La sensación de que se ha alcanzado un enorme progreso
en lo referente a lo que produce el bienestar, en gran medida, se debe a que
durante la Edad Media
todo el tesoro de conocimientos científico y médico adquirido con anterioridad
fue dejado a un lado, dando paso a un esquema de visión supersticiosa, donde
las afecciones y trastornos comenzaron hacer atribuidos a entidades y
posesiones de espíritus descarriados. En esto tuvo mucho que ver la hegemónica
autoridad eclesial de entonces.
Puede resultar decepcionante para algunos darse cuenta
de que generar bienestar pueda ser algo tan alcance de cada uno. El bienestar ordinariamente descansa en dos bases
–claro que esto es un modo reduccionista de presentarlo, pero para lo que se desea
mostrar es válido- una que llamaremos externa y otra interna. La primera,
la externa, puede resumirse en tres aspectos: a) descanso suficiente, b) nutrición
inteligente (eliminación de hábitos contrarios a la salud: cigarro, drogas, alcohol, etc. y la inclusión de suplementos) y c) ejercicio. Esto no significa que ellos sólo abarquen el espectro
total de la misma, pero bien se pueden señalar como los más imprescindibles. A pesar de que tales pautas parecen –y son- tan sencillas, resulta intrigante porque tan pocas personas las toman en cuenta. Una explicación plausible puede ser que integrarla en la rutina cotidiana precise de continuidad de propósito, cuestión ésta que a su vez requiere de disciplina, la cual se tiene como una de las competencias menos desarrolladas en las personas. Si bien el común de las personas puede con facilidad dedicar ocho horas a su trabajo semanas tras semanas y meses tras meses, este tipo de actividad –generalmente obligatoria para la subsistencia- tiene recompensas inmediatas y el compromiso que conlleva puede no demandar mucha disciplina.
En lo que respecta a la base interna, señalarémos igualmente tres elementos, que como ya cabe esperar no serían los únicos, pero que haciendo la salvedad anterior, serían sumamente importantes: a) desarrollo de la autoconciencia, b) manejo del autocontrol, c) internalización de emociones positivas. Sin lugar a duda los aspectos internos son menos reconocidos por el sujeto ordinario y, desde luego, su trabajo requiere algo de estudio o dirección. Por autoconciencia se alude al hecho de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra existencia, de nuestra posición en el mundo; es el principio del autoconocimiento. Nos ayuda a reconocer nuestras emociones, pensamientos y conductas reactivas y automáticas y a partir de ello poder modificarlas. El autocontrol alude fundamental al control consciente de los sentidos, esto es sobre todo, el entrenamiento en la sujeción de la mente y las emociones. Finalmente, internalizar emociones positivas apunta, no a negar o reprimir las emociones desagradables, sino, a reconocer el valor que para nuestro desarrollo como seres humanos representa cultivar emociones armoniosas, estimuladores, sanas.
En lo que respecta a la base interna, señalarémos igualmente tres elementos, que como ya cabe esperar no serían los únicos, pero que haciendo la salvedad anterior, serían sumamente importantes: a) desarrollo de la autoconciencia, b) manejo del autocontrol, c) internalización de emociones positivas. Sin lugar a duda los aspectos internos son menos reconocidos por el sujeto ordinario y, desde luego, su trabajo requiere algo de estudio o dirección. Por autoconciencia se alude al hecho de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra existencia, de nuestra posición en el mundo; es el principio del autoconocimiento. Nos ayuda a reconocer nuestras emociones, pensamientos y conductas reactivas y automáticas y a partir de ello poder modificarlas. El autocontrol alude fundamental al control consciente de los sentidos, esto es sobre todo, el entrenamiento en la sujeción de la mente y las emociones. Finalmente, internalizar emociones positivas apunta, no a negar o reprimir las emociones desagradables, sino, a reconocer el valor que para nuestro desarrollo como seres humanos representa cultivar emociones armoniosas, estimuladores, sanas.
***
En la actualidad casi todas las autoridades y expertos consideran que el principal oponente del bienestar es el estrés. Y
el estrés más nocivo proviene, generalmente, no tanto de las condiciones
externas o demandas personales habituales, si en cambio de las emociones y
pensamientos tóxicos y deprimentes que surgen de nuestra interioridad. Los
individuos sumamente reactivos tienen particularmente mayor riesgo de padecer
estrés crónico, lo cual a su vez se convierte en uno de los factores de riesgos
más importantes para sufrir trastornos físicos y psicológicos.
El estrés puede incentivar también varias conductas
evasivas como el fumar, tomar alcohol, drogarse, sedentarismo, consumo excesivo
de carbohidratos -con el riesgo que supone esto último para el sobrepeso y la diabetes- o trastornos cardiovasculares. Aunque por lo regular
se describe el estrés como una condición comúnmente nefasta, no todo es
realmente tan malo, ya que la dosis, como decía Paracelso, es lo que
determina que algo sea dañino o no. Si tomas un vaso de leche, es bueno; si
tomas dos, puede ser bueno aún, pero si tomas diez lo más probables es que te indigeste. Algo de estrés es necesario. Siempre que hay actividad se genera
algún nivel de estrés. Bailar, patinar, divertirse, por ejemplo, pueden hacer
que se produzca adrenalina y esto crea euforia. Esta es una forma
saludable de estrés en su fase inicial, e incluso al estrés que se produce en tales ocasiones se le ha dado el nombre de eustres: estrés
bueno, la cara positiva del estrés.
Es sólo cuando el estrés se mantiene por mucho tiempo,
cosa que suele ocurrir frecuentemente hoy, cuando la fisiología puede verse afectada.
En tales circunstancias los mecanismos de defensa del organismo se activan y
si esto se prolonga el sistema se agota, sucumbe y se debilita al mantener
acelerada la excitación adrenérgica, simpática e hipotalámica. Finalmente puede
llegar a producirse la lesión de un órgano o la enfermedad. Como puede
observarse, lo perjudicial del estrés se plantea cuando este es sostenido,
permanente y se ocasiona no tanto por situaciones agradables y placenteras,
sino por presión, falta de control, ansiedad o emociones negativas.
***
Si bien es cierto que el bienestar puede darse, aunque
cualitativamente distinto, tanto por razones externas como interna, hay muchos
que consideran que sólo es dable en situaciones económicas favorables. La
realidad, empero, nos presenta la portada de muchas personas cuyas
necesidades básicas están más que cubiertas y a pesar de ello no puede
asegurarse que tengan bienestar. Considerar el dinero –la riqueza- como el
valor más significativo en el bienestar es posible, pero sólo en aquellos cuyas
conciencias están exentas de sensibilidad. Existen sociedades que no valoran
tanto como la occidental la riqueza y no por ello son menos felices. Cantidad de
personas adineradas llevan vidas desgraciadas. El ideal del bienestar total a
partir de la riqueza es un mito. Por otra parte, los recursos económicos son imprescindibles
para cubrir las necesidades básicas, pero mas allá de ello, su validez es
cuestionable, por lo menos así lo demuestran varias investigaciones actualmente.
Muchas veces el término bienestar se ha asociado al de
felicidad y conceptualmente se presentan como sinónimos en no pocas ocasiones,
aunque cabe suponer una diferencia importante según la orientación del campo
del saber que lo aborde. Por ejemplo, la felicidad fue -es y será- un tema
siempre referido porque atañe a una de las preocupaciones más consustanciales
del ser humano. Aristóteles entendía que la felicidad se alcazaba en la Polis en una vida
comprometida con las virtudes; filósofos posteriores como los estoicos o
epicúreos la suscribían a la ataraxia o tranquilidad. Jesús y los posteriores
místicos cristianos la temporalizaron en el paraíso, con lo cual descartaban su
posibilidad en el mundo terrenal. Buda (en India) unos siglos antes de la era cristiana infirió que esta
es posible sólo cuando se extingue la causa del sufrimiento, que para él era el
deseo. Los capitalistas modernos promueven que el dinero es el medio para
conseguirla (son muchos los que están convencido de ello hoy día).
Al presente algunas tendencias en psicología
interesadas en el tema de la felicidad se han acercado a las tradiciones
místicas de Oriente intentando conocer lo que estas dicen al respecto. Desde esta
perspectiva el estadio de plenitud o felicidad (al que llaman igualmente
realización, nirvana, samadhi...) parece venir cuando se trasciende el deseo por los habituales y
ordinarios placeres sensoriales y personales. No se puede asociar esta forma de renuncia de los placeres al concepto freudiano
de represión, aunque se le parezca, por que las motivaciones de la que se parten son muy distintas a las referidas por Freud. Por otro lado, además, de surgir de una decisión consciente se dispone de un
entrenamiento que posibilita, paulatinamente, la renuncia de las apetencias
groseras enraizadas en la personalidad y, por lo tanto, no se realiza de manera brusca o extemporánea. El fundamento aquí es el control de la
mente, pues ella es el habitáculo de nuestros pensamientos y tendencias
sediciosas. Con el control de la mente se consigue una paz inalterable; la imperturbabilidad es el concepto que define la felicidad en tales tradiciones.
Esto, sin embargo, son juicios difíciles de asumir en nuestra cultura
occidental, aunque no por ello imposible.
Podría surgir la inquietud, ya que se tocó el tema de
lo espiritual en la búsqueda del bienestar y la felicidad, de si los ateos pudieran
ser personas menos felices que los creyentes. Lo primero que hay que aclarar es que la
palabra ateo era referida a los cristianos durante el imperio romano porque a
diferencia de los otros pueblos, ellos creían en un solo Dios, o sea, negaban
la existencia de muchos dioses. Con el devenir el concepto se aplicó a quienes
no comulgaban dogmáticamente con la religión cristiana, pero muchas tradiciones
como el deísmo o el budismo que no asumen la creencia en un Dios particular no
dejan de ser creyentes de una naturaleza espiritual impersonal. El ateismo se
ha vinculado mucho hoy día al materialismo, corriente filosófica que niega
rotundamente cualquier noción metafísica del mundo, sugiriendo que la materia
es el origen primario de todas las cosas. Pero aún estos no tienen que ver
disminuida su cuota de felicidad en el mundo pues su postura teórica es
simplemente una contraposición de la doctrina idealista que apunta a la
supremacía de la mente sobre la materia. Demócrito y Epicuro pueden
considerarse pensadores materialistas y, no obstante, sus sistemas filosóficos
daban una gran importancia al estudio de la felicidad.
Cuando el materialismo ha sido vinculado con una vida
menos feliz se refiere, regularmente, a un modo de vida egoísta y no a la
doctrina materialista Per se. Aquí vale hacer una distinción. La gran profusión
de artículos, bienes y comodidades que se produjo en los países desarrollados (principalmente Estados Unidos) después de la segunda guerra mundial disparó un tipo de comportamiento
consumista donde la tendencia era obtener todas las novedades que ofrecía el
mercado. A este estilo de vida comenzó a llamárselo materialista, porque lo que
importaba era la adquisición de cosas, aun triviales, superfluas e
innecesarias, por el solo hecho de ganar estatus o simple vanidad. Estas personas
–tanto los de ayer como los de hoy- no tienen ninguna concepción materialista
del universo y en general son sujetos ignorantes, filosóficamente hablando, que
carecen de un modo de pensar sistemático. Son simples adquirientes de cosas
manipulados por una feroz campaña propagandística. Otra cosa son los filósofos
del materialismo como doctrina cuya visión del mundo y de la vida no los hace
llevar obligatoriamente una existencia tan exuberante. Muchos filósofos de
tendencia materialista llevaron vida sobria. Karl Marx, por ejemplo, el más
grande pensador materialista de los últimos años llevó una vida muy austera. En
tal sentido se puede concluir, que cuando se habla de materialismo referido a
un tipo de devoción compulsiva por el tener, comprar y gastar, estas personas
tienden asegurarse, de acuerdo a algunos estudios, una amplia cuota de infelicidad en sus vidas. Esto último ha sido corroborado en varias investigaciones.
Diversas opiniones de algunos investigadores sobre la menor felicidad de las personas materialistas (recuerde que existe una diferencia en cuanto a filosofos de tendencia materialista) subrayan lo último dicho en el párrafo precedente. Por ejemplo, Tim Kasser de la Universidad de Knox en Galesburg, Illinois y que lleva varios años indagando el tema del sujeto consumista dice que estas personas suelen ser "pobres en bienestar". El también psicólogo David G. Myers, del Hope College, plantea que la dedicación de tiempo y energía a conseguir cosas se vuelve una carga finalmente para aquel que tiene esa meta como lo más importante. El doctor Edward Diener, psicólogo social, apunta que los materialistas adinerados no tienen una vida del todo satisfactoria, pero que desde luego la pasan mejor que los materialistas sin recursos, ya que estos últimos sufren considerablemente al no poder agenciarse todo lo que desean. La psicóloga Marsha Richins, explica que las personas materialista mantienen expectativas poco realistas que hace que adquirir bienes no resulte tan placentero como esperaban, lo cual les impulsa a desear más y seguir en el circulo vicioso de consumo e insatisfacción. James E. Burroughs, profesor de la Universidad de Virginia, indica que "las personas más infelices son aquellas que tienen en alta estima el materialismo..." Esto es tan solo una reducidísima muestra del dictamen de algunos expertos sobre la materia, amen que se ha dejado de lado la mención de investigaciones longitudinales realizadas por veinte año o más de seguimiento a sujetos con aspiraciones financiera bastante ambiciosa que reportaban niveles de menor satisfacción en sus vidas que otros quienes expresaron deseos monetarios más modestos.
Diversas opiniones de algunos investigadores sobre la menor felicidad de las personas materialistas (recuerde que existe una diferencia en cuanto a filosofos de tendencia materialista) subrayan lo último dicho en el párrafo precedente. Por ejemplo, Tim Kasser de la Universidad de Knox en Galesburg, Illinois y que lleva varios años indagando el tema del sujeto consumista dice que estas personas suelen ser "pobres en bienestar". El también psicólogo David G. Myers, del Hope College, plantea que la dedicación de tiempo y energía a conseguir cosas se vuelve una carga finalmente para aquel que tiene esa meta como lo más importante. El doctor Edward Diener, psicólogo social, apunta que los materialistas adinerados no tienen una vida del todo satisfactoria, pero que desde luego la pasan mejor que los materialistas sin recursos, ya que estos últimos sufren considerablemente al no poder agenciarse todo lo que desean. La psicóloga Marsha Richins, explica que las personas materialista mantienen expectativas poco realistas que hace que adquirir bienes no resulte tan placentero como esperaban, lo cual les impulsa a desear más y seguir en el circulo vicioso de consumo e insatisfacción. James E. Burroughs, profesor de la Universidad de Virginia, indica que "las personas más infelices son aquellas que tienen en alta estima el materialismo..." Esto es tan solo una reducidísima muestra del dictamen de algunos expertos sobre la materia, amen que se ha dejado de lado la mención de investigaciones longitudinales realizadas por veinte año o más de seguimiento a sujetos con aspiraciones financiera bastante ambiciosa que reportaban niveles de menor satisfacción en sus vidas que otros quienes expresaron deseos monetarios más modestos.
***
Para muchos una sociedad más desarrollada ofrece a sus conciudadanos
más altos niveles de comodidad y seguridad, logros obtenidos por un
mayor desarrollo tecnológico y científico que son el pivote de un mundo más
civilizado. Pero, realmente, el avance en estos campos, aun cuando ha sido
extraordinario ha contribuido igualmente a alienar la vida de muchos sujetos en
ocasiones. Psicólogos como Erick Fromm (Del tener al ser, 1976) y filósofos como Walter Benjamin, Theodor Adorno y Max Horkheimen escribieron al respecto. En términos humanos la
satisfacción de la población no ha estado pareja al avance tecnológico y
científico. Actualmente tenemos urbes modernisimas, pero las reacciones emocionales siguen
siendo las mismas que hace diez mil años. Muchas veces el progreso produce o
saca al exterior problemas psicológicos que no fueron vistos antes. La sociedad
avanza y por lo regular el individuo sólo hace uso de los medios, pero sin
crecer el mismo humanamente hablando. Herbert Marcuse, un teórico de orientación marxista muy
respetable del siglo XX, escribió un libro titulado El hombre Unidireccional, que la tecnología puede llegar a ser una enfermedad, además de un medio
excelente de cohesión y control social.
***
Como puede apreciarse el tema del bienestar es tan amplio como complejo y, desde luego, no se agota con todo lo que hemos expuesto aquí. Sin cuestionar lo significativo de las condiciones externas para una vida mejor, mas cómoda y segura, no deja de ser evidente que el bienestar, en gran medida, tiene mucho que ver con lo subjetivo (lo interno) y que los elementos básicos de una vida placentera están al alcance, sino de todos de todos, de una gran mayoría cuando se tiene la información correspondiente y se hace el esfuerzo consciente y disciplinado por conseguirlo.