sábado, 6 de marzo de 2021

La conducta adaptativa: un cuestionamiento a la norma como sinónimo de normalidad

   

     A mediados del siglo XVIII prevalencia en Europa la idea de que los nativos de las islas y regiones descubiertas y conquistadas centenios atrás eran seres atrasados, salvajes de costumbres extrañas que requerían ser civilizados de acuerdo a los parámetros del hombre occidental, porque estos al compararse con aquellos tenían mucho más que aportar. Jacques Rousseau fue, sin dudas, uno de los pocos pensadores de entonces que reaccionó frente a tales prejuicios, enfrentándose a figuras de la talla de George Louis Leclerc, conde de Buffon, que capitalizaba el sentimiento supremacista de la ilustración, cuestionando el dogma elitista de que la civilización europeísta, hegemónica en aquellos años, fuese superior a cualquier otra allende los mares. Para el siglo XIX, empero, y desde la visión darwinista del evolucionismo, antropólogos como Edward Tylor y Lewis Henry Morgan continuaron concibiendo la idea de superioridad, pero ahora sustentada en el paradigma biologicista de la herencia genética que concebía que algunas razas eran superiores a otras. No fue sino hasta el primemr cuarto del siglo XX que la antropología comenzó a desprenderse de esa rancia segregación con investigadores como Franz Boaz, Ruth Benedict, Claude Lewis-strauss, entre otros, que comienzan a reflexionar de modo distinto.

     Lo cierto es que, si bien el nivel de desarrollo tecnológico de los pueblos colonizados era mucho más rudimentario que el de los europeos, sus costumbres, tan cuestionadas por los observadores foráneos, no tenían nada extemporáneas, ya que estas respondían a la naturaleza de su entorno, de su modo de subsistencia y de la concepción del universo que tenían; esto es, que su interpretación del mundo partía esencialmente de los datos de que disponían. En los asuntos rutinarios eran bastante parecidos a la del europeo promedio, en temas como consolidar una familia, criar hijos, proveer de sustento al grupo, defender su territorio, realizar ritos de iniciación, la adoración a sus deidades y la realización de liturgia fúnebres a sus muertos. 

     Siempre que se tiene la experiencia de interactuar con grupos distintos surge la disyuntiva de si sus maneras son mejores o inferiores a las nuestras. Sacamos muchas veces conclusiones sin conocer la realidad auténtica de las cosas, sin advertir que lo que frecuentemente se considera verdad es en gran medida la manipulación de lo que los grupos que detentan el poder imponen. Esto ha sido así en todas las épocas. Esta forma de sesgo brota en muchos campos, incluso donde cabria no esperarlo, por el tipo de conocimiento que manejan, como en el de la psicología. La psicología, nacida como ciencia en Alemania en el último cuarto del siglo XIX, es al momento predominantemente una psicología de raigambre anglosajona, de índole peculiarmente norteamericana, que tuvo como modelo de estudio principal y casi exclusivo al ciudadano blanco de clase media de la posguerra. Las consecuencias que se desprendieron de este hecho radica que se adoptó un criterio de normalidad y de adaptación, psicológicamente hablando, suscrito a las características de ese sector de la población y a la filosofía de vida que preconizaban, sin tomar en consideración las particularidades de otra clase, grupo o cultura no solamente distintas, sino a veces con parámetros, creencias, costumbres y proyecciones totalmente opuesta a este segmento poblacional. 

     Dos hechos interesantes a destacar revelan de por si a lo que acabamos de hacer referencia. Uno de ello ocurrió a mediados de la década de los años 20 (del pasado siglo), cuando cantidad de inmigrantes europeos que llegaban a la costa de New York. Gran número de ellos fueron deportados, pues tras no aprobar unos tests de inteligencia a los que fueron sometidos, basados en los estándares norteamericanos de entonces, se les consideró no aptos para estar en el territorio americano. La justificación era la de evitar el supuesto descenso en la inteligencia de la población media norteamericana. El otro hecho, tan irritante como indignante, sucedió en 1974 y tuvo como protagonista nada más que aun premio Nobel, el Dr. Williams Shockely, quien argumentaba, ante las evidencias que supuestamente poseía, que los descendientes de afroamericanos eran individuos intelectualmente inferiores y  que nada podía hacerse para revertir dicha condición. Su "genial" solución fue proponer la esterilización de las personas de color, para con ello, como él mismo señalaba, impedir el incremento de seres intelectualmente deficientes.

     La suposición de que se puede estudiar a gente de cualquier lugar basándose exclusivamente en códigos establecidos por un grupo x forma parte de la arraigada presunción de muchos de pretender categorizar a los seres humanos. La historia demuestra que tales criterios son "frecuentemente promovidos por sectores ávidos de establecer distinciones, teniendo muy en cuenta colocarse ellos mismos en la posición más alta de las jerarquías que sugieren" (Josef Schovanes, filósofo). Esto es propio de los modelos hegemónicos que intentan validarse ignorando cualquier intuición u observación distinta de la suya. Y en esa idéntica línea de pensamiento unos de los conceptos que tradicionalmente han manipulado los grupos de poder es el de adaptabilidad, o dicho de otro modo, lo que se acomada a la norma. Desde luego un sistema fáctico vería muy bien etiquetar como inadaptada toda conducta insubordinada que no se someta a sus caprichos. 

     Abraham Maslow que estuvo errado en cuanto a la pirámide de las necesidades humanas, puesto que creía que la autorrealización personal solo llegaba a tener prioridad cuando se habían satisfechos las demandas básicas de subsistencia, estuvo, no obstante, en lo cierto al exponer que el modelo de sujeto adaptado a la sociedad como sinónimo de salud mental podía ser engañoso ya que nuestra sociedad tiene cantidad de cosas (ideologías, costumbres, comportamientos, creencias) a la que adaptarse podría más bien ser considerado un signo de perturbación psicológica. En su brillante libro, El Hombre Autorrealizado, advierte sobre el artificio de este modo de razonar cuestionando si el concepto de adaptación empleado habitualmente en psicología es oportuno. Haciendo uso de un ejemplo enfático se preguntaba si un soldado nazi que se sintiera cómodo en su trabajo como oficial en los campos de exterminio podía considerarse sano psicológicamente por el hecho de adaptarse bastante bien a su labor de genocida. Inquiría igualmente que, si a otro militar en idéntico escenario le resultara imposible adecuarse ante prácticas tan deleznable, si podía considerarse a este un sujeto inadaptado emocional. En otras palabras ¿Cuál de los dos hombres, se preguntaba Maslow, estaría dando muestra de insania mental, el que se mantiene incólume y a gusto frente a semejante barbarie o el que se reciente a ajustarse a las atrocidades que ve?  

     Pero Maslow, ni de lejos, ha sido el único en poner en entre dicho el criterio ordinariamente admitido de adaptabilidad como sinónimo de normalidad. Michael Foucault, quien además de filosofo fue psicólogo, explicaba que la sociedad tiende a excluir a todos aquellos sujetos que viven y piensan distintos a lo que se acepta por norma, creando una serie de prejuicio en contra de estos. Erick Fromm, por otro lado, llega incluso a publicar el libro Psicopatología de la normalidad en el que se adentra en el concepto de alienación. Fromm explica que la sociedad en su conjunto ha perdido el equilibrio mental y esto, en parte, debido a que el sujeto promedio ha adquirido unos valores moldeados por el mercado económico, la publicidad y la propaganda.

     Desde luego, la sociedad requiere, para funcionar más o  menos adecuadamente, reglas, pautas, en fin, normas que permitan regular la convivencia en un conglomerado; establecer patrones de comportamientos imperativos en ocasiones y con ello procurar el orden, y por eso el criterio de adaptación logra una validez muy sugestiva en la colectividad.  Pero, como hemos señalado en los párrafos iniciales, debido a que  grupos dentro de la sociedad tienden a erigirse, a través del poder, en amos y señores e imponer sus valores, igual deben existir voces disidentes que no se acoplen a la domesticación de consciencia que tratan de imponer. 

     Con harta frecuencia el concepto de adaptación hoy llega a parecerse al de conformidad, equiparable este a una postiza tolerancia al establishment. Suponemos que en ciertos casos y ocasiones la conformidad al sistema puede ser legítima; asumir filosóficamente algunos hechos, fruto de una deliberada reflexión, ofrece sus ventajas. Deponer la indignación ante el funcionario corrupto que se roba nuestros impuestos puede ser más adaptativo y beneficio, a largo plazo, que descantarnos por colocarle varios proyectiles en su corrompido cerebro; a fin de cuenta podemos llegar a adoptar una actitud racional -y sobrevivir a la indignación- al comprender que casi todos los políticos están podridos y que nuestra, “digna” y extremada, acción quizás no tenga el efecto deseado y sí el cuestionamiento imperdonable de la prensa y determinados sectores favorecidos por el político de marras.   

     La conformidad, siendo en cantidad de ocasiones un sucedáneo de la adaptación, es un terreno infecundo del cual el mundo se ha beneficiado muy poco. Quienes no se han adaptado ciegamente a mucho de lo normalizado por la sociedad son, ordinariamente, hombres que han emprendido el camino hacia el progreso. Por eso, suponemos que detrás de cantidad de sujetos "adaptados" lo que encontramos son individuos conformista, acomodados a un patrón conductual estereotipado, ineptos para asumir un tipo de comportamiento distinto -original diríamos- si fuese su deseo, solícitos a la subordinación de los esquemas socialmente aceptados; sujetos que repiten las mismas ideas de siempre, temerosos de no coincidir con las teorías de su tiempo o de pensar distintos a como lo hace su gremio. Si todos los ciudadanos hubiesen sido así de adaptados todavía habitaríamos en las cavernas, pues tanto en los campos de la ciencia, el arte o la técnica son aquellos que osaron pensaron distinto -y por ello mismo diferente- los que generaron el ascenso de la humanidad al nivel en que se encuentra hoy, en ocasiones a pesar de no tener el favor ni la aceptación de sus congéneres.  

     Revisando la historia de todos los tiempos parecería que en algunos casos el sujeto considerado inadaptado, según las consideraciones del momento, en ocasiones, marque la dirección hacia donde hay que moverse. Un caso relevante, dentro de los muchos que se pueden citar, que nos llega a la memoria es el de Ignae Philipp Semmelweis, un cirujano húngaro del siglo XIX, considerado hoy como el Padre de la asepsia*. Semmelweis caracterizado por actitudes poco convencionales en su época, pero con una aguda capacidad de observación, intuyó que las muertes que se producían en las parturientas del Hospital Maternal de Viena, por fiebre puerperal, se debía a sustancias que transportaban los médicos en sus manos después de estar diseccionando cadáveres en el laboratorio (todavía no se había descubierto el microscopio). Al sugerir el lavado de manos, a los médicos residentes, con solución de hipoclorito cálcico, se vieron disminuidas las defunciones notablemente. A pesar de ello sus colegas -hombre de mucha menos visión y apertura- entre los que se encontraban figuras renombradas de la medicina de entonces, se negaron a incorporar sus recomendaciones tachándolas de descabelladas. Las consecuencias que se derivaron de tan obtuso proceder fueron, por una lado la expulsión de Semmelwes del hospital, debido a la presión de los galenos (un ejemplo patente de la exclusión de aquel que piensa distinto a la generalidad), y la otra, de consecuencia todavía más grave, el incremento de las muertes de las mujeres que alumbraban en el hospital, cifras estas que habían logrado reducirse a partir del protocolo del lavado de manos sugerido por Semmelwes.

     A partir de lo descrito no debería nadie extrañarse, entonces, cuando desde el parecer social o desde el criterio de ciertos profesionales de la conducta se suscriba como sospechosa de inadaptada toda actuación, inclinación o comportamiento poco habitual, pero que en sí mismo no tiene nada de anormal, por más que no cumpla con los criterios de normalidad, tomando este concepto como lo que define a la norma, o sea, lo que abunda 

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     Cada tiempo trae su tipo de hombre, empero, algunos nunca se someterán a los imperativos dominantes durante el momento en que les toca vivir. Si el concepto de adaptación no es revisado seguiremos teniendo sujetos que parecen no lo serían nunca. En este mundo hay seres, cantidad de ellos, que habitualmente solo caminan en la horizontalidad de la vida; otros en cambio jamás se satisfarán sino transitan por la profundidad de la existencias. 




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* Método o procedimiento para evitar que los gérmenes infecten una cosa o un lugar.