Casi todos los libros místicos,
la Biblia, por ejemplo, hablan de la inmortalidad del alma. Algunos creen que
el anhelo de permanencia eterna le viene al hombre porque su esencia es
imperecedera; de ahí su deseo de perennidad. Platón ya hacía referencia a ello
en Fedón, obra donde narra la naturaleza del alma y la aparente eternidad de
esta. De todos modos, el ser humano no es sólo un ente que apetece la vida,
además la reproduce, la da, la facilita. El sagrado acto de la procreación,
propio de la unión heterosexual, entre macho y hembra, deviene de un mandato,
divino o natural, cuya finalidad ulterior es la propagación y permanencia de la
especie. Con la gestación, y durante ella, adquiere la mujer un sentimiento de
unión y entrega, capaz del más noble sacrificio. El arquetipo universal de la maternidad con
todas sus implicaciones, se inserta en la psiquis de toda madre modificando su
relación con la vida, con el mundo e incluso con ella misma. Ella no sólo se
convierte en el laboratorio donde crece la criatura que lleva en su vientre,
sino en el soporte que le sirve de alimento y nutrición. El virtuoso seno femenino
-el pecho, las tetas, las mamas- es el símbolo nutricio más universal. En la alegoría cristiana se dice que Dios
acoge en su Santo Seno a las almas piadosas, lo cual indica que las protege o
las ampara; misma cualidad muestra la Alma Máter (o madre nutricia) cuando
cobija aquellos que desean nutrirse del conocimiento profano.
No obstante, todo lo dicho, existen
circunstancias en donde ese precepto original de conservación se ve
desarticulado y la vida misma puede ser segada por aquel que está llamado a
atesorarla. La causa más frecuente de la
inmolación, la cual es la negación concluyente de la existencia, viene de la
percepción por parte de una persona de que la existencia se vuelve tan dolorosa
que sólo la muerte puede proporcionar alivio. Kierkegaard, ya había insinuado
esto cuando planteaba que la subsistencia desafía la explicación racional y
objetiva y que la mayor verdad sobre este punto siempre será de carácter
subjetivo. De lo anteriormente expuesto podemos emplazar entonces el hecho de
que la sobrevivencia aparece como una tendencia general, innata e inherente a
los seres vivos, pero que, de algún modo en el ser humano, debido sobre todo a
la complejidad de su constitución, puede labrar sendas escarpadas y
tumultuosas, llevando, no pocas veces, al individuo a la auto-aniquilación.
El suicidio es siempre una dicotomía, una
contradicción existencial, un acto contra natura. En determinado momento
histórico algunas culturas orientales (Japón, China, India) emparentaron el
suicidio con una heroica conducta que ennoblecía a quien la asumía, pues la
creencia general en tales casos era que contribuía a reparar algún daña o
infracción. El kamikaze moderno que da su vida por una causa gloriosa no deja
de ser un suicida, y en muchos casos un insensato, aunque desde luego las
razones aquí parecen justificar dicha temeridad. El terrorista que inmolándose
trayendo consigo la muerte de otros, es todavía peor, pues su fanatismo le ha
segado hasta tal punto de no lograr entender el valor de la vida de sus
semejantes. En cualquier caso, independientemente de la justificación
presentada, el suicidio es un error. Si se toma en cuenta que el ochenta por
ciento de las personas que se matan están atravesando una fase crítica de su
vida o una profunda depresión, se podrá comprender el sustrato patológico
subyacente que regularmente acompaña dicha determinación.
Se requiere estar realmente perturbado
para intentar atentar contra la propia vida. Algunas almas ingenuas y no pocas
veces ignorantes argumentan que quien comete, o intenta cometer, suicidio busca
ante todo manipular o llamar la atención. A pesar de que algo de esto puede
haber en quien se quita la vida, nadie razonablemente sano optará por medios
tan osados y decididamente tan funestos. Las motivaciones intrínsecas de la
conducta suicida son más de las veces ignoradas por el propio sujeto
predispuesto a dichos actos. La investigación psicológica apunta a que unos
conjuntos de factores son los responsables de que una persona llegue a ese
derrocadero. Por un lado, están los factores que hablan de un inusitado
desbalance en la química cerebral (disminución de la serotonia) que inclina al estado de ánimo triste,
desesperanzado y depresivo. Están, además, las razones de carácter psicológico,
como una visión pesimista del mundo, un bajo autoconcepto, una naturaleza
introvertida o sentir que no puede controlarse la vida propia. Las enfermedades mentales (esquizofrenia, trastorno limite de la personalidad, trastornos de ansiedad) suelen ser igualmente factores de suicidio, así como las enfermedades orgánicas (cáncer, hipotiroidismo, dolor crónico). También diversas circunstancias (duelo, separación, enfermedad crónica, desempleo, desastres) el ambiente (climas frios y poco sol) y determinadas situaciones (antecedentes de consumo y abuso de sustancias: alcohol, drogas, etc.) pueden acenturar la inclinacion a la autoeliminación. Lo que comúnmente acontece, no obstane, es que se conjugan más de uno de estos elementos para que llegue a materializarse
el trágico final.
La franja de edades en la que más tiende a producirse el suicidio está en jovenes, entre 15 y 25 años (algunos estimán que puede llegar a 34); los jovenes atraviesan con frecuencia por situaciones de presión en su pocisionamiento laboral, academico, de pareja durante estos años. La misma vulnerabilidad propia de la inmadurez tambien contribuye, pues a tales edades muchas de sus conductas se caracterizan por la impulsividad (y la impulsividad es un elemento que contribuye a la accion suicida). El otro grupo de edad en que se tiene mayor riesgo son las personas mayores de 65 años. Aquí, los motivos pueden ser enfermedad, no querer ser una carga para familiares, sentimientos de inutilidad o soledad, entre otros. (Tuesca Molina, Rafael; Navarro Lechuga, Edgar, 2003).
La franja de edades en la que más tiende a producirse el suicidio está en jovenes, entre 15 y 25 años (algunos estimán que puede llegar a 34); los jovenes atraviesan con frecuencia por situaciones de presión en su pocisionamiento laboral, academico, de pareja durante estos años. La misma vulnerabilidad propia de la inmadurez tambien contribuye, pues a tales edades muchas de sus conductas se caracterizan por la impulsividad (y la impulsividad es un elemento que contribuye a la accion suicida). El otro grupo de edad en que se tiene mayor riesgo son las personas mayores de 65 años. Aquí, los motivos pueden ser enfermedad, no querer ser una carga para familiares, sentimientos de inutilidad o soledad, entre otros. (Tuesca Molina, Rafael; Navarro Lechuga, Edgar, 2003).
Finalmente debemos concluir que el suicidio, como la mayoría de las
inclinaciones patológicas puede prevenirse y muy posiblemente también
desarticularse su tendencia persistente. Un conocimiento profundo de la persona
implicada es pertinente y esto se consigue de forma adecuada en la
psicoterapia. La medicación igualmente es una opción legítima y la combinación
de ambas (psicoterapia y medicación) sin duda, es el mejor procedimiento a
seguir. Cuando el ser humano goza de salud psicológica y emocional, vivir suele
ser una experiencia gratificante, aún con todos los contratiempos que se puedan
presentar. Sólo cuando la existencia se convierte en algo insoportable piensa
el ser humano en transgredir el instinto de supervivencia; cuando esto ocurre
es el signo indefectible de que algo malo -algún trastorno- ha corrompido la
naturaleza humana.
_________________
-Tuesca Molina, Rafael; Navarro Lechuga, Edgar (2003). Factores de riesgo asociados al suicidio e
intento de suicidio. Universidad del Norte
Barranquilla, Colombia.
-Organizació Mundial de la Salud (2016). Prevención de la conducta suicidad. Washington, D.C.