domingo, 22 de julio de 2018

El bienestar: una revisión de los medios y los pasos para conseguirlo


    El bienestar es posible en la medida en que se haga el esfuerzo de obtenerlo. Esto es axiomático. Conocer las pautas que llevan a una vida placentera ha sido un tema de preocupación de todas las civilizaciones, aún las antiguas. Aunque resulte sorprendente, un aspecto común en prácticamente toda la tradición médica de la antigüedad era tener en cuenta condiciones que hace apenas unas décadas comenzó a valorar la medicina oficial de hoy. Tanto en las tradiciones ayurvédica (de la India) o taoísta (de China), se preconizaba que el bienestar –incorpora las condiciones de salud física y mental- se alcanzaba ocupándose tanto de la condición física, como de la mental y la espiritual de los individuos. Todavía más, algunos pueblos de la antigüedad sugerían que los factores medioambientales y climáticos debían tomarse en consideración en cuanto al restablecimiento del equilibrio orgánico o psíquico cuando este se había perdido. Sus consejos para un régimen de vida no estaban en nada lejos de lo que hoy se prescribe como estilo de vida saludable. En Grecia, por ejemplo, cuya ascendencia es la más decisiva en la cultura occidental, varios sabios de entonces proponían distintos modos para conseguir una existencia más satisfactoria. Sus métodos abarcaban desde las cuestiones más elementales como el descanso hasta aquellas de carácter trascendental como el desarrollo de la autoconciencia. Así entonces encontramos que las ventajas de una alimentación sana y sencilla eran ampliamente promovidas tanto para el hombre convaleciente o el sano (Hipócrates).  Otros destacaban las virtudes de la gimnasia para el adecuado desarrollo moral (Aristóteles), así como la insistencia en la buena disposición del humor y la tranquilidad para mantener la salud mental (Demócrito). El autoanálisis formaba parte de las enseñanzas en algunos centros (Instituto Pitagórico), como lo fue también la insistencia en el conocimiento de sí mismo (Sócrates), o el de cultivar la imperturbabilidad o el autocontrol de las emociones (Epicuro).

     La sensación de que se ha alcanzado un enorme progreso en lo referente a lo que produce el bienestar, en gran medida, se debe a que durante la Edad Media todo el tesoro de conocimientos científico y médico adquirido con anterioridad fue dejado a un lado, dando paso a un esquema de visión supersticiosa, donde las afecciones y trastornos comenzaron hacer atribuidos a entidades y posesiones de espíritus descarriados. En esto tuvo mucho que ver la hegemónica autoridad eclesial de entonces.        

     Puede resultar decepcionante para algunos darse cuenta de que generar bienestar pueda ser algo tan alcance de cada uno.  El bienestar ordinariamente descansa en dos bases –claro que esto es un modo reduccionista de presentarlo, pero para lo que se desea mostrar es válido- una que llamaremos externa y otra interna. La primera, la externa, puede resumirse en tres aspectos: a) descanso suficiente, b) nutrición inteligente (eliminación de hábitos contrarios a la salud: cigarro, drogas, alcohol, etc. y la inclusión de suplementos)  y c) ejercicio. Esto no significa que ellos sólo abarquen el espectro total de la misma, pero bien se pueden señalar como los más imprescindibles. A pesar de que tales pautas parecen –y son- tan sencillas, resulta intrigante porque tan pocas personas las toman en cuenta. Una explicación plausible puede ser que integrarla en la rutina cotidiana precise de continuidad de propósito, cuestión ésta que a su vez requiere de disciplina, la cual se tiene como una de las competencias menos desarrolladas en las personas. Si bien el común de las personas puede con facilidad dedicar ocho horas a su trabajo semanas tras semanas y meses tras meses, este tipo de actividad –generalmente obligatoria para la subsistencia- tiene recompensas inmediatas y el compromiso que conlleva puede no demandar mucha disciplina.   

     En lo que respecta a la base interna, señalarémos igualmente tres elementos, que como ya cabe esperar no serían los únicos, pero que haciendo la salvedad anterior, serían sumamente importantes: a) desarrollo de la autoconciencia, b) manejo del autocontrol, c) internalización de emociones positivas. Sin lugar a duda los aspectos internos son menos reconocidos por el sujeto ordinario y, desde luego, su trabajo requiere algo de estudio o dirección. Por autoconciencia se alude al hecho de ser conscientes de nosotros mismos, de nuestra existencia, de nuestra posición en el mundo; es el principio del autoconocimiento. Nos ayuda a reconocer nuestras emociones, pensamientos y conductas reactivas y automáticas y a partir de ello poder modificarlas. El autocontrol alude fundamental al control consciente de los sentidos, esto es sobre todo, el entrenamiento en la sujeción de la mente y las emociones. Finalmente, internalizar emociones positivas apunta, no a negar o reprimir las emociones desagradables, sino, a reconocer el valor que para nuestro desarrollo como seres humanos representa cultivar emociones armoniosas, estimuladores, sanas. 

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     En la actualidad casi todas las autoridades y expertos consideran que el principal oponente del bienestar es el estrés. Y el estrés más nocivo proviene, generalmente, no tanto de las condiciones externas o demandas personales habituales, si en cambio de las emociones y pensamientos tóxicos y deprimentes que surgen de nuestra interioridad. Los individuos sumamente reactivos tienen particularmente mayor riesgo de padecer estrés crónico, lo cual a su vez se convierte en uno de los factores de riesgos más importantes para sufrir trastornos físicos y psicológicos.  

     El estrés puede incentivar también varias conductas evasivas como el fumar, tomar alcohol, drogarse, sedentarismo, consumo excesivo de carbohidratos -con el riesgo que supone esto último para el sobrepeso y la diabetes- o trastornos cardiovasculares. Aunque por lo regular se describe el estrés como una condición comúnmente nefasta, no todo es realmente tan malo, ya que la dosis, como decía Paracelso, es lo que determina que algo sea dañino o no. Si tomas un vaso de leche, es bueno; si tomas dos, puede ser bueno aún, pero si tomas diez lo más probables es que te indigeste. Algo de estrés es necesario. Siempre que hay actividad se genera algún nivel de estrés. Bailar, patinar, divertirse, por ejemplo, pueden hacer que se produzca adrenalina y esto crea euforia. Esta es una forma saludable de estrés en su fase inicial, e incluso al estrés que se produce en tales ocasiones  se le ha dado el nombre de eustres: estrés bueno, la cara positiva del estrés.

     Es sólo cuando el estrés se mantiene por mucho tiempo, cosa que suele ocurrir frecuentemente hoy, cuando la fisiología puede verse afectada. En tales circunstancias los mecanismos de defensa del organismo se activan y si esto se prolonga el sistema se agota, sucumbe y se debilita al mantener acelerada la excitación adrenérgica, simpática e hipotalámica. Finalmente puede llegar a producirse la lesión de un órgano o la enfermedad. Como puede observarse, lo perjudicial del estrés se plantea cuando este es sostenido, permanente y se ocasiona no tanto por situaciones agradables y placenteras, sino por presión, falta de control, ansiedad o emociones negativas.

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     Si bien es cierto que el bienestar puede darse, aunque cualitativamente distinto, tanto por razones externas como interna, hay muchos que consideran que sólo es dable en situaciones económicas favorables. La realidad, empero, nos presenta la portada de muchas personas cuyas necesidades básicas están más que cubiertas y a pesar de ello no puede asegurarse que tengan bienestar. Considerar el dinero –la riqueza- como el valor más significativo en el bienestar es posible, pero sólo en aquellos cuyas conciencias están exentas de sensibilidad. Existen sociedades que no valoran tanto como la occidental la riqueza y no por ello son menos felices. Cantidad de personas adineradas llevan vidas desgraciadas. El ideal del bienestar total a partir de la riqueza es un mito. Por otra parte, los recursos económicos son imprescindibles para cubrir las necesidades básicas, pero mas allá de ello, su validez es cuestionable, por lo menos así lo demuestran varias investigaciones actualmente.

     Muchas veces el término bienestar se ha asociado al de felicidad y conceptualmente se presentan como sinónimos en no pocas ocasiones, aunque cabe suponer una diferencia importante según la orientación del campo del saber que lo aborde. Por ejemplo, la felicidad fue -es y será- un tema siempre referido porque atañe a una de las preocupaciones más consustanciales del ser humano. Aristóteles entendía que la felicidad se alcazaba en la Polis en una vida comprometida con las virtudes; filósofos posteriores como los estoicos o epicúreos la suscribían a la ataraxia o tranquilidad. Jesús y los posteriores místicos cristianos la temporalizaron en el paraíso, con lo cual descartaban su posibilidad en el mundo terrenal. Buda (en India) unos siglos antes de la era cristiana infirió que esta es posible sólo cuando se extingue la causa del sufrimiento, que para él era el deseo. Los capitalistas modernos promueven que el dinero es el medio para conseguirla (son muchos los que están convencido de ello hoy día).

    Al presente algunas tendencias en psicología interesadas en el tema de la felicidad se han acercado a las tradiciones místicas de Oriente intentando conocer lo que estas dicen al respecto. Desde esta perspectiva el estadio de plenitud o felicidad (al que llaman igualmente realización, nirvana, samadhi...) parece venir cuando se trasciende el deseo por los habituales y ordinarios placeres sensoriales y personales. No se puede asociar esta forma de renuncia de los placeres al concepto freudiano de represión, aunque se le parezca, por que las motivaciones de la que se parten son muy distintas a las referidas por Freud. Por otro lado, además, de surgir de una decisión consciente se dispone de un entrenamiento que posibilita, paulatinamente, la renuncia de las apetencias groseras enraizadas en la personalidad y, por lo tanto, no se realiza de manera brusca o extemporánea. El fundamento aquí es el control de la mente, pues ella es el habitáculo de nuestros pensamientos y tendencias sediciosas. Con el control de la mente se consigue una paz inalterable; la imperturbabilidad es el concepto que define la felicidad en tales tradiciones. Esto, sin embargo, son juicios difíciles de asumir en nuestra cultura occidental, aunque no por ello imposible.

     Podría surgir la inquietud, ya que se tocó el tema de lo espiritual en la búsqueda del bienestar y la felicidad, de si los ateos pudieran ser personas menos felices que los creyentes. Lo primero que hay que aclarar es que la palabra ateo era referida a los cristianos durante el imperio romano porque a diferencia de los otros pueblos, ellos creían en un solo Dios, o sea, negaban la existencia de muchos dioses. Con el devenir el concepto se aplicó a quienes no comulgaban dogmáticamente con la religión cristiana, pero muchas tradiciones como el deísmo o el budismo que no asumen la creencia en un Dios particular no dejan de ser creyentes de una naturaleza espiritual impersonal. El ateismo se ha vinculado mucho hoy día al materialismo, corriente filosófica que niega rotundamente cualquier noción metafísica del mundo, sugiriendo que la materia es el origen primario de todas las cosas. Pero aún estos no tienen que ver disminuida su cuota de felicidad en el mundo pues su postura teórica es simplemente una contraposición de la doctrina idealista que apunta a la supremacía de la mente sobre la materia. Demócrito y Epicuro pueden considerarse pensadores materialistas y, no obstante, sus sistemas filosóficos daban una gran importancia al estudio de la felicidad. 

     Cuando el materialismo ha sido vinculado con una vida menos feliz se refiere, regularmente, a un modo de vida egoísta y no a la doctrina materialista Per se. Aquí vale hacer una distinción. La gran profusión de artículos, bienes y comodidades que se produjo en los países desarrollados (principalmente Estados Unidos) después de la segunda guerra mundial disparó un tipo de comportamiento consumista donde la tendencia era obtener todas las novedades que ofrecía el mercado. A este estilo de vida comenzó a llamárselo materialista, porque lo que importaba era la adquisición de cosas, aun triviales, superfluas e innecesarias, por el solo hecho de ganar estatus o simple vanidad. Estas personas –tanto los de ayer como los de hoy- no tienen ninguna concepción materialista del universo y en general son sujetos ignorantes, filosóficamente hablando, que carecen de un modo de pensar sistemático. Son simples adquirientes de cosas manipulados por una feroz campaña propagandística. Otra cosa son los filósofos del materialismo como doctrina cuya visión del mundo y de la vida no los hace llevar obligatoriamente una existencia tan exuberante. Muchos filósofos de tendencia materialista llevaron vida sobria. Karl Marx, por ejemplo, el más grande pensador materialista de los últimos años llevó una vida muy austera. En tal sentido se puede concluir, que cuando se habla de materialismo referido a un tipo de devoción compulsiva por el tener, comprar y gastar, estas personas tienden asegurarse, de acuerdo a algunos estudios, una amplia cuota de infelicidad en sus vidas. Esto último ha sido corroborado en varias investigaciones. 

     Diversas opiniones de algunos investigadores sobre la menor felicidad de las personas materialistas (recuerde que existe una diferencia en cuanto a filosofos de tendencia materialista) subrayan lo último dicho en el párrafo precedente. Por ejemplo, Tim Kasser de la Universidad de Knox en Galesburg, Illinois y que lleva varios años indagando el tema del sujeto consumista dice que estas personas suelen ser "pobres en bienestar".  El también psicólogo David G. Myers, del Hope College, plantea que la dedicación de tiempo y energía a conseguir cosas se vuelve una carga finalmente para aquel que tiene esa meta como lo más importante.  El doctor Edward Diener, psicólogo social, apunta que los materialistas adinerados no tienen una vida del todo satisfactoria, pero que desde luego la pasan mejor que los materialistas sin recursos, ya que estos últimos sufren considerablemente al no poder agenciarse todo lo que desean. La psicóloga Marsha Richins, explica que las personas materialista mantienen expectativas poco realistas que hace que adquirir bienes no resulte tan placentero como esperaban, lo cual les impulsa a desear más y seguir en el circulo vicioso de consumo e insatisfacción.  James E. Burroughs, profesor de la Universidad de Virginia, indica que "las personas más infelices son aquellas que tienen en alta estima el materialismo..." Esto es tan solo una reducidísima muestra del dictamen de algunos expertos sobre la materia, amen que se ha dejado de lado la mención de investigaciones longitudinales realizadas por veinte año o más de seguimiento a sujetos con aspiraciones financiera bastante ambiciosa que reportaban niveles de menor satisfacción en sus vidas que otros quienes expresaron deseos monetarios más modestos. 


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   Para muchos una sociedad más desarrollada ofrece a sus conciudadanos más altos niveles de comodidad y seguridad, logros obtenidos por un mayor desarrollo tecnológico y científico que son el pivote de un mundo más civilizado. Pero, realmente, el avance en estos campos, aun cuando ha sido extraordinario ha contribuido igualmente a alienar la vida de muchos sujetos en ocasiones. Psicólogos como Erick Fromm (Del tener al ser, 1976) y filósofos como Walter Benjamin, Theodor Adorno y Max Horkheimen escribieron al respecto.  En términos humanos la satisfacción de la población no ha estado pareja al avance tecnológico y científico. Actualmente tenemos urbes modernisimas, pero las reacciones emocionales siguen siendo las mismas que hace diez mil años. Muchas veces el progreso produce o saca al exterior problemas psicológicos que no fueron vistos antes. La sociedad avanza y por lo regular el individuo sólo hace uso de los medios, pero sin crecer el mismo humanamente hablando. Herbert Marcuse, un teórico de orientación marxista muy respetable del siglo XX, escribió un libro titulado El hombre Unidireccional, que la tecnología puede llegar a ser una enfermedad, además de un medio excelente de cohesión y control social.

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    Como puede apreciarse el tema del bienestar es tan amplio como complejo y, desde luego, no se agota con todo lo que hemos expuesto aquí. Sin cuestionar lo significativo de las condiciones externas para una vida mejor, mas cómoda y segura, no deja de ser evidente que el bienestar, en gran medida,  tiene mucho que ver con lo subjetivo (lo interno)  y que los elementos básicos de una vida placentera están al alcance, sino de todos de todos, de una gran mayoría cuando se tiene la información correspondiente y se hace el esfuerzo consciente y disciplinado por conseguirlo. 





domingo, 1 de julio de 2018

Estrés


     Los trastornos por estrés son, al momento, una de las principales causas de malestar, mismos que pueden llegar a ocasionar serias perturbaciones de la salud tanto física como emocionales y psicológicas (OMS, 2011). 


    
     Suele definirse el estrés como la tensión o la presión psicológica provocada por situaciones agobiantes. Durante el estrés el cuerpo reacciona fisiológicamente de manera desequilibrada. Para muchos expertos esto es el resultado de una respuesta automática de nuestro organismo en circunstancias demandante o cuando nos sentimos amenazados; por lo tanto puede decirse que el estrés es una respuesta natural y adaptativa que ha acompañado al hombre siempre. Los estudios tradicionales sobre el estrés subrayan que este puede presentarse de forma aguda o crónica. En el primer caso lo que sucede es que aparece de manera súbita, repentina, aunque por lo regular suele ser de corta duración. Si bien el cuerpo moviliza recursos de adaptación importantes, en el estrés agudo, la condición interna mantiene todavía su homeostasis y el organismo vuelve a la normalidad prontamente. En el caso del estrés crónico la cosa es distinta; ya lo de crónico habla de un estado que se ha venido instalando paulatinamente –quizás en el trascurso de varios años- con lo cual puede verse mermada parte de las defensas del organismo o debilitado, considerablemente, alguna función, órgano o sistema. Es con el estrés crónico donde existe la mayor probabilidad de que aparezca una enfermedad física  o un  trastorno mental (Eso lo tocaremos más adelante). Ahora bien en uno y otro caso los expertos señalan que determinadas condiciones deben estar presentes para que surja el estrés. No se necesita que estén todas, basta con una sola, pero en la medida en que se suman otras el estrés suele ser más pernicioso.  Estas son:

          1) Situaciones novedosas
          2) Eventos impredecibles
          3) Amenaza de la personalidad
          4) Sensación de no controlar la situación.

     Otra clasificación que suele hacerse del estrés es la que habla de estrés relativo y de estrés absoluto. En el primer caso dos personas reaccionan de modo distinto o con niveles de estrés muy diferentes frente a un mismo evento, pues cada cual le agrega su propia valoración personal al mismo. Por ejemplo, algunas personas entran en estados de angustia profundo ante la muerte de un ser querido; otros ante el mismo suceso se muestran más resignados, vale decir, aceptan más fácilmente  la pérdida. Lo cual no sugiere que sea porque no les afecte, sino porque tienen otro patrón psicológico que les hace vivir la misma experiencia de forma distinta. Por otro lado, las guerras, las catástrofes (terremotos, huracanes, sismos, asesinatos), las violaciones, conmueven a las personas que las viven casi en la misma magnitud y si bien las diferencias personales también se ponen en evidencia, todos son conscientes del daño producido a sí mismos como a otros. En estos incidentes se suele hablar de estrés absoluto.   

     No pocas veces se suscitan varias controversias con relación al estrés en parte porque este ha sido estudiado desde distintos enfoques los que no son solamente aceptados hoy, sino que además resultan bastante válidos, pues el estrés es un concepto bastante amplio, complejo y, en algunas ocasiones, difuso.  Por ejemplo, los primeros estudios sobre el estrés lo evaluaron como una respuesta del organismo ante estímulos (externos o internos); este fue el enfoque realizado por Han Selye al que tracionalmente se le considera como el padre de la investigación sobre el estrés, misma que inicio en los años de 1930 aproximadamente. Tiempo después otros investigadores comenzaron a postular el estrés como el producto de factores estresantes que generan cambios en el organismo. Esta perspectiva hace hincapié en el estrés como un estímulo.  Los estresores son los elementos que determinan el estímulo.  Un ejemplo de ello son: 

    a) Las presiones, toda circunstancia donde nos vemos  obligados a ir más lejos, a                 redoblar esfuerzos o cambiar de dirección. Esto puede darse a nivel laboral, académico,        social o familiar. 

    b) Las frustraciones, estas ocurren cuando algo o alguien se interponen en nuestras             metas. Se pueden dar por distintas razones: pérdidas, falta de recursos, demoras, fracasos     o discriminaciones.

    C) Los conflictos, son comunes cuando nos enfrentamos  con dos o más demandas,             necesidades o metas.

           1) Tener que decidir ante dos propuestas que nos benefician igualmente (aceptar un                  puesto que nos fascina fuera de la ciudad u otro próximo a nuestro hogar pero que                  paga menos.

          2) Tener que elegir entre dos condiciones ambas desfavorables para nosotros (elegir                   entre una operación de riesgo u optar por medicarse de por vida).

          3) Tener que dejar una relación desgastante, pero que deseamos o seguir en la relación                 y vivir en continuo disgusto (Morris, 2005).

     Si bien esta clasificación de los estresores no deja de ser arbitraria ayuda, sin embargo, a una categorización que divide con cierta precisión los diferentes focos, escenarios y circunstancias en que los estresores se hacen patentes.  


     En esa misma linea de estudio varios autores igualmente han clasificado  los factores estresantes atendiendo a otra categorías, por ejemplo: 

         a) Factores estructurales: sobreentrenamiento, falta de descanso, trabajo excesivo, 
             etc. 

         b) Factores químicos: contaminación de todo tipo, deficiencias nutricionales, 
             alérgenos, etc. 

         c) Factores térmicos: temperaturas extremas (frió o calor excesivos) 

         d) Factores infecciosos: microorganismo patógenos...


     A pesar de que hemos mencionado situaciones puntuales que generan estrés, este puede aparecer virtualmente en ausencia de estímulos sensoriales reales, como cuando anticipamos lo que sucederá al tener que presentar una prueba oral, al asistir a una cita amorosa o rendir cuenta en la oficina, etc. 

     Un tercer enfoque del estrés apareció a mediados de la década de 1980, influenciado por las teorías cognoscitiva, como una alternativa que pretende integrar las dos orientaciones anteriores al plantear una visión transaccional que postula al estrés como el resultado de la interacción entre las demandas del entorno y la característica de la persona, la valoración que esta hace del mismos y los recursos de que dispone para hacerle frente. 

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      La experiencia clínica resalta el hecho –que es de conocimiento general- que algunas personas están mejor constituidas que otras para enfrentar eventos y situaciones estresantes. En psicología a este rasgo positivo se le conoce como fortaleza, lo que quiere decir que tales individuos tienen un mayor control interno de la forma en que responden a sus experiencias. También se les asignan otros nombres como: locus de control interno o resiliencia.  Desde una perspectiva socioeconómica la investigación ha demostrado que quienes tienen bajos recursos económicos suelen, regularmente, estar más expuesto al estrés y ser algo más vulnerables al mismo. Esto se debe, entre otras razones, a que tienen que lidiar y enfrentar, más a menudo, situaciones de las que no tienen total control.

     En cualquier caso, todos nosotros de una forma u otra (consciente o inconscientemente), hacemos intentos para enfrentar las condiciones estresantes. A esto se le ha calificado como: ajusteAjuste inadecuado y afrontamiento incorrecto propiciaran la cronificación del estrés. La efectividad del ajuste, empero, depende muchas veces de factores como:

     -la edad (los niños y los ancianos logran ajustes menos efectivos)  
     -sexo (las mujeres suelen ser más vulnerables)
     -el estilo cognoscitivo (que se dice la persona a sí misma de lo que enfrenta, cuan        
      optimista o no resulta ser...)
     -temperamento (las personas flemáticas posiblemente se adapten mejor que los  
      coléricos o   nerviosos)
    -apoyo social (tener familia, parientes, amigos, conyuges, hijos o filiación a un grupo)
    - trabajo o recursos económicos (estar empleado o gozar de una estabilidad económica 
      ayuda a sentirse más seguro)

     Algo que está muy relacionado con el ajuste son los modos de afrontamiento que regularmente se emplean. Estos pueden ser de dos clases: Afrontamiento directo y afrontamiento defensivo. El primero, que a la vez es el más saludable, suele dividirse en: 

            a) confrontación: cuando le damos la cara a la situación estresante
            b) negociación: estar dispuesto a ceder o no obtener todo lo que se esperaba
            c) retirada: alejarse de lo que provoca la tensión momentánea o permanentemente. 

     El afrontamiento defensivo, por su parte, aparece cuando surgen mecanismos de defensa que impiden un afrontamiento adecuado. La persona suele negar que su modo de proceder es poco asertivo, no desea reconocer la situación recurriendo a la represión o la justificación, pero sin hacer nada, efectivo que le ayude a superar su condición.  

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     Clásicamente se habla de que durante el estrés el cuerpo puede pasar por tres etapas: alarma, resistencia, agotamiento. En cada una de ellas se activan distintos  mecanismos fisiológicos en el cuerpo. En la etapa llamada de alarma se activa un componente neural con alteración de la presión sanguínea, la frecuencia cardíaca y el aumento del consumo de oxigeno.  En la segunda etapa entra en acción un mecanismo neuroendocrino, esto genera una abundante secreción de catecolamina (adrenalina, noradrenalina y dopamina), que si se prolonga en el tiempo regularmente ocasiona malestares gastrointestinales, inquietud, conductas disruptivas, etc. Si se llega a la etapa de agotamiento el dispositivo que entra en función es totalmente endocrino. Aquí hace su aparición una hormona segregada por la corteza de las glándulas suprarrenales: el cortisol, mismo que produce un aumento de energía en el organismo al incrementar los niveles de azúcar en sangre, pero que también suprime otros sistemas, haciendo que las personas puedan enfermar. Algunos de los sistemas con más frecuencias vulnerables son: el gastrointestinal (gastritis, inflamación, ulceras), endocrino (desarreglos de la tiroides, bajo el nivel de testosterona, puede suprimir la menstruación, hipercolesterolemia, disfunsión sexual,diabetes tipo II, etc.), cardiovascular (hipertensión, taquicardia, cardiopatias, etc.), y el inmunológico. Pero igual se perturban  ciertas funciones tales como:  la neurológica (cefaleas, insomnio, etc.), la nutricional (anorexia, bulimia, otras) o la dermatológica (reacciones alérgicas, dermatitis, prurito,caida del pelo, psoriasis, etc). En la esfera psicológica  puede dar paso a la aparición de desajustes emocionales y del estado anímico (ansiedad y depresión) o agravar una condición mental previamente insana.

     Uno de los órganos donde el estrés llega a impactar de manera más profunda es el cerebro, llegando a producir cambios en la propia estructura como la corteza pre-frontal, la amígdala o el hipocampo, los cuales pueden ver reducido su tamaño en los casos de estrés crónico. Debido a que estas zonas del encéfalo están estrechamente relacionadas con el aprendizaje, la memoria y la regulación de las emociones, el efecto en estas capacidades se ve muy mermado y reducido.  Por eso a las personas bajo estrés les resulta menos factibles el aprendizaje, presentan mayores problema de memoria (la memoria de corto plazo) y de concentración, tienen más dificultad para la toma de decisiones y manejan sus estados emocionales de forma menos asertiva.

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     La mejor forma de modular el estrés es instaurando un estilo de vida saludable que atienda a, por ejemplo, dormir entre siete u ocho horas, desayunar todos los días, no fumar, no consumir alcohol (o hacerlo moderadamente), hacer actividad física, alimentarse saludablemente. Un programa terapéutico para tratar el estrés precisa de una prescripción multifactorial que incluya: 

  -Técnicas de desactivación fisiológicas

     Entrenamiento en relajación y técnicas de respiración  profunda.  La relajación siempre se ha recomendado para los estado de tensión y ansiedad. Si a ella se le agrega ademas alguna técnica de respiración (respiración profunda, rítmica, circular, etc. ) el efecto conseguido entonces es superior y, desde luego, contribuye mucho a  desconectarse del estrés.

     -Técnicas de modificación fisiológica:
   
     1) Programa de ejercicio (musculaciónaeróbico, yoga, etc.). Realizar actividad física produce muchos beneficios (en el cuerpo, emociones y mente). Por ejemplo, al hacer ejercicio el cuerpo libera una hormona que produce bienestar; esta es la endorfina, que actúa como un calmante natural en el sistema nervioso. Con ello se eliminar, o por lo menos se reduce, la tensión muscular y nerviosa. 

     Con una rutina de ejercicio, realizada sistemáticamente, se garantiza una reducción del cortisol (la hormona más característica del estrés), se combate la ansiedad y puede igualmente llegar a ser efectiva para la depresión, ya que aumenta los niveles de serotonina (sobre todo el ejercicio aeróbico). El ejercicio con pesas incrementa los niveles de testosterona, lo cual mejora el estado de animo, tanto en hombre como en mujeres. El ejercicio además mejora la calidad y la cantidad de horas de sueños, disminuye el colesterol, la grasa corporal, favorece la apariencia física (lo cual aumenta la autoestima) y mejora todos los parámetros cardiovasculares.

      2) Nutrición y suplementacion 

     Esto incluye el consumo de vitaminas del complejo B, vitamina C, minerales como el magnesio, potasio, calcio, zinc y el consumo de grasas poliinsaturadas como el Omega 3. A todo ello vale la inclusión de Adaptogenos (Ashwaganda, Rhodiola, Maca, Eleuterococo, esquisandra, entre otros). El término adaptogeno surge en 1947 del científico Ruso N.V. Lazarev y son sustancias (de acuerdo a las investigaciones) que tienen la capacidad de normalizar y modular las funciones del cuerpo. Esto hace que el cuerpo logre adaptarse más fácilmente a las demandas del entorno (al estrés). Distintos estudios han demostrado que los adaptogenos pueden restaurar la energía física, así como la resistencia. Protegen al cerebro, mejorando la memoria, reducen los radicales libres, algunos actúan como ansiolíticos naturales mejorando los estados de ansiedad. Logran un impacto positivo en casos de depresión leve o moderada.

     Puede incluirse igualmente el uso de sustancias como L-Teanina que es un aminoácido que contribuye a la relajación del sistema nervioso (sin provocar sueño) y disminuye la actividad excesiva del sistema nervioso simpático. Reduce los síntomas asociados a la ansiedad y la fatiga mental. Existe algunas evidencia de que puede llegar a mejora la capacidad intelectual. Por otro lado, las investigaciones sugieren que aumenta tanto la dopamina como la serotonina lo que instaura un nivel de bienestar mental bastante deseado. Otra sustancia recomendada es la magnolia cuyas propiedades son similares a la L-Teanina. Todos estos productos pueden conseguirse en tiendas naturistas y en algunas farmacias, pero cabe señalar que no son medicamentos. Su venta es libre y, por lo regular, no tienen efectos secundarios adversos si se siguen las indicaciones del fabricante.     

     -Práctica de meditación (mindfulness: centrarse en el aquí y ahora).

     La meditación es una técnica milenaria que busca focalizar la mente y aportar un estado de relajación profundo en el cuerpo. Desde hace mediados del siglo pasado comenzó a investigarse sobre sus posibles beneficios en pacientes con ansiedad y depresión y otras afecciones de salud (trastornos cardiovasculares, cáncer, hipertensión, problemas gastrointestinales, etc). A mediados de los años 70 (siglo pasado) Jhon Kabat-Zinn, de la Universidad de Massachusetts, empezó una serie de programa que incluían técnicas de meditación -la que posteriormente sería conocida mundialmente como Mindfulness- con grupos de pacientes de distintas patologías, logrando resultados bastante positivo en aquello que seguían un programa de entrenamiento de 10 sesiones (una por semana).  Actualmente el mindfulness se presenta como una de las mejores terapias para reducir o neutralizar los efectos del estrés crónico y muchos cuadros de ansiedad.

    -Entrenamiento en terapia cognitiva/conductual

     La psicoterapia cognitiva pretende dar un enfoque más positivo al dialogo interior de las personas, enseñándoles a bloquear la 
rumiación  (que generalmente es negativa). Ayuda igualmente a instaurar una nueva perspectiva los eventos de la vida, modificando las creencias desadaptativas . Esta terapia cumple ademas con los requerimientos de los tiempos actuales, ya que es un programa de corta duración y de sugerencias practicas que permite en poco tiempo (si es llevado acabo puntualmente), obtener resultados favorables tanto en el cambio de conducta (comportamiento), el manejo emocional y la representación  más racional en el modo de pensar y evaluar los acontecimiento y la vida misma.

     Si se logra integrar cada uno de estos puntos, o en su defecto la mayoría, la mejora o superación del estrés será muy evidente.