Lo cierto es que, si bien el nivel de desarrollo tecnológico de los pueblos colonizados era mucho más rudimentario que el de los europeos, sus costumbres, tan cuestionadas por los observadores foráneos, no tenían nada extemporáneas, ya que estas respondían a la naturaleza de su entorno, de su modo de subsistencia y de la concepción del universo que tenían; esto es, que su interpretación del mundo partía esencialmente de los datos de que disponían. En los asuntos rutinarios eran bastante parecidos a la del europeo promedio, en temas como consolidar una familia, criar hijos, proveer de sustento al grupo, defender su territorio, realizar ritos de iniciación, la adoración a sus deidades y la realización de liturgia fúnebres a sus muertos.
Dos hechos interesantes a destacar revelan de por si a lo que acabamos de hacer referencia. Uno de ello ocurrió a mediados de la década de los años 20 (del pasado siglo), cuando cantidad de inmigrantes europeos que llegaban a la costa de New York. Gran número de ellos fueron deportados, pues tras no aprobar unos tests de inteligencia a los que fueron sometidos, basados en los estándares norteamericanos de entonces, se les consideró no aptos para estar en el territorio americano. La justificación era la de evitar el supuesto descenso en la inteligencia de la población media norteamericana. El otro hecho, tan irritante como indignante, sucedió en 1974 y tuvo como protagonista nada más que aun premio Nobel, el Dr. Williams Shockely, quien argumentaba, ante las evidencias que supuestamente poseía, que los descendientes de afroamericanos eran individuos intelectualmente inferiores y que nada podía hacerse para revertir dicha condición. Su "genial" solución fue proponer la esterilización de las personas de color, para con ello, como él mismo señalaba, impedir el incremento de seres intelectualmente deficientes.
La suposición de que se puede estudiar a gente de cualquier lugar basándose exclusivamente en códigos establecidos por un grupo x forma parte de la arraigada presunción de muchos de pretender categorizar a los seres humanos. La historia demuestra que tales criterios son "frecuentemente promovidos por sectores ávidos de establecer distinciones, teniendo muy en cuenta colocarse ellos mismos en la posición más alta de las jerarquías que sugieren" (Josef Schovanes, filósofo). Esto es propio de los modelos hegemónicos que intentan validarse ignorando cualquier intuición u observación distinta de la suya. Y en esa idéntica línea de pensamiento unos de los conceptos que tradicionalmente han manipulado los grupos de poder es el de adaptabilidad, o dicho de otro modo, lo que se acomada a la norma. Desde luego un sistema fáctico vería muy bien etiquetar como inadaptada toda conducta insubordinada que no se someta a sus caprichos.
Abraham Maslow que estuvo errado en cuanto a la pirámide de las necesidades humanas, puesto que creía que la autorrealización personal solo llegaba a tener prioridad cuando se habían satisfechos las demandas básicas de subsistencia, estuvo, no obstante, en lo cierto al exponer que el modelo de sujeto adaptado a la sociedad como sinónimo de salud mental podía ser engañoso ya que nuestra sociedad tiene cantidad de cosas (ideologías, costumbres, comportamientos, creencias) a la que adaptarse podría más bien ser considerado un signo de perturbación psicológica. En su brillante libro, El Hombre Autorrealizado, advierte sobre el artificio de este modo de razonar cuestionando si el concepto de adaptación empleado habitualmente en psicología es oportuno. Haciendo uso de un ejemplo enfático se preguntaba si un soldado nazi que se sintiera cómodo en su trabajo como oficial en los campos de exterminio podía considerarse sano psicológicamente por el hecho de adaptarse bastante bien a su labor de genocida. Inquiría igualmente que, si a otro militar en idéntico escenario le resultara imposible adecuarse ante prácticas tan deleznable, si podía considerarse a este un sujeto inadaptado emocional. En otras palabras ¿Cuál de los dos hombres, se preguntaba Maslow, estaría dando muestra de insania mental, el que se mantiene incólume y a gusto frente a semejante barbarie o el que se reciente a ajustarse a las atrocidades que ve?
Desde luego, la sociedad requiere, para funcionar más o menos adecuadamente, reglas, pautas, en fin, normas que permitan regular la convivencia en un conglomerado; establecer patrones de comportamientos imperativos en ocasiones y con ello procurar el orden, y por eso el criterio de adaptación logra una validez muy sugestiva en la colectividad. Pero, como hemos señalado en los párrafos iniciales, debido a que grupos dentro de la sociedad tienden a erigirse, a través del poder, en amos y señores e imponer sus valores, igual deben existir voces disidentes que no se acoplen a la domesticación de consciencia que tratan de imponer.
Con harta frecuencia el concepto de adaptación hoy llega a parecerse al de conformidad, equiparable este a una postiza tolerancia al establishment. Suponemos que en ciertos casos y ocasiones la conformidad al sistema puede ser legítima; asumir filosóficamente algunos hechos, fruto de una deliberada reflexión, ofrece sus ventajas. Deponer la indignación ante el funcionario corrupto que se roba nuestros impuestos puede ser más adaptativo y beneficio, a largo plazo, que descantarnos por colocarle varios proyectiles en su corrompido cerebro; a fin de cuenta podemos llegar a adoptar una actitud racional -y sobrevivir a la indignación- al comprender que casi todos los políticos están podridos y que nuestra, “digna” y extremada, acción quizás no tenga el efecto deseado y sí el cuestionamiento imperdonable de la prensa y determinados sectores favorecidos por el político de marras.
La conformidad, siendo en cantidad de ocasiones un sucedáneo de la adaptación, es un terreno infecundo del cual el mundo se ha beneficiado muy poco. Quienes no se han adaptado ciegamente a mucho de lo normalizado por la sociedad son, ordinariamente, hombres que han emprendido el camino hacia el progreso. Por eso, suponemos que detrás de cantidad de sujetos "adaptados" lo que encontramos son individuos conformista, acomodados a un patrón conductual estereotipado, ineptos para asumir un tipo de comportamiento distinto -original diríamos- si fuese su deseo, solícitos a la subordinación de los esquemas socialmente aceptados; sujetos que repiten las mismas ideas de siempre, temerosos de no coincidir con las teorías de su tiempo o de pensar distintos a como lo hace su gremio. Si todos los ciudadanos hubiesen sido así de adaptados todavía habitaríamos en las cavernas, pues tanto en los campos de la ciencia, el arte o la técnica son aquellos que osaron pensaron distinto -y por ello mismo diferente- los que generaron el ascenso de la humanidad al nivel en que se encuentra hoy, en ocasiones a pesar de no tener el favor ni la aceptación de sus congéneres.
A partir de lo descrito no debería nadie extrañarse, entonces, cuando desde el parecer social o desde el criterio de ciertos profesionales de la conducta se suscriba como sospechosa de inadaptada toda actuación, inclinación o comportamiento poco habitual, pero que en sí mismo no tiene nada de anormal, por más que no cumpla con los criterios de normalidad, tomando este concepto como lo que define a la norma, o sea, lo que abunda.
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Cada tiempo trae su tipo de hombre, empero, algunos nunca se someterán a los imperativos dominantes durante el momento en que les toca vivir. Si el concepto de adaptación no es revisado seguiremos teniendo sujetos que parecen no lo serían nunca. En este mundo hay seres, cantidad de ellos, que habitualmente solo caminan en la horizontalidad de la vida; otros en cambio jamás se satisfarán sino transitan por la profundidad de la existencias.
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* Método o procedimiento para evitar que los gérmenes infecten una cosa o un lugar.