos que hacían la vida más cómoda y agradable, no profundizándose en aspectos menos obvios que, aún cuando, por ser intangibles no dejaban de ser constitutivamente relevantes y, a veces, el principal foco para el bienestar humano.
     Las primeras definiciones sobre el concepto de calidad de vida (término con el que se pretendía medir el bienestar material alcanzado por una sociedad), sólo tomaban en cuenta cuantificaciones tales como el índice del producto interno bruto, el nivel de seguridad social, el ingreso Per cápita o el nivel de educación general. Todo esto fue bueno, y siempre será reconocido que cuando estos aspectos están bien instalados la sociedad se encuentra en un umbral de desarrollo bastante deseado. De todas maneras lo que han mostrado algunas investigaciones que vienen realizándose desde hace algo más de treinta años -tanto en Estados Unidos, Europa y Japón- es que el progreso, el progreso material, por sí sólo no lleva apareado en igual medida un más alto índice de satisfacción personal a lo que se ha llamado bienestar subjetivo.
     Estos resultados plantearon la necesidad de complementar el círculo de la realización personal orientándose hacia aquellos aspectos, si bien menos tangibles, igualmente importantes que hacen la vida de las personas más satisfactoria y significativa. Esto, en parte, ha sido el esfuerzo de un grupo de psicólogos, pero también de economistas, sociólogos y neurocientíficos, que se han interesado en el tema del bienestar humano y de lo que hace que los seres humanos sean felices. Sobre todo esto hablaremos a continuación.

Las variables -externar e internas- del bienestar

     El bienestar es un concepto amplio que engloba muchas vertientes, más de las que tradicionalmente se ha solido estipular. Regularmente se habla de bienestar referido al nivel o calidad de vida que es factible obtener en una nación y cuyo punto de comparación se orienta a los alcanzados en los llamados países desarrollados. Las bases de este bienestar se suscriben a los puntos de acceso a la salud (medicina y medicamentos); alimentación: cuyos requisitos calóricos, proteicos y vitamínicos sean esenciales; agua potable, fuentes de energías disponibles (que permitan calefacción e iluminación); educación, vivienda, saneamiento; vestimenta y calzado, transporte para el trabajo y el estudio, acceso a la información, descanso y recreación. Estos puntos, sin ser del todo exhaustivos, componen, no obstante, los elementos fundamentales relacionados con el bienestar en términos sociales.

     Las sociedades modernas ofrecen, fuera de lo que son las necesidades básicas, bienes de consumo que si bien no son obligatoriamente superfluos, su obtención no forzosamente contribuye a incrementar la situación de bienestar. Por ejemplo, un automóvil reporta comodidad innegable, pero su ausencia no indefectiblemente elimina el bienestar (claro que puede restar comodidad). De igual forma disponer de un excedente de ingresos que en gran parte se destine, por ejemplo, al consumo de bebidas alcohólicas, sexualidad irresponsable, gastos superfluos, lujos desmedidos, u otras recreaciones insensatas, puede afectar negativamente el bienestar.
     En las sociedades capitalistas una gran cantidad de objetos se ofrecen en el mercado de consumo para generar satisfacción al precio de una depredación inmensa de los recursos naturales, motivado por una estrategia a favor del consumo, cuya finalidad es crear lucro y no una honesta preocupación por una vida mejor. Esto puede ser observado claramente en algunos países desarrollados (Estados Unidos, Brasil, Alemania, Taiwán) cuya calidad de vida no se iguala en índice al bienestar humano obtenido por sus ciudadanos quienes, según estimaciones, presentan elevados niveles de estrés, ansiedad, depresión y tazas muy altas de enfermedades cardiovasculares (Lora y Chaparro, 2008).
     El concepto del bienestar basado sólo en el progreso monetario está siendo cuestionado hoy día, al punto de que economistas como Joseph Stiglitz y Amontya Sen (Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económicoy del Progreso Social 2008), ambos premios Nobel, plantean que la calidad de vida debe ser definida en términos más holístico y mucho más amplios de lo que se conoce como Producto Interno Bruto (PIB), debiendo incluir el de Felicidad Interna Bruta (FIB). De hecho los alcances del PIB que se toman como relación del desarrollo consiguen número tan elevados –en los países del primer mundo- debido principalmente a la cuantía de recursos generado por la atención médica. Si esto prueba la eficiencia del sistema de salud social, implícitamente sugiere también cifras más numerosas de enfermedades atendidas. Una nación desarrollada debería basar sus índices de progreso en menores casos enfermedades y no sólo en la mejor atención hacia estas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho público el informe de que aproximadamente el 80% de todas las enfermedades se deben o se agravan por un factor emocional disfuncional. Una sociedad -materialmente hablando- más prospera igualmente debe estar gestando sujetos más equilibrados emocional y mentalmente, aunque tal parece que esto no es lo que está aconteciendo.
     Las ideologías que sostienen que la superación de todas las trabas económicas garantizaría ampliamente la satisfacción de los individuos, tendrán que revisar sus proposiciones en miras de que las más recientes investigaciones científicas sobre la felicidad no apoyan dicha tesis.  El actual criterio integral del bienestar apunta a que mayor calidad de vida, entendida como necesidades básicas cubiertas de forma holgada y más disponibilidad de consumo, no agota la extensión del concepto. Existen otras dimensiones, dentro de la calidad de vida que se refieren a aspectos un tanto inmaterial que involucran el desarrollo humano y que integran elementos como afectividad, valores, sanidad psicológica, crecimiento interior, estados de paz, tranquilidad emocional y calidad en las relaciones interpersonales. Todos ellos deben ser incluidos dentro de la dimensión de bienestar. En tal sentido desarticular condicionamientos negativos adquiridos durante la infancia, superar traumas psicológicos y reactividad emocional neurótica, es también trabajar para el bienestar individual y social. Una personalidad equilibrada, serena y madura, sugiere el logro de un nivel de bienestar subjetivo bastante alto (Peterson y Bossia, 1991).

El bienestar humano

     Es mucho lo que se ha escrito justificando que lo que más afecta a una persona ante un hecho o circunstancia no es el hecho en sí mismo, sino más bien la interpretación que se hace sobre el mismo. Si esto es así –y creemos que lo es- los eventos no tienen una consecuencia absoluta, sino relativa que depende de la interpretación subjetiva. Esa interpretación varía según la personalidad de cada cual.

     Para Gordon Allport la personalidad es "la construcción que se edifica a partir de la entidad  física, la educación, el aprendizaje, el comportamiento, el condicionamiento, los gustos y las tendencias particulares(Susan C. Cloninger, 2003). Es un constructo muy amplio que para ser comprendido es requisito definir los otros dos elementos que le son consustanciales: el carácter y el temperamento. El primero no es una herencia ni biológica ni social, sino más bien se construye ejercitando la volición ante las circunstancias, o sea, la templanza o la cortedad con el que se enfrentan los retos de la vida. Más "carácter" tiene una persona en la medida en que más consciente ha sido a la hora de solucionar las trabas, inconvenientes o dificultades con la que ha tenido que lidiar. Un aspecto del carácter puede vincularse a los valores, entendiendo como tal las convicciones propias que la persona desarrolla en su vida. El temperamento, en cambio, es de una naturaleza más biológica (heredada) pues proviene del resultado de la combinación genética de los progenitores. Por su misma condición es de difícil modificación, aunque puede, con entrenamiento y educación, refinarse algunas de sus esenciales inclinaciones. El temperamento determina aspectos tales como lo impetuoso o calmado que se tiende a ser (al primer caso se le podría llamar sanguíneo, al segundo, flemático). Sobre ello existe una extensa literatura que viene desde Hipócrates en su división de los temperamentos. Posteriormente otros describieron que la diferencia en la complexión (Kretschmer: picnico, astenico, atlético o Shledon: endomorfo, mesomorfo, ectomorfo) determina la naturaleza de nuestra constitución anímica. 
     Como puede observarse, la persona es entonces el fruto tanto de su constitución biológica, como del condicionamiento que le ha llegado del entorno. En ambos universos, en uno más que en otro,  el individuo puede lograr cierta autonomía y modificar, mejorar, cambiar o adquirir maneras, comportamientos o actitudes que le sean provechosas, adecuadas y que le proporcionen mayor satisfacción en los años de su paso por este mundo. Una concluyente frase del filósofo francés Jean-Paul Sartre lo dice mejor: “un hombre es lo que hace con lo que hicieron de él”.
     Como todo ser humano hereda una cantidad de alteraciones genéticas (algún mal funcionamiento nervioso, glandular, cerebral, inmunológico o metabólico) y, medioambientalmente hablando, un sistema:  parental, social, político, económico y cultural imperfecto, es muy razonable considerar que llegar a una vida relativamente plena amerita de una fuerte autoresponsabilidad que  permita:
      1) Conocer y comprender nuestros puntos más vulnerables
      2) Reconocer las fortalezas con las que contamos y robustecerlas
     Por lo regular, el bienestar, en términos psicológico, implica dos aspectos iniciales, cuyas ramificaciones ocupan la parte emocional y mental de todo individuo. Veamos:
1)      Emocional: en esta dimensión el trabajo consiste, fundamentalmente, en desechar las emociones negativas, regular la afectividad, o sea, equilibrarla e inclinar la balanza hacia las emociones positivas. Algunos han supuesto que apartar de sí las emociones negativas es inadecuado porque ello sería como reprimirlas y negar lo humana que son. Esta visión, desde luego, tiene parte de razón pues la tristeza o la ira son estados naturales que han jugado un rol importante en el proceso evolutiva de la especie. Las emociones básicas han contribuido con la supervivencia y su carácter instintivo permitieron garantizar la integridad física de quien se encontraba -y encuentra hoy día- en peligro. Fuera de tales escenarios,  muchas emociones, que llamaremos negativas, han sido reforzadas más bien por el contexto social y educativo, no siendo pulsiones saludables y lo único que consiguen es apartarnos de un estado interno más sosegado.
2) Mental: el esfuerzo aquí se centrará en  adquirir una mayor conciencia de los pensamientos, reconocer el intrínseco vínculo entre emoción-mente (como aquella afecta a ésta) y entrenarse en controlar la mente (educar su contenido, trabajando su estructura).

El bienestar subjetivo
     Un nuevo tipo de literatura sobre bienestar subjetivo viene liderando las investigaciones en torno a la felicidad, la satisfacción con la vida y el afecto positivo. Estos términos que tomados de manera aislada muchas veces resultan vagos, por lo inespecíficos que suelen ser, son parte del interés de muchos investigadores sociales. Quizás por que a través de la historia muy pocos filósofos han considerado el tema de la felicidad, juzgándolo a veces de irrelevante,  haya influido esto en que los psicólogos igualmente durante demasiado tiempo lo hayan ignorado, priorizando la exploración de las psicopatologías (Brenner, 1982). Al momento el concepto global de felicidad que se está estudiando, desde la psicología, está siendo reemplazado por conceptos más específicos y mejor definidos, para fines operacional, e incluso se están desarrollando instrumentos de medición al mismo tiempo que avanza la teoría.


   Las definiciones de bienestar y de felicidad pueden agruparse dentro de dos categorías: como virtud (Eudaemonia), que es la concepción griega de una existencia sujeta a juicios normativos correctos y como satisfacción por la vida (nuestro bienestar subjetivo), la cual es la designación  que le dan los científicos sociales. Aquí nos interesa más este último sentido, el cual es una explicación más ampliada –y menos normativa- que implica evaluación global de la calidad de vida de acuerdo con los criterios elegidos por ella misma. Una tercera noción, igualmente válida, pero quizás algo más limitada es aquella que enfatiza que la felicidad o el bienestar como la experiencia de emociones placenteras (hedonismo), o sea, la preponderancia del afecto positivo sobre el negativo.

     Actualmente está tomando mucho peso que la satisfacción subjetiva, en todos los aspectos de la vida de una persona, es la variable más determinante en el nivel de bienestar y felicidad que puede alcanzar una persona, misma que queda por encima de otras variables como el aumento de ingreso, la personalidad, la salud, la edad, el género, la raza, la religión, el matrimonio, el contacto social y cualquier otra actividad general (Brenner, 1982).  Esta satisfacción subjetiva que lleva al bienestar o la felicidad puede asumir dos características de acuerdo a que tan frecuente o permanente en el tiempo llega a ser, pudiéndose presentarse como rasgo y como estado. En el primer caso se trata de una predisposición (genética o psicológica) a experimentar ciertos niveles de afectos o sentimientos positivos, independientemente de las variables externa que la obstaculicen. En el segundo caso, el estado, sugiere una sensación de placidez intermitente que se incrementa o se reduce de acuerdo a lo favorable o no que puedan ser las circunstancias (Cuadra & Florenzano, 2003).   


Los promotores del bienestar

     El nacimiento de la psicología -la psicología científica- lleva algo más de un siglo. En tan largo –y a la vez corto tiempo, si se la compara con otras ciencias- el avance ha sido extraordinario y el conocimiento de la dinámica inconsciente, de los comportamientos condicionados, del pensamiento disfuncional y de las potencialidades humanas ha sido seriamente estudiado y compilado. Después de cien años de investigación, el profesional dedicado a la psicología, sobre todo cuando está bien preparado, dispone de un abanico de recursos muchos de ellos científicamente comprobados, capaz de modificar conductas desadaptadas, mejorar respuestas cognitivas ineficaces, incorporar estabilidad emocional donde no existe, proporcionar mayor armonía interpersonal, reducir niveles excesivos de estrés, solucionar estados de ansiedad patológicos, mejorar estados depresivos, incentivar conductas proactivas, contribuir aún mejor aprendizaje intelectual, hacer más llevadera una perdida personal, reponerse con más prontitud de una frustración, catástrofe o enfermedad, aprender a enfrentar mejor algunos retos o superar una tendencia o adicción esclavizantes (Sue & Sue, 2002).  

    
     Para conseguir todo lo anterior el psicólogo se vale del enfoque clínico en que se ha preparado o realizando un abordaje integral que involucre el uso varias corrientes psicológicas clínicamente aceptadas; todo esto como un modo de enriquecer su trabajo. Si bien desde hace unas décadas algunos terapeutas vienen integrando a sus tratamientos algunas prácticas nacidas fuera del contexto clínico, como es el caso de las técnicas de respiración o meditación, se hace necesario aclarar que esto ha sido así después que las mismas llegaron a pasar por el cedazo de la evidencia científica, la cual mesuró y comprobó su utilidad y beneficios (Kabat-Zinn, 2005).  Todo puede ser lícitamente aceptado cuando la validación de lo que se ofrece es factible de justificarse por métodos empíricos.

      En los actuales momentos, fuera de los círculos clínicos tradicionales, una ingente cantidad de sujetos se dedican al ofrecimiento de entrenamiento y pautas para una vida más plena, satisfactoria, en fin, de mayor bienestar. Algunas de las personas que se dedican a esto han realizados estudios en el campo de la motivación humana, la psicología o la medicina; otros, tal vez la mayoría, de aval menos definido, también se han infiltrado en el campo. La vía a través de las cual hacen llegar su propuesta a los grupos interesados es generalmente por medio de seminarios y talleres. Muchos dicen que no pretenden suplantar el lugar del psicoterapeuta y que su trabajo más bien se circunscribe  a un acompañamiento, pues al no  sugerir cambios, no dar orientación, no aconsejar, su fin se limita a lograr que las personas conecten con su propio potencial. Mientras que todo esto suena poético, algo bucólico sin duda, y puesto que parece no ocasionar ningún daño, puede considerarse como un recurso válido, siempre que no se involucren en áreas que no son del todo de su competencia sino más propias del profesional de la psicología clínica.  

     Si algo ha quedado claro en el campo de la salud mental y psicológica es que el cambio, la conquista de una conducta madura, la superación de cualquier condición psicológica desajustada o la simple construcción de una autoestima saludable, requiere tiempo y trabajo concienzudo. Las formulas generales y rápidas pocas veces producen resultados fiables y duraderos y esto, es a lo que a nuestro juicio, y con todo respeto, muchas de estas propuestas pretenden.  Por otro lado es importante apuntar que en psicología clínica se sabe que lo óptimo para que un paciente consiga mejoras en terapia debe asistir a entre veinte a cuarenta sesiones. Menos del mínimo señalado puede no garantizar un bienestar mesurable significativo y sí una mayor probabilidad de recaídas (Psicología clínica, 2003), si la condición personal a tratar es crónica o decididamente seria. Si hacemos una suma cronológica de un promedio de treinta sesiones terapéuticas -a razón de una por semana- esto da unos siete meses aproximadamente. Tengamos en cuenta que aún los grupos de encuentro y de autoayuda, como los de Alcohólicos Anónimos, precisan de reuniones semanales, durante varios meses para que los asistentes logren ir incorporando conductas más saludables,  mejoren su autorrefencia y desarrollen estrategias efectivas de afrontamiento. Esto puede hacerse extensivo para cualquier tipo de modificación de conducta o superación de alguna condición psicológica o emocional, independientemente de que se tenga o no una patología manifiesta. 

     Por otro lado, los programas de psicoeducacion o entrenamiento que incluyen unas diez sesiones cumplen, más o menos, los criterios precedentes si el psicoterapeuta es competente, si la propuesta terapéutica es confiable y si la condición a tratar no tiene una implicación profunda en la personalidad, en la mente o en la emocionalidad del paciente en cuestión. Cuando se presentan todos estos factores entonces diez sesiones pueden resultar efectivas (psicoterapia breve). Así pues, que asistir a talleres y seminarios, sin duda, resulta una agradable ocasión para incrementar nuestros niveles de motivación y para aprender estrategias que aporten bienestar a nuestra vida, aunque, la intervención del profesional de la psicología sigue siendo el medio, hasta el momento, más idóneo para obtener salud mental, psicológica y, apropósito del tema, bienestar subjetivo.

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-Brenner, Charles (1982). The Mind in Conflict. New York: International Universities Press.
-Cuadra, Haydée; Florenzano, Ramón (2003).  El bienestar subjetivo: hacia una psicología positiva
  Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo: Revista académica de la Universidad de Chile.
-Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económicoy del Progreso Social 2008.
-Lora y Chaparro, 2008. La conflictiva relación entre la satisfacción y el ingreso.
-Timothy J. Trull (2003). Psicología Clínica. 5ta. Edición, Thomson. México.
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