Toda persona busca
estar bien, conseguir el bienestar, aun cuando los medios que elija no sean habitualmente los
correctos. La sociedad, regularmente, suele extraviar a quienes ingenuamente
intentan alcanzar un alto grado de satisfacción, debido, entre otras razones, a
que los modelos predominantes en que inspirarse no siempre son los más saludables o éticos.
Si bien es cierto que durante el último siglo se produjo un aumento
significativo del bienestar social y material, este en gran medida se quedó en
los aspectos externos que hacían la vida más cómoda y agradable, no profundizándose en aspectos menos obvios que, aún cuando, por ser intangibles no
dejaban de ser constitutivamente relevantes y, a veces, el principal foco para
el bienestar humano.
Las primeras definiciones sobre el
concepto de calidad de vida (término con el que se pretendía medir el bienestar
material alcanzado por una sociedad), sólo tomaban en cuenta cuantificaciones
tales como el índice del producto interno bruto, el nivel de seguridad social,
el ingreso Per cápita o el nivel de educación general. Todo esto fue bueno, y
siempre será reconocido que cuando estos aspectos están bien instalados la
sociedad se encuentra en un umbral de desarrollo bastante deseado. De todas
maneras lo que han mostrado algunas investigaciones que vienen realizándose desde
hace algo más de treinta años -tanto en Estados Unidos, Europa y Japón- es que
el progreso, el progreso material, por sí sólo no lleva apareado en igual medida un más alto índice de
satisfacción personal a lo que se ha llamado bienestar subjetivo.
Estos resultados plantearon la necesidad
de complementar el círculo de la realización personal orientándose hacia
aquellos aspectos, si bien menos tangibles, igualmente importantes que hacen la
vida de las personas más satisfactoria y significativa. Esto, en parte, ha sido
el esfuerzo de un grupo de psicólogos, pero también de economistas, sociólogos
y neurocientíficos, que se han interesado en el tema del bienestar humano y de
lo que hace que los seres humanos sean felices. Sobre todo esto hablaremos a continuación.
Las variables -externar e internas- del bienestar
El
bienestar es un concepto amplio que engloba muchas vertientes, más de las que
tradicionalmente se ha solido estipular. Regularmente se habla de bienestar
referido al nivel o calidad de vida que es factible obtener en una nación y
cuyo punto de comparación se orienta a los alcanzados en los llamados países
desarrollados. Las bases de este bienestar se suscriben a los puntos de acceso
a la salud (medicina y medicamentos); alimentación:
cuyos requisitos calóricos, proteicos y vitamínicos sean esenciales; agua
potable, fuentes de energías disponibles (que permitan calefacción e
iluminación); educación, vivienda, saneamiento; vestimenta y calzado, transporte
para el trabajo y el estudio, acceso a la información, descanso y recreación.
Estos puntos, sin ser del todo exhaustivos, componen, no obstante, los elementos
fundamentales relacionados con el bienestar en términos sociales.
Las
sociedades modernas ofrecen, fuera de lo que son las necesidades básicas,
bienes de consumo que si bien no son obligatoriamente superfluos, su obtención
no forzosamente contribuye a incrementar la situación de bienestar. Por
ejemplo, un automóvil reporta comodidad innegable, pero su ausencia no indefectiblemente elimina
el bienestar (claro que puede restar comodidad). De igual forma disponer de un excedente de ingresos que en gran
parte se destine, por ejemplo, al consumo de bebidas alcohólicas, sexualidad irresponsable, gastos superfluos, lujos desmedidos, u otras recreaciones
insensatas, puede afectar negativamente el
bienestar.
En las sociedades capitalistas una gran cantidad de objetos se ofrecen en el mercado de consumo para generar
satisfacción al precio de una depredación inmensa de los recursos naturales,
motivado por una estrategia a favor del consumo, cuya finalidad es crear lucro y no una
honesta preocupación por una vida mejor. Esto puede ser observado claramente en
algunos países desarrollados (Estados Unidos, Brasil, Alemania, Taiwán) cuya
calidad de vida no se iguala en índice al bienestar humano obtenido por sus
ciudadanos quienes, según estimaciones, presentan elevados niveles de estrés, ansiedad,
depresión y tazas muy altas de enfermedades cardiovasculares (Lora y Chaparro,
2008).
El
concepto del bienestar basado sólo en el progreso monetario está siendo
cuestionado hoy día, al punto de que economistas como Joseph Stiglitz y Amontya
Sen (Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económicoy del
Progreso Social 2008), ambos premios Nobel, plantean que la calidad de vida debe
ser definida en términos más holístico y mucho más amplios de lo que se conoce
como Producto Interno Bruto (PIB), debiendo incluir el de Felicidad Interna
Bruta (FIB). De hecho los alcances del PIB que se toman como relación del
desarrollo consiguen número tan elevados –en los países del primer mundo-
debido principalmente a la cuantía de recursos generado por la atención médica.
Si esto prueba la eficiencia del sistema de salud social, implícitamente
sugiere también cifras más numerosas de enfermedades atendidas. Una nación desarrollada
debería basar sus índices de progreso en menores casos enfermedades y no sólo en
la mejor atención hacia estas. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho
público el informe de que aproximadamente el 80% de todas las enfermedades se
deben o se agravan por un factor emocional disfuncional. Una sociedad -materialmente hablando- más prospera igualmente debe estar gestando sujetos
más equilibrados emocional y mentalmente, aunque tal parece que esto no es lo
que está aconteciendo.
Las
ideologías que sostienen que la superación de todas las trabas económicas garantizaría ampliamente la satisfacción de
los individuos, tendrán que revisar sus proposiciones en miras de que las más
recientes investigaciones científicas sobre la felicidad no apoyan dicha
tesis. El actual criterio integral del
bienestar apunta a que mayor calidad de vida, entendida como necesidades
básicas cubiertas de forma holgada y más disponibilidad de consumo, no agota la extensión del concepto. Existen otras dimensiones, dentro de la calidad de vida que se refieren a aspectos un tanto inmaterial que involucran el desarrollo
humano y que integran elementos como afectividad, valores, sanidad psicológica,
crecimiento interior, estados de paz, tranquilidad emocional y calidad en las
relaciones interpersonales. Todos ellos deben ser incluidos dentro de la
dimensión de bienestar. En tal sentido desarticular condicionamientos negativos
adquiridos durante la infancia, superar traumas psicológicos y reactividad
emocional neurótica, es también trabajar para el bienestar individual y social.
Una personalidad equilibrada, serena y madura, sugiere el logro de un nivel de
bienestar subjetivo bastante alto (Peterson y Bossia, 1991).
El bienestar humano
Es mucho lo que se ha escrito justificando
que lo que más afecta a una persona ante un hecho o circunstancia no es el
hecho en sí mismo, sino más bien la interpretación que se hace sobre el mismo.
Si esto es así –y creemos que lo es- los eventos no tienen una consecuencia absoluta,
sino relativa que depende de la interpretación subjetiva. Esa interpretación varía
según la personalidad de cada cual.
Para Gordon Allport la personalidad es "la construcción que se edifica a partir de la entidad física, la educación, el aprendizaje, el comportamiento,
el condicionamiento, los gustos y las tendencias particulares" (Susan C. Cloninger, 2003). Es un constructo
muy amplio que para ser comprendido es requisito definir los otros dos elementos
que le son consustanciales: el carácter y el temperamento. El primero no es una
herencia ni biológica ni social, sino más bien se construye ejercitando la volición ante las circunstancias, o sea, la templanza o la cortedad
con el que se enfrentan los retos de la vida. Más "carácter" tiene una persona en
la medida en que más consciente ha sido a la hora de solucionar las trabas,
inconvenientes o dificultades con la que ha tenido que lidiar. Un aspecto del
carácter puede vincularse a los valores, entendiendo como tal las convicciones propias
que la persona desarrolla en su vida. El temperamento, en cambio, es de una
naturaleza más biológica (heredada) pues proviene del resultado de la combinación
genética de los progenitores. Por su misma condición es de difícil
modificación, aunque puede, con entrenamiento y educación, refinarse algunas de
sus esenciales inclinaciones. El temperamento determina aspectos tales como lo
impetuoso o calmado que se tiende a ser (al primer caso se le podría llamar
sanguíneo, al segundo, flemático). Sobre ello existe una extensa literatura que
viene desde Hipócrates en su división de los temperamentos. Posteriormente otros describieron que la diferencia en la complexión (Kretschmer: picnico, astenico, atlético o Shledon: endomorfo, mesomorfo, ectomorfo) determina la
naturaleza de nuestra constitución anímica.
Como puede observarse, la persona es
entonces el fruto tanto de su constitución biológica, como del condicionamiento
que le ha llegado del entorno. En ambos universos, en uno más que en otro, el individuo puede lograr cierta autonomía y
modificar, mejorar, cambiar o adquirir maneras, comportamientos o actitudes que
le sean provechosas, adecuadas y que le proporcionen mayor satisfacción en los
años de su paso por este mundo. Una concluyente frase del filósofo francés
Jean-Paul Sartre lo dice mejor: “un hombre es lo que hace con lo que hicieron
de él”.
Como todo ser humano hereda una cantidad de alteraciones genéticas (algún
mal funcionamiento nervioso, glandular, cerebral, inmunológico o metabólico) y, medioambientalmente hablando, un sistema: parental, social, político, económico y cultural imperfecto, es muy razonable considerar que llegar a una vida relativamente
plena amerita de una fuerte autoresponsabilidad que permita:
1)
Conocer y comprender nuestros puntos más vulnerables
2) Reconocer las fortalezas con las que
contamos y robustecerlas
Por lo regular, el bienestar, en
términos psicológico, implica dos aspectos iniciales, cuyas ramificaciones ocupan
la parte emocional y mental de todo individuo. Veamos:
1) Emocional: en esta dimensión el trabajo consiste, fundamentalmente, en desechar
las emociones negativas, regular la afectividad, o sea, equilibrarla e inclinar
la balanza hacia las emociones positivas. Algunos han supuesto que apartar de
sí las emociones negativas es inadecuado porque ello sería como reprimirlas y
negar lo humana que son. Esta visión, desde luego, tiene parte de razón pues la
tristeza o la ira son estados naturales que han jugado un rol importante en el
proceso evolutiva de la especie. Las emociones básicas han contribuido con la supervivencia y su carácter instintivo permitieron garantizar la integridad
física de quien se encontraba -y encuentra hoy día- en peligro. Fuera de tales escenarios, muchas emociones, que llamaremos negativas,
han sido reforzadas más bien por el contexto social y educativo, no siendo
pulsiones saludables y lo único que consiguen es apartarnos de un estado interno más sosegado.
2) Mental: el
esfuerzo aquí se centrará en adquirir
una mayor conciencia de los pensamientos, reconocer el intrínseco vínculo entre
emoción-mente (como aquella afecta a ésta) y entrenarse en controlar la mente (educar
su contenido, trabajando su estructura).
El bienestar subjetivo
Un
nuevo tipo de literatura sobre bienestar subjetivo viene liderando las
investigaciones en torno a la felicidad, la satisfacción con la vida y el
afecto positivo. Estos términos que tomados de manera aislada muchas veces
resultan vagos, por lo inespecíficos que suelen ser, son parte del interés de
muchos investigadores sociales. Quizás por que a través de la historia muy pocos filósofos
han considerado el tema de la felicidad, juzgándolo a veces de irrelevante, haya influido esto en que los psicólogos igualmente durante demasiado tiempo lo hayan ignorado, priorizando la exploración de las psicopatologías (Brenner, 1982). Al momento el concepto global de felicidad que se está estudiando, desde la psicología, está
siendo reemplazado por conceptos más específicos y mejor definidos, para fines operacional, e incluso se
están desarrollando instrumentos de medición al mismo tiempo que avanza la
teoría.
Las
definiciones de bienestar y de felicidad pueden agruparse dentro de dos
categorías: como virtud (Eudaemonia), que es la concepción griega de una
existencia sujeta a juicios normativos correctos y como satisfacción por la
vida (nuestro bienestar subjetivo), la cual es la designación que le dan los científicos sociales. Aquí nos
interesa más este último sentido, el cual es una explicación más ampliada –y
menos normativa- que implica evaluación global de la calidad de vida de acuerdo
con los criterios elegidos por ella misma. Una tercera noción, igualmente
válida, pero quizás algo más limitada es aquella que enfatiza que la felicidad
o el bienestar como la experiencia de emociones placenteras (hedonismo), o sea,
la preponderancia del afecto positivo sobre el negativo.
Actualmente está tomando mucho peso que la
satisfacción subjetiva, en todos los aspectos de la vida de una persona, es la
variable más determinante en el nivel de bienestar y felicidad que puede
alcanzar una persona, misma que queda por encima de otras variables como el aumento de
ingreso, la personalidad, la salud, la edad, el género, la raza, la religión,
el matrimonio, el contacto social y cualquier otra actividad general (Brenner,
1982). Esta satisfacción subjetiva que
lleva al bienestar o la felicidad puede asumir dos características de acuerdo a
que tan frecuente o permanente en el tiempo llega a ser, pudiéndose presentarse como rasgo y como estado. En el primer caso se trata de una predisposición
(genética o psicológica) a experimentar ciertos niveles de afectos o
sentimientos positivos, independientemente de las variables externa que la
obstaculicen. En el segundo caso, el estado, sugiere una sensación de placidez
intermitente que se incrementa o se reduce de acuerdo a lo favorable o no que
puedan ser las circunstancias (Cuadra & Florenzano, 2003).
Los promotores del bienestar
El nacimiento de la psicología -la psicología científica- lleva algo
más de un siglo. En tan largo –y a la vez corto tiempo, si se la compara con
otras ciencias- el avance ha sido extraordinario y el conocimiento de la
dinámica inconsciente, de los comportamientos condicionados, del pensamiento
disfuncional y de las potencialidades humanas ha sido seriamente estudiado y
compilado. Después de cien años de investigación, el profesional dedicado a la psicología,
sobre todo cuando está bien preparado, dispone de un abanico de recursos muchos de ellos científicamente comprobados, capaz de modificar conductas desadaptadas,
mejorar respuestas cognitivas ineficaces, incorporar estabilidad emocional
donde no existe, proporcionar mayor armonía interpersonal, reducir niveles
excesivos de estrés, solucionar estados de ansiedad patológicos, mejorar
estados depresivos, incentivar conductas proactivas, contribuir aún mejor
aprendizaje intelectual, hacer más llevadera una perdida personal, reponerse
con más prontitud de una frustración, catástrofe o enfermedad, aprender a
enfrentar mejor algunos retos o superar una tendencia o adicción esclavizantes (Sue & Sue, 2002).
Para conseguir todo lo anterior el
psicólogo se vale del enfoque clínico en que se ha preparado o realizando un abordaje
integral que involucre el uso varias corrientes psicológicas clínicamente aceptadas; todo esto como un modo de enriquecer su trabajo. Si bien desde hace unas
décadas algunos terapeutas vienen integrando a sus tratamientos algunas
prácticas nacidas fuera del contexto clínico, como es el caso de las técnicas
de respiración o meditación, se hace necesario aclarar que esto ha sido así
después que las mismas llegaron a pasar por el cedazo de la evidencia científica, la cual mesuró y comprobó su utilidad y beneficios (Kabat-Zinn, 2005). Todo puede ser lícitamente aceptado cuando la
validación de lo que se ofrece es factible de justificarse por métodos
empíricos.
En los
actuales momentos, fuera de los círculos clínicos tradicionales, una ingente
cantidad de sujetos se dedican al ofrecimiento de entrenamiento y pautas para
una vida más plena, satisfactoria, en fin, de mayor bienestar. Algunas de las
personas que se dedican a esto han realizados estudios en el campo de la
motivación humana, la psicología o la medicina; otros, tal vez la mayoría, de
aval menos definido, también se han infiltrado en el campo. La vía a través de
las cual hacen llegar su propuesta a los grupos interesados es generalmente por
medio de seminarios y talleres. Muchos dicen que no pretenden suplantar el lugar del
psicoterapeuta y que su trabajo más bien se circunscribe a un acompañamiento, pues al no sugerir cambios, no dar orientación, no
aconsejar, su fin se limita a lograr que las personas conecten con su propio
potencial. Mientras que todo esto suena poético, algo bucólico sin duda, y puesto que
parece no ocasionar ningún daño, puede considerarse como un recurso válido, siempre que no se involucren en áreas que no son del todo de su competencia sino más propias del profesional de la psicología clínica.
Si algo ha quedado claro en el campo de la salud mental y psicológica es que el cambio, la conquista de una conducta madura, la superación de cualquier condición psicológica desajustada o la simple construcción de una autoestima saludable, requiere tiempo y trabajo concienzudo. Las formulas generales y rápidas pocas veces producen resultados fiables y duraderos y esto, es a lo que a nuestro juicio, y con todo respeto, muchas de estas propuestas pretenden. Por otro lado es importante apuntar que en psicología clínica se sabe que lo óptimo para que un paciente consiga mejoras en terapia debe asistir a entre veinte a cuarenta sesiones. Menos del mínimo señalado puede no garantizar un bienestar mesurable significativo y sí una mayor probabilidad de recaídas (Psicología clínica, 2003), si la condición personal a tratar es crónica o decididamente seria. Si hacemos una suma cronológica de un promedio de treinta sesiones terapéuticas -a razón de una por semana- esto da unos siete meses aproximadamente. Tengamos en cuenta que aún los grupos de encuentro y de autoayuda, como los de Alcohólicos Anónimos, precisan de reuniones semanales, durante varios meses para que los asistentes logren ir incorporando conductas más saludables, mejoren su autorrefencia y desarrollen estrategias efectivas de afrontamiento. Esto puede hacerse extensivo para cualquier tipo de modificación de conducta o superación de alguna condición psicológica o emocional, independientemente de que se tenga o no una patología manifiesta.
Por otro lado, los programas de psicoeducacion o entrenamiento que incluyen unas diez sesiones cumplen, más o menos, los criterios precedentes si el psicoterapeuta es competente, si la propuesta terapéutica es confiable y si la condición a tratar no tiene una implicación profunda en la personalidad, en la mente o en la emocionalidad del paciente en cuestión. Cuando se presentan todos estos factores entonces diez sesiones pueden resultar efectivas (psicoterapia breve). Así pues, que asistir a talleres y seminarios, sin duda, resulta una agradable ocasión para incrementar nuestros niveles de motivación y para aprender estrategias que aporten bienestar a nuestra vida, aunque, la intervención del profesional de la psicología sigue siendo el medio, hasta el momento, más idóneo para obtener salud mental, psicológica y, apropósito del tema, bienestar subjetivo.
Si algo ha quedado claro en el campo de la salud mental y psicológica es que el cambio, la conquista de una conducta madura, la superación de cualquier condición psicológica desajustada o la simple construcción de una autoestima saludable, requiere tiempo y trabajo concienzudo. Las formulas generales y rápidas pocas veces producen resultados fiables y duraderos y esto, es a lo que a nuestro juicio, y con todo respeto, muchas de estas propuestas pretenden. Por otro lado es importante apuntar que en psicología clínica se sabe que lo óptimo para que un paciente consiga mejoras en terapia debe asistir a entre veinte a cuarenta sesiones. Menos del mínimo señalado puede no garantizar un bienestar mesurable significativo y sí una mayor probabilidad de recaídas (Psicología clínica, 2003), si la condición personal a tratar es crónica o decididamente seria. Si hacemos una suma cronológica de un promedio de treinta sesiones terapéuticas -a razón de una por semana- esto da unos siete meses aproximadamente. Tengamos en cuenta que aún los grupos de encuentro y de autoayuda, como los de Alcohólicos Anónimos, precisan de reuniones semanales, durante varios meses para que los asistentes logren ir incorporando conductas más saludables, mejoren su autorrefencia y desarrollen estrategias efectivas de afrontamiento. Esto puede hacerse extensivo para cualquier tipo de modificación de conducta o superación de alguna condición psicológica o emocional, independientemente de que se tenga o no una patología manifiesta.
Por otro lado, los programas de psicoeducacion o entrenamiento que incluyen unas diez sesiones cumplen, más o menos, los criterios precedentes si el psicoterapeuta es competente, si la propuesta terapéutica es confiable y si la condición a tratar no tiene una implicación profunda en la personalidad, en la mente o en la emocionalidad del paciente en cuestión. Cuando se presentan todos estos factores entonces diez sesiones pueden resultar efectivas (psicoterapia breve). Así pues, que asistir a talleres y seminarios, sin duda, resulta una agradable ocasión para incrementar nuestros niveles de motivación y para aprender estrategias que aporten bienestar a nuestra vida, aunque, la intervención del profesional de la psicología sigue siendo el medio, hasta el momento, más idóneo para obtener salud mental, psicológica y, apropósito del tema, bienestar subjetivo.
_________________
-Brenner, Charles (1982). The Mind in Conflict. New York: International Universities Press.
-Cuadra, Haydée; Florenzano, Ramón (2003). El bienestar subjetivo: hacia una psicología positiva.
Facultad de Psicología, Universidad del Desarrollo: Revista académica de la Universidad de Chile.
-Informe de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económicoy del Progreso Social 2008.
-Lora y Chaparro, 2008. La conflictiva relación entre la satisfacción y el ingreso.
-Timothy J. Trull (2003). Psicología Clínica. 5ta. Edición, Thomson. México.
-Susan C. Cloninger, 2003. Teorías de la personalidad, tercera edición, México.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario